martes, 13 de marzo de 2018

Mi Madrastra (I)


No me sentó nada bien el anuncio de mi padre de contraer matrimonio de nuevo, tras el divorcio de mi madre, que se había escapado con un fontanero cincuentón que vino a arreglar el fregadero, un viernes por la mañana de hace tres años.

Entonces yo tenía veintiún años y no aprobé en absoluto la actitud de mi madre, que se lió la manta a la cabeza y se escapó con aquel hombre, de aspecto varonil y pelo en pecho. Bueno, supongo que las cosas no irían bien entre ellos, pero apoyé a mi padre y me quedé con él.

El hecho no es que reprobara que mi padre, cercano a los cincuenta años quisiera rehacer su vida, sino el hecho de que quisiera hacerlo con una chica de veintiséis años, que podía ser mi hermana, y no precisamente mayor. No lo achaco a que soy hija única y que podría tener un poco de celos de Úrsula, como se llamaba la pretendida de mi padre, sino al hecho de que siendo ésta de veintiséis años de edad, pensaba que buscaba en mi padre sólo buena vida y posición económica.

Para colmo de males, Úrsula, aunque no era de mis íntimas, era de mi círculo de amistad y de hecho, habíamos ido a más de una fiesta . Tengo que reconocer que en mi animadversión influían dos factores: Por un lado los continuos mimos y detalles de todo tipo que mi padre tenía con su novia. Por otro lado cierto miedo a las repercusiones económicas que el matrimonio de mi padre, casado en régimen de gananciales con aquella señorita podría producir sobre el montante de la herencia.

Este segundo extremo lo solucionó mi padre optando por la separación de bienes, pero todavía podía la recién casada ir convenciendo a mi padre para cambiar el régimen matrimonial o que le fuera poniendo algunas "cosillas a su nombre" Quedaba, no obstante mi indignación por el regalo de aquel collar de 750.000 pesetas (Unos 4.300 US$).

No pude ocultar desde el principio, a pesar de mis deseos, la hostilidad que sentía hacia la usurpadora, pero por no "joder" a mi padre y por que pensaba que muy bien podía ser yo la que saliera perjudicada en una lucha frontal, le ponía buena cara e intentaba hacer de tripas corazón.

Estaba bellísima Úrsula el día de la boda. No pararé a aburriros con los detalles del traje carísimo que mi padre le había comprado, como tampoco los detalles del magnífico banquete. Me sentía como una hermanastra de la cenicienta, que, naturalmente era ella. Me acerqué a la feliz pareja para felicitarles y ¡Ay!¡Qué mala pata! Tropecé y el champagne calló sobre su vestido.

¿Queréis creer que la tiparraca me acusó de haberme tropezado a cosa hecha. Bueno. No me acuerdo, creo que algo así se me pasó por la cabeza. Pero imaginaros, en lugar de callarse y sonreír, la que se armó y en el aprieto que puso a papá.

Me fui enfadada de la boda y no volví a ver a mi madrastra hasta dos semanas después que volvían de la luna de miel en un crucero por el Ártico para emprender un crucero de otras dos semanas, al día siguiente por el Mediterráneo.

Quieras que no, aquella escenita que armó en la boda supuso para mí toda una declaración de guerra y ya no disimulaba mi animadversión hacia ella, aunque siempre, de espaldas a papá, al que le guardaba la cara y delante del que siempre lucía una sonrisa limpia y alegre como si de un anuncio de dentífrico se tratara.

El colmo de mi depresión llegó el día que hicieron en casa el amor por primera vez, ya que oí cómo la guarra se tiraba a mi padre, pues era ella la que lo calentaba y la que estrujaba de mi padre hasta la última gota de su fluido, dejándolo exhausto, casi al borde del ataque al corazón.

Al día siguiente me cambié de habitación, yéndome, desterrándome a una habitación olvidada del tercer piso que apenas usábamos. Era la habitación que habíamos usado para el servicio cuando la empleada dormía en casa, hacía años. Lo bueno era que podía disfrutar así de mayor libertad. Pero aún así, hasta el día de mi victoria, no pude quitarme de la cabeza los jadeos de esa perra calentorra al borde del orgasmo.

Inicié desde ese momento una serie de operaciones que tenían como objetivo sacar de quicio a Úrsula, que era lo que precisamente odiaba mi padre en una mujer. Una de mis actividades favoritas era robarle el agua caliente mientras se duchaba. En efecto, cuando ella se duchaba, abría el grifo del lavabo y la cocina y el agua le salía fría. Luego los cerraba y daba al agua fría y ella, en su ducha se quemaba. La oía quejarse, suplicar que no tocaran el agua. Me la imaginaba tiritando de frío en uno de los extremos de la ducha y luego, la expresión de dolor provocada por la caída del agua muy caliente sobre su piel.

Esto no duró mucho tiempo, porque tras unas cuantas quejas, un día aparecieron unos fontaneros con un paquete enorme que resultó ser un jakuzzi. ¡Y yo, en el tercer piso, con un cuarto de baño que no tenía más que una cutre ducha!.

Una cosa que no le perdonaba a Úrsula es que se pusiera aquel suéter de color verde plátano que le quedaba, para colmo de la infamia, mucho mejor que a mí. Bueno, imagínate que la recriminé por ponerse mi ropa y me dice que bueno, que la tratará bien, pero que al fin y al cabo, la ropa me la había comprado papá, así que era de la familia. Me cabreé mucho, pero la solución de mi padre me cabreó más. Bueno, dijo que lo lógico era que yo también me pusiera la ropa de Úrsula. ¡Qué bien!

Pero entonces se me ocurrió que la podía fastidiar usando las prendas que más quería, así que comencé a ponerme el abrigo de pieles que mi padre le había regalado, y como eso no le fastidiaba bastante, me ponía su ropa interior. Además, comencé a pasearme en bragas por la casa, cuando estaba sola con ella, por si le cabía alguna sospecha. Se cabreaba pero no me decía nada.

No sé por qué me excitaba ponerme las bragas de Úrsula, sentía una sensación de hacer algo que no debía hacer pero que me gustaba. Aquello duró algún tiempo, hasta que un día noté los cajones de la ropa de mi cuarto removidas y sospeché que iba a responderme de la misma forma. Efectivamente, bajé al piso de abajo y allí me la encontré, preparándose un zumo de naranja con unas de mis bragas más sexys puestas. A decir verdad. El cuerpo de Úrsula le hacía honor a mis bragas, pues tenía un trasero gordito y bien hecho.

Me encontré mis bragas usadas por la tarde, en la puerta de mi cuarto. Me puse roja de ira, las cogí y no sé por qué tuve la tentación y el deseo de olerlas. Aquello debería haberme parecido una cochinada, pero al recibir su perfume marítimo, que se mezclaba con el olor de esencias de baño, me alegré de haberlo hecho. Me obsesioné con ese olor a sexo femenino. Me preguntaba si olería el mío de la misma manera, y sí. Era igual, pero al mismo tiempo diferente. El olor de Úrsula tenía algo de delicada esencia almizclada. Nuestros celos mutuos eran tantos, porque creo que ella también me tenía celos, que llegó incluso en lo deportivo. Las dos hacemos deporte. Tal vez ese sea el secreto de nuestro tipo excelente. Era cuando únicamente realizábamos junta alguna actividad, ya que salíamos las dos a correr, pero siempre disputábamos por llegar una antes que otra e incluso nos dábamos hombrazos y codazos.

Una vez le entró ganas de hacer pipí y me dijo que la esperara. Bueno, pasaban unos chicos por allí y se me ocurrió la travesura de decirles que por favor le dijeran a mi amiga que estaba en el bosquecito de árboles que me tenía que ir. Los chavales fueron un poco incrédulos, pero salían corriendo y riéndose a carcajada limpia. Salía Úrsula de muy mala leche y se puso a correr sin decirme nada, pero ambas sabíamos lo que había sucedido.

Mi padre le instaló a Úrsula, aunque él decía que era para las dos, un pequeño gimnasio con una sauna. Yo me propuse no utilizar la sauna, pero me entraba una envidia tremenda verla disfrutar a ella, enrollada en la toalla, al principio, pero conforme avanzaban los días, iba desnudándose y mostrándome impúdica su cuerpo maravillosamente esculpido cuando me asomaba para contemplarla. En una actuación más de rivalidad, le alteraba la temperatura de la sauna, provocándole una irritación más profunda que cuando le alteraba la temperatura del agua de la ducha.

Un día, Úrsula estaba tan cabreada que me estaba comiendo un yogur en la cocina, después de haber puesto la temperatura de la sauna a un nivel parecido al del infierno. Venía colorada como un salmonete y comenzó a encararse conmigo, yo me hice la sorda y le dije que me dejara comer tranquila. Ella abrió la nevera y cogió un bote de leche y me lo echó por encima, diciéndome - ¡Toma un poco de "esto" a ver si se te mejora la mala leche, mamona!.-

Me quedé blanca, por lo blanco de la leche, porque no me lo esperaba, porque estaba muy fría, pero reaccioné a continuación y cogí la jarra de agua fría. Así que la perseguí y cuando estaba en el jardín, con la toalla alrededor del cuerpo, me coloqué detrás y le grité -¿Has pasado calor?- Se dio la vuelta sorprendida.- ¡Pues toma!- y le tiré toda el agua encima.

Salí corriendo a mi cuarto y ella me persiguió, pero le di con la puerta en las narices. Úrsula se chivó a mi padre y éste me castigó sin salir. ¡Qué coraje me dio verlos salir cogidos del brazo, con la expresión de arpía de mi madrastra aquel sábado!

Pero no me salió mal del todo la noche, pues descubrí que en el canal de pago ponían todos los sábados unas películas eróticas de lo más divertidas. Me llamó la atención las escenas heterosexuales y de tríos, pero descubrí que lo que más me gustaba eran las escenas de lesbianas. Tenían una sensualidad especial que me excitaban poderosamente. Antes de que me diera cuenta me había metido la mano en las bragas de Úrsula, porque en venganza a mi castigo me las había puesto, y comencé a halarme al ver cómo una morena era tirada por una rubia estupenda y luego ella le hacía otro tanto. Me llamó en especial la atención aquellas bragas de las que pendía un miembro ortopédico que la morena se empeñaba en introducir dentro de la rubia y viceversa.

Una de las escenas era especialmente divertida, ya que, ambas mujeres portaban su miembro artificial, pero una de ellas le daba a la otra por detrás y pensé inmediatamente que podrían ser un par de travestidos. El miembro de goma de la chica ensartada se movía balanceado por los envites de la otra chica.

Mira por donde comencé a aficionarme al sexo lésbico, pero no me atrevía a salir del armario. Me comencé a correr pensando en alguna amiga, pero inmediatamente, la estrella favorita de mis películas fue mi madrastra, a la que ensartaba con un miembro de goma gigantesco una y otra vez mientras ella me pedía que no lo hiciera, al tiempo que me miraba con expresión de "no quiero pero quiero".

Después de mi castigo y mi descubrimiento, las relaciones con mi madrastra cambiaron. Decidí no ser tan arisca y me interesaba acercarme a ella para empaparme totalmente de cada gesto que luego intentaba reproducir en mis sueños.

Comencé a cambiar mi relación con mi madrastra, pero entonces mi madrastra comenzó a tratarme como si tuviera veinte años más que yo, con una prepotencia y un paternalismo que me molestaba bastante, pero recibía la compensación del contacto con su cuerpo sudado cuando realizábamos los ejercicios en el pequeño gimnasio que nos habíamos montado en la cochera, o el tacto de su piel suave cuando le extendía la crema por su espalda, cuando tomábamos el sol en la piscina.

A pesar de todo, la convivencia no era fácil. Un día se quitó la parte de arriba del sostén para hacer top less, me animaba pero a mí me daba vergüenza, ya que mi pecho era bastante más pequeño que el suyo. En efecto, sus pechos eran de una exhuberancia tropical. Sus pezones eran grandes y bien definidos, con una punta que desafiaba a todo mirón.

Un día nos bañábamos en la piscina, y jugábamos a ver quién cogía a quién. Úrsula me perseguía me estiró del bañador, bajándomelo hasta la rodilla, me cabreó bastante, pero bueno, lo dejé pasar. Yo cuando la cogía a ella, le tocaba el trasero, o los muslos. A la siguiente vez, Úrsula me tiró de la cinta del sostén y me hizo mucho daño. Me volví y le di una torta. Ella me respondió de la misma manera. Comenzamos a pelear.

Yo le di una ahogadilla y ella me cogió de abajo para tirar de mí hacia el fondo. Luego me arrancó la parte de arriba del bikini. Me lié a ella para que se hundiera conmigo hasta el fondo, mientras le ponía el brazo contra la cara. Sentía llena de rabia y de sensual excitación su cuerpo enrollado alrededor del mío, sus pechos a la deriva rozarse con los míos, sus muslos hincarse en mi sexo desinteresadamente, lo mismo que los míos en los suyos.

Salimos a la superficie casi ahogadas -¡Guarra! - ¡buscona! - ¡Vete a la mierda! -¡Y tú a tomar por trasero!- Úrsula me había mandado a tomar por trasero. Aquello se me quedó grabado y me dolió casi más profundamente que la pelea que habíamos tenido.

Me dediqué a joder de nuevo a mi madrastra. Un día tenía que presentarme a una entrevista de trabajo a las diez, mi padre entraba a trabajar a las 8 y media. Lo ideal era que mi madrastra me llevara, si no, que me dejara el coche. No me lo quiso dejar, señalando que había quedado con Kity, una amiga suya cuarentona a la que mi padre y yo odiábamos. Me fui con mi padre a las ocho, pero le quité las llaves del coche.

Tuve muy mala leche, ya que sabía que Úrsula se había negado a llevarme para fastidiarme, sabía que Kity estaría en su casa, así que me dediqué a ponerle la cabeza a mi padre como un bombo. Mi padre llamó a Kity , quien le dijo que habían quedado, pero a las once, y que no se había presentado pues no encontraba las llaves del coche, lo cual era lógico, pues Kity vivía a cuarenta kilómetros.

A mi padre le entraron unos ataques de cuernos. Llamó a Úrsula a casa, y suponiendo que estaba con otro hombre, se presentó allí. Cuando llegué a casa, lo primero que hice es dejar las llaves del coche en su bolso. La verdad es que el distanciamiento entre mi padre y mi madrastra duró hasta la noche, pues la muy buscona, con sus artes de bruja, utilizó el sexo para aplacar toda la furia de mi padre.

Otro día hice lo mismo, pero con las llaves de la casa Le quité las llaves del bolso y cuando volvió a las once de la mañana, se tuvo que quedar en la puerta, ya que la asistenta había llamado diciendo que en lugar de ese día vendría el siguiente. Cuando llegué de la facultad a las tres de la tarde estaba negra. Para colmo, abrí con su llave, y al verla y preguntarme cómo tenía sus llaves, no supe darle una explicación. -Un error humano, supongo - le dije.

Un día se preparaba el jakuzzi para bañarse. Salió un momento del cuarto y aproveché para meter en el jakuzzi a una tortuga que tengo desde que era niña del tamaño de una mano. Mi madrastra gritó espantada, la muy tonta, al ver la tortuga. Me llamó desesperada e histérica. Yo me reía al ver la "ocurrencia" de mi tortuga y ella me gritaba diciéndome que había sido cosa mía. Yo le aseguré que no que era cosa de la tortuga.

Cogió la tortuga del jakuzzi y la tiró contra la pared. Se me saltaron las lágrimas. Menos mal que no le pasó nada a "Marisol", como llamaba a mi tortuguita. Pero de primeras pensé que la había matado. Úrsula se preparaba para bañarse por lo que sólo llevaba puesto alrededor una toalla y yo acababa de levantarme, así que estaba en ropa interior con un sostén y unas bragas, por supuesto, de Úrsula.

Le pegué a Úrsula un empujón y ella me lo devolvió. Le agarré de la toalla y se la tiré al suelo. Se quedó desnuda. Ella entonces, en lugar de taparse, me arrancó el sostén y pegó un tirón a las bragas que las desgarró, causándole unos daños irreversibles. Le pegué con toda la mano lacia en los melones. Inmediatamente ella me respondió de la misma manera. Sentí un dolor intenso que me puso más furiosa, así que de un empujón la eché al jakuzzi y me fui tras ella y le eché mano al cuello y le di una ahogadilla, mientras ella terminaba de arrancarme las bragas del todo.

La tenía cogida del cuello con una mano y la veía, con su pelo rubio mojado en su cabecita redonda. Fue un gesto mecánico que no sé cómo me atreví a hacerlo. Le eché manos al cocoy mientras la sujetaba del cuello. Quería hacerle daño, así que no dudaba en agarrarla del cocoy con toda la malicia que podía. Su cocoy mojado se endurecía entre mis manos. Ürsula no se amilanó y pronto sentí su mano sobre mi sexo, intentando hacerme el mismo daño que yo le hacía a ella.

Al cabo del rato de sufrir mutuamente los ataques, noté que Úrsula estaba relajada. La muy buscona había tomado una actitud de disfrute, y todo para soportar mejor mis ataques y salir triunfante. Inmediatamente tomé la misma actitud y entonces la pelea cambió de reglas, pues las dos sentíamos el placer en nuestro sexo, y ahora la pelea consistía en prodigar a la enemiga el máximo placer posible y no correrse antes que la otra.

Sentí que Úrsula introducía su dedo en mi sexo. Yo no me quedé atrás y le metí, no uno, sino tres dedos. Mi clítoris sentía todo el calor del agua del jakuzzi. Úrsula, para aumentar el efecto de sus tres dedos, que ella ya había introducido también, me clavó el muslo entre las piernas, con lo que no me podía escapar de su mano. Me estaba haciendo efecto su ataque. Sentía un calor subírseme a la cabeza, especialmente, cuando ella, por estar debajo de mí comenzó a morderme los melones.

Me comencé a correr y ya sólo me preocupé de sentir mi orgasmo y abandonarme al placer de mujer conquistada. Junté la cabeza de Úrsula, que no paró de correrme hasta que no había terminado de consumar mi orgasmo.

Había perdido una batalla, pero no la guerra. Úrsula se preocupó pro el estado de mi tortuga mientras se ponía la bata, después de salir del jakuzzi como una ninfa de piel brillante. Me decepcionó que Úrsula no siguiera metida en el jakuzzi y se aprovechara de su victoria.

No volvimos a hablar del tema, pero sabía que aquella situación estaba anidada en su cabeza, con cierto recuerdo de satisfacción y culpabilidad. Para convencerse de que no era lesbiana, tuvo una semana de pleno sexo con mi padre, que se levantaba agotado por las mañanas, una hora más tarde que lo que debía.

No conseguía, a pesar de mis intentos disimulados, arrastrar a mi madrastra hacia otra situación como la del jakuzzi. En una ocasión, puse delante de mi madrastra una cinta porno de las que a mí me gustaban. No creáis que le hizo ascos, al revés, se divirtió mucho al ver las escenas heterosexuales y de tríos, pero al llegar a las escenas de lesbianas que a mí me gustaban, se le puso la cara de mil colores, y tras un largo rato, se levantó y se fue, no sin antes mirarme con expresión dura que fue respondida por mi parte con una mirada todo lo lasciva que podía.

Como era absurdo seguir fastidiando a Úrsula y tampoco podía, por el momento, seducirla, me dediqué a tomar una postura intermedia. La acosaba descaradamente cuando mi padre no estaba y disimuladamente cuando mi padre estaba. Así, cuando comíamos los tres juntos, yo me sentaba en frente de ella, y tras descalzarme, extendía mi pierna en busca del calor de su entrepierna. No paraba en mi camino hasta no llegar al tope, si ella antes no cerraba las piernas, antes de que mi pié estuviera en medio, pues si no, mi pié seguía avanzando entre sus muslos estrechados.

Mi padre sentía cierta complicidad entre ambas y ello le hacía feliz, pues pensaba que las diferencias entre las dos habían o estaban empezando a desaparecer. Había, no obstante, algo que no se me olvidaba, y era el día que me mandó a tomar por trasero.

Un día llegó hasta mis manos, tal vez como consecuencia de una revista o de un folleto de compra por correspondencia un anuncio de esos que te venden cincuenta tipos de consoladores y vibradores distintos. Me enamoré de uno que se ataba con unas correas al torso y que era parecido al de aquella escena porno de dos chicas que parecían dos travestidos.

Me daba vergüenza pedirlos, así que los pedí a nombre de Úrsula, usando su cuenta corriente, cuyo número aparecía en todos los papeles donde guardaba la asignación que le daba mi padre, mucho mayor que la mía, a pesar de que estaba tirando continuamente de la tarjeta. El paquete llegó por correo urgente. Estuve pendiente quince días para recogerlo yo misma. Me subí a mi habitación con el paquete y lo abrí para verlo. Era una maravilla. Lo traté con más cariño que a mi tortuga "Marisol".

Era rosa, de tacto suave pero fuerte, se doblaba un poco, sí, tenía cierta flexibilidad. En seguida lo escondí, pero quería saber el efecto que tal instrumento proporcionaría sobre mi víctima, por ejemplo: Úrsula, mi madrastra. Así que esa misma noche me acosté y me quité las bragas mientras colocaba el consolador suavemente entre mis piernas y luego, comencé a introducirme con el aparato.

continuara....


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