jueves, 1 de febrero de 2018

Experiencia en la piscina


Era un día caluroso así que llamé a Jacob para ir a la piscina. Este enseguida contestó y fue hacia mi casa a buscarme, aunque como aún no estaba preparado le dije que subiese. Llevaba dos toallas y una bolsa son pañuelos dentro, cosa que me extrañó, así que le pregunté. 
- No sabes lo bien que te lo puedes pasar en una piscina.
No supe a qué se refería así que seguí con lo mío. 
- Te recomendaría coger lo mismo que yo. - siguió Jacob.
- ¿Para qué? 
- Tú hazme caso.
- Bah, paso de frikadas. 
- Bueno, tú verás. 
Terminé de vestirme y fuimos hacia allí.
Más gente había pensado como nosotros, por lo que había pocos sitios en los que podíamos poner nuestras cosas. Jacob me llevó a un rincón apartado en el que no había casi nadie, exceptuando unas chicas delante. Pensé que prefería estar alejado y no le di importancia.
Fuimos a las duchas y allí noté algo extraño. A Jacob se le notaba algo el paquete, aunque no quise decir nada por si se pensaba que le miraba.
- Madre mía, qué buenas están. - dijo.
- ¿Quienes?
- Las chicas que tenemos delante de las toallas, hemos elegido un buen sitio, se me está poniendo dura.
- No seas asqueroso, va, vamos a bañarnos.
Saltamos al agua, vi que él se fue a una parte del borde y no se separaba, así que fui a hacer unos largos.
Al cabo de un rato me acerqué a Jacob, seguía en el mismo sitio. Parecía empanado, así que le tuve que llamar la atención. 
- Perdona, estoy con mis cosas. - Hizo una pausa. - Mira. - Señaló hacia abajo.
Tenía una mano dentro del bañador, estaba pajeándose. 
- ¿Pero qué haces, loco?
- Mira, ponte aquí. - Señaló a unos centímetros a su lado.
Me puse pero no pasó nada.
- No, mira, más a la izquierda y déjate hundir un poco.
Pensé que no sería nada, pero entonces sentí una gran vibración en la polla, daba mucho gusto. Era la depuradora que soltaba agua a presión. 
- ¿Te gusta?
- Madre de dios, ahora entiendo que las tías prefieran un vibrado a una polla, es una pasada.
- Voy a irme a las toallas, voy a pajearme bien, no quiero correrme aquí. 
- Vale. 
Estuve un buen rato ahí. Aquello era una pasada. Enseguida se me puso la polla dura.
Pude ver a Jacob con una toalla encima, entendí entonces que la usaba para que no se le viera.
No lo pude evitar y empecé a pajearme sin parar. Miré hacia las chicas de antes y entonces pude ver que estaban haciendo topless. Aquello era demasiado, como no parase iba a correrme allí mismo. Algo interrumpió mi vista, era una chica que aparecía de debajo del agua.
- Perdona, estaba en el medio. - Le dije.
Ella sólo sonrió y volvió a sumergirse. Segundos después me di cuenta de que seguramente me había visto pajeándome, así que de la vergüenza me guardé la polla, salí de la piscina y fui hacia los vestuarios. Entre corriendo, ni siquiera había nadie así que fui a las duchas, me quité lo más rápido posible el bañador y seguí con la paja. Era una pasada, era la mejor de mi vida, entendía a Jacob al 100%. Ni siquiera me paré a darme cuenta de que mis gemidos podrían seguramente oírse por todo el vestuario, pero la excitación hacía que eso me diera igual. Por muy rápido que fuese sentía que necesitaba más y yo lo intentaba. Entonces, voy y me asusto. La chica que se había topado conmigo en la piscina estaba allí, en frente de mi. No parecía asustada ni perturbada, sino que sus ojos viajaban en dirección de mi cara hacia mi polla. 
- Estaba tocándome en el baño oyendo tus gemidos y tu mano sobándote eso que tienes ahí, pero la excitación me ha ganado.
- ¿Qué haces en el vestuario de los chicos? - Fue lo único que se me ocurrió decir.
- ¿Chicos? Eres tú quien te has "equivocado". - Dijo de forma pícara. 
Me di cuenta entonces, parecía que lo hubiera hecho a propósito, pero no había sido así. 
- Te he visto antes en la piscina y he tenido que venir aquí porque me has puesto a cien, ahora que estás aquí podemos solucionarlo. - Siguió diciendo mientras se acercaba más. 
Estaba buenísima, me la follaría mil veces y más aún. ¿Estará tomándome el pelo? La duda se me fue al segundo cuando se agachó y empezó a chupármela. Me la lamía como si no hubiera mañana, parecía una profesional.
Cuando llevaba un rato paró.
- ¿Te gusta?
- Si digo que me gusta me quedo corto. - Contesté entre suspiros.
- ¿Quieres follarme? 
- Sí, por favor. - Dije casi suplicando.
Se levantó y comenzó a besarme el cuello, luego la boca. Me apartó de la pared en la que estaba apoyado y se puso ella. La agarré de las caderas, me aseguré de metérsela sin causarle daño y empecé con pequeñas embestidas. 
Ella iba gimiendo suave, se notaba que le gustaba, así que empecé a ir más rápido. Nuestras respiraciones también fueron a más. Cada vez iba más y más rápido junto a nuestra velocidad. Acabé dándole fuertisimo, pensaba que le hacía daño pero en absoluto, de hecho le pedía que no parase, así que le hacía caso. 
Iba a correrme, la polla me palpitaba como nunca y sentía un fuerte cosquilleo, así que se lo dije. Ella también iba a correrse y así fue. Ella me dejó la espalda arañada en el momento en el que nos corrimos. Fue tan fuerte que casi nos caímos al suelo. 
Nos erguimos como pudimos y descansamos. 
- Toma mi número. - Me dijo y entonces sacó un papel de una mochila. - Me gustan estos juegos, así que podemos quedar más veces.
- Perfecto. - Le dije mientras me ponía el bañador.
- Ah y dile a tu amigo que si quiere trío (y tú también) que se venga un día. 
- Vale. 
Salió del vestuario y allí me quedé, sin saber que hacer. Mi polla seguía estando dura, así que esperé a que se enfriara el asunto.
Un rato más tardé salí y fui a las toallas. Jacob estaba allí tirado. 
- ¿Dónde estabas? Habían unas tías aquí delante que estaban buenísima, han caído tres pajas. 
- Para mi han sido como cinco pero todas a la vez.
- ¿Qué dices?
Le conté todo, a lo que se quedó boquiabierto.
- ¿Lo del trío es verdad? Porque yo quiero.
- Eso parece.
Después cada uno nos fuimos a nuestra casa. Había sido el mejor día de piscina que había tenido nunca.

Por la rendija


A través de la rendija de la puerta de tu cuarto entreabierta, apenas alcanzas a ver unas piernas morenas, musculadas, aunque sin excesos, una polla, gruesa, curva y oscura, de capullo descubierto, fuertemente marcada por una red de venitas violáceas. La mano de tu mujer, arrodillada entre ellas, la estrangula por la base acentuando su relieve. Se inclina sobre ella y la chupa. De cuando en cuando, la saca de entre sus labios y ves su capullo húmedo y brillante. Entonces, ella le habla en tono mimoso, como una gatita en celo, casi como si ronroneara. Le pregunta si le gusta así, si disfruta… Parece otra. Nunca es tan dulce contigo.

A veces, el desconocido empuja con su mano fuerte y velluda su cabeza hacia abajo obligándola a tragársela y la mantiene un rato así. Ves su rostro enrojecer primero, para ir adquiriendo poco a poco un tono azulado, pálido. Estás a punto de intervenir cada vez cuando la suelta. Ella tose, y las lágrimas corren su rimmel dibujando líneas negras que se ramifican sobre sus pómulos. Jadea y respira deprisa. Babea.

Le habla con una curiosa mezcla de dulzura y cariño. La llama puta. Le da órdenes tajantes sobre cómo comérsela que ella obedece al instante, centrándose en su capullo, metiéndose en la boca sus pelotas mientras hace resbalar la mano envolviendo su capullo húmedo, congestionado. Entonces la felicita como si fuera una perra.

Ella acaricia su coño. Parece enfebrecida.

Te has quedado paralizado. Tienes el corazón en un puño, y sientes la sangre latir agolpándose en tus sienes. No sabes qué hacer. De algún modo inevitable, la brutal sexualidad de la escena te ha excitado. Tienes la polla tan dura que casi te duele, y la aprietas con la mano a través del bolsillo del pantalón presionando tu capullo frotándolo de tal manera que te irritas. Te sorprende comprender que llegas a imaginarte a ti arrodillado. Tratas de rechazar la idea. El corazón parece ir a salírsete por la boca y sientes un ahogo en el pecho, una presión.

- Para, para, zorrita. No quiero correrme todavía.

Se pone de pie sin cuidado empujándola con su cuerpo compacto y fuerte. Es un hombre maduro, quizás de cuarenta años. Moreno, aunque con una línea muy marcada en la parte del bañador. Depilado, bien proporcionado. Te sientes pequeño a su lado.

Agarrándola del pelo, la obliga a colocarse a cuatro patas sobre el colchón y desaparece de tu vista. Ya solo ves la mitad del cuerpo de tu mujer: su rostro asustado, sus tetas balanceándose al compás de la respiración agitada. Escuchas una palmada y ves su cara crisparse. Jadea, no es fácil saber si de miedo o de placer. Emite un quejido y su expresión se crispa.

- Solo es un dedo, putita. No tienes nada de qué preocuparte todavía ¿Es que nunca te lo ha hecho el cornudo de tu marido?

- No…

- Pobre maricón…

Ves temblar sus brazos, que a duras penas la sostienen. Tiene la expresión tensa. De cuando en cuando se escucha una nueva palmada, o su rostro se tensa en un nuevo gesto de dolor. Adivinas que ha introducido un dedo más.

No sabes en qué momento te la has sacado, pero el hecho cierto es que estás agarrado a tu pollita, que te parece ridícula al lado de la del hombre. Está mojada y más dura de lo que recuerdas haberla sentido nunca. Te sientes al mismo tiempo humillado, profundamente ofendido, y caliente, muy caliente. Si él te lo pidiera, intuyes que aceptarías cambiarte por ella. Cada vez que te menciona sientes un latido en la mano de tu pollita de piedra.

- Bueno, putita, ahora bien quieta, y te dolerá menos.

De repente comprendes que te ha visto. Te mira a los ojos sin decir ni palabra hasta el preciso instante en que los cierra crispándose su expresión en un gesto de dolor. Respira aceleradamente, cómo si tuviera miedo, y te mira a los ojos a veces. Adivinas su polla atravesando el agujerito estrecho de su culo. Sus manos se agarran a la colcha con tal fuerza que ves blanquearse sus nudillos. Comienza un bamboleo suave y cadencioso, que se traduce en quejidos agudos, casi chillidos leves. Se le saltan las lágrimas y sus tetas, de pezones duros, contraídos, se balancean bajo su pecho. Llora. Escuchas un nuevo palmetazo e imaginas la huella de su mano dibujada en rojo sobre la nalga blanca. Chilla. A veces se inclina sobre ella y ves sus manos estrujando sus tetas pálidas con fuerza, como si las amasara, tirando de sus pezones. Ella resopla y jadea. Te sacudes la polla al mismo ritmo creciente con que él barrena su culito haciéndola gemir y jadear, haciendo que su rostro se crispe de dolor.

- Buena puta. Muy bien, perra. Sigue así. No entiendo que ese pobre gilipollas haya desaprovechado la oportunidad de romper este culo de ramera. ¿Te gusta?

- Me… me gusta… Me duele… ¡Ahhhhhhhh!

La está follando ya deprisa, sin cuidarla, como si no le importara su dolor, y ella gime entre hipidos violentos. Te mira a los ojos con desprecio cada vez que él te menciona, que se burla de ti. Te llama maricón, y cornudo. Te llama hasta gilipollas. Folla el culo de tu mujer haciéndola llorar y gemir mientras te insulta y tú sientes el rubor en tus mejillas sin dejar de sacudir tu polla mirándola. Tu mujer llora con una grueso rabo oscuro destrozándole el culo mientras tú te la pelas como un mono mirándola. Te desprecias, pero parece suceder algo incomprensible que domina tu voluntad y mutila tu orgullo. En cierto modo, quieres oírla chillar, quieres verla destrozada, humillada. Tú mismo, si el hombre no te asustara, si no moviera en ti un miedo irracional, entrarías a ayudarle. La cabeza te da vueltas en un barullo de sensaciones, de sentimientos confusos, más que ideas. Parece imposible que una idea compleja anide en tu cerebro. Eres una polla tiesa, un miedo, una excitación, un cornudo despreciable incapaz de reaccionar ante el llanto de tu mujercita, que llora a moco tendido balanceándose ya a un ritmo frenético. Escuchas el cacheteo del pubis en su culo. Sus tetas se entrechocan, bailan, y su rostro trasluce un dolor intenso. Tiene los ojos cerrados y los dientes apretados, la expresión descompuesta y, pese a ello, parece estar corriéndose, gozar de alguna manera de ese abuso brutal. Imaginas los dedazos fuertes acariciando su coño mojado mientras su polla destroza su culo pálido.

De repente, un golpe más fuerte, como un empujón violento, la tira de la cama. El hombre, de rodillas, avanza hacia el borde. Se inclina. La agarra por el pelo obligándola a arrodillarse sobre la alfombra de noche. La levanta agarrándola del pelo sin contemplaciones. Ves su polla gruesa, firme, brillante, clavarse en su garganta. Ella llora. Se ahoga. Tiembla en espasmos violentos. Su rostro se tiñe de azul. El hombre empuja a veces como si quisiera atravesarla, a golpes secos. Un chorro de leche asoma por su nariz. Las lágrimas negras de rimmel desdibujan su expresión.

- Buena puta…

Cuando la saca, ella cae sobre el suelo temblando, respirando agitadamente, llorando, mientras clava los dedos en su coño. Se folla con ellos como con rabia, como si tuviera necesidad de arrancarse un orgasmo vergonzoso, humillante. Sus piernas se mueven espasmódicamente. Tiembla masturbándose. El tipo, de pie frente a ella, sonriendo, se agarra la polla con los dedos. Incluso así, semierecta, es más grande que la tuya. Sonriendo con aire socarrón, orina sobre su cara, sobre sus tetas, sobre su coño. Ella se crispa, se tensa, y emite un quejido prolongado con los ojos en blanco. Tu polla palpita con fuerza. Parece de piedra. Palpita y escupes tu esperma a chorretones, como nunca. No sabes si gimes. Te corres temblando, lanzando chorretones violentos, interminables, de esperma tibio. Te sientes eufórico, incapaz de contenerte, de ser ni siquiera precavido.

- Anda, zorra, ve a ducharte, que quiero follarte otra vez. Y tú, maricón, entra, no te quedes ahí. Pónmela dura, anda.

Humillado, confuso, con la polla todavía firme asomando por la bragueta del pantalón, obedeces en silencio, humillado, mirando al suelo, incapaz de enfrentar tu mirada con la suya, obedeces. Se ha sentado en la cama, y te arrodillas entre sus muslos abiertos, avergonzado y confuso.

- Chupa, anda, cornudo ¿A ti nunca te han follado?

Escuchas el agua de la ducha en el baño de tu dormitorio al tiempo que sientes la textura rugosa de su polla ente los labios. A estas alturas ya ¿Qué puede importar?

- Muy bien, mariconcita. Así. No pares.

Con la hermana de mi tía


La empresa para la que trabajaba me movió a otro almacén. Para mi sorpresa, la coordinadora era la hermana de mi tía política, Núria.

Núria era una mujer de unos 40 y pocos años. Rubia, amplia sonrisa y un cuerpo ejercitado. Aún teniendo un bonito cuerpo sin nada de grasa sobrante, tampoco destacaban sus pechos ni su trasero, ambos de tamaño mediano.

Alguna vez me había hecho una paja pensando en ella después de ir a la playa, pero hacía varios años que no la veía.

El primer día me acerqué a saludarla, llevaba una camisa y una falda larga. Ella pareció alegrarse mucho de verme, fue al archivo a traer los papeles que tenía que firmar por el traslado y cuando volvió, llevaba uno botón más de la camisa desabrochado. Yo no le di importancia, pensando que no me habría fijado antes.

Podía ver su sujetador a través de la obertura, estuve mirando mientras hacíamos los trámites y parecía que no me pillaba. Estando todo listo, me indicó mi puesto, me dió dos besos muy cerca de la comisura. Volví a pensar que solo era mi imaginación y fui a trabajar.

Una vez acabada mi jornada, volví a su despacho a despedirme. Al estar sudado y al haber levantado peso, mis músculos de notaban más de lo normal.

-Que fuerte te has puesto en estos años. -Núria empezó a tocarme los brazos. Yo me reí nervioso. Al contrario que con las demás, no me atrevía a nada, la conocía desde que era un niño y no quería malos entendidos con la familia. Mantuve lo justo la conversación para poder irme cuanto antes, me sentía incómodo. Al darle dos besos, volvieron a estar cerca de mi comisura.

Al día siguiente decidí no saludarla por la mañana y pasé directamente a mi trabajo, pero pasada media hora, me avisaron de que Núria me quería en su despacho.

Al entrar, el olor a colonia de mujer me cautivó. Además hoy se había dejado el pelo suelto, pero su camisa seguía igual de abierta que ayer, yo ya no sabía que pensar. Se disculpó y me hizo firmar otros papeles, resistí a mirar bajo su camisa, hasta que sin querer me fijé en que no llevaba sujetador.

Mis ojos ahora no se podían apartar de ella, ver sus pezones me puso a mil. Esta vez sí que me pilló una vez, así que intenté disimular.

Cuando me levanté para despedirme, me atrajo hacia ella, juntando nuestros cuerpos. Seguramente notaba mi erección sobre ella y me dió dos besos muy lentamente. Yo ya estaba seguro de que no era mi imaginación y la agarré de las caderas.

Núria pasó la lengua por mis labios y nos fundimos en un beso. Ella se sentó sobre su escritorio mientras jugábamos con nuestras bocas. Desabrochaba su camisa botón a botón mientras sus manos recorrían mi cuerpo. Cuando paré para quitar mi camiseta, ella se deshizo de su falda, mostrándome que tampoco llevaba braguitas.

Viéndola desnuda me puse más cachondo. Así que mis dedos empezaron a masajear su tesoro. Me chupé dos dedos y empecé a penetrarla. Mis movimientos eran lentos, apasionados. Ella gemía dentro de mi boca. Cuando noté mis dedos empapados, empecé a desnudarme.

Al quitarme los calzoncillos, mi polla salió como un resorte. Ella abrió los ojos y abrió más las piernas.

-Si llego a saber todo este tiempo que tenías eso ahí, no hubiese esperado tanto...

Yo estaba demasiado caliente y con ganas de follarme a esa mujer como para responder. Volví a besarla y sin pensármelo dos veces, se la metí. Ella se agarró a mi espalda y yo me aguanté con el escritorio. Mis embestidas eran lentas, llenas de lujuria. Cuando sus uñas empezaron a clavarse en mi espalda, aumenté mi ritmo.

-Córre...córrete... Fuera...

Al escuchar sus susurros, abrí un poco más su camisa. Ella soltó sus zarpas, me envolvió con sus piernas y se recostó un poco más, abriendo ella su camisa. Empecé a lamer uno de sus pezones, pero no tardé mucho en venirme. Derramé sobre su pecho y su abdomen.

-Estoy a puntito -Su mirada parecía suplicarmelo, así que me puse de rodillas y devoré aquel coño maduro, ella no tardó en correrse, cogí todo su néctar con mi lengua y me incorporé. Ella sacó unas toallitas de su bolso y nos limpiamos un poco.

Cuando me vestí, ella todavía estaba desnuda, sacando la ropa interior de su bolso. Contemplé su cuerpo con ganas de volver a tomarlo.

-Ni se te ocurra a decírselo a mi hermana.

-Por supuesto. Pero si así es como dais la bienvenida a esta sucursal... -Ella rió

-Trato especial cariño, siempre me has comido con la mirada, era momento de que lo hicieses de otra forma... Y no se te da mal.

Cuando me dió la espalda para recoger su falda, aproveché para manosear su trasero, ella se giró y me besó de nuevo.

-Si te portas bien, tendrás estos incentivos cada mes.

-¿Cada mes? -Pensar que podía volver a follarmela, me puso a tono de nuevo y se lo hice notar atrayéndola a mi.

-Si te portas bien. Pero tienes que prometer que si digo no, es no. Y como digas algo a mi hermana por despecho, te destrozo la vida. ¿Vale?

-Es justo.

Le dí un morreo de despedida y volví a mi puesto, sabiendo que cada mes sería recompensado.

La segunda cita


¿Llegaría?

La duda estaba justificada, la cita se acordó cinco días atrás y desde entonces no tenía contacto con él. Más que una duda, era casi una certeza de que mi cuerpo, mis ganas y mis ansias se quedarían esperándolo. Cuesta admitirlo, soy adicta a sus palabras, a sus caricias, a su voz quebrándose cuando termina dentro de mí.

Me estoy arriesgando con ese hombre, tengo mucho en juego. No nos conocimos para esto. Y, aun así, él me hace vibrar de una forma que no comprendo y que he permitido. Le di entrada en mi cuerpo…, pero lo grave fue darle entrada en mi mente. No es sencillo ver que ahí está todo mi ser, en una relación a corto plazo que jamás prometió ser otra cosa.

Odio darme cuenta de que no puedo actuar con él como con cualquier otro hombre. Me congelo. Es tonto, lo sé, pero acudo a la cita convencida de que él no estará ahí. En mi cabeza se han desarrollado todos los escenarios resultado de su olvido, imagino sus palabras si es que después lo recuerda, imagino mis palabras si es que jamás pasa por su mente. Pero no puedo decirle que voy para allá, no puedo decirle que ya he llegado, no puedo decirle que me he preparado para sus manos, para su lengua, para ser poseída por él. No puedo. Prefiero presentarme así, con un sexo húmedo e implorante, y toparme con una silla vacía.

Bajo del taxi que oportunamente me ha dejado en el otro extremo de la entrada de la cafetería. Regreso unos pasos, nerviosa, ansiosa, giro a la izquierda y ahí está él. ¡Ahí está él! ¡Dios!, mi corazón explota y sus pedazos arman una represa en mi garganta. Sentí pánico mientras me acercaba, ese era nuestro segundo encuentro. Habíamos tenido una primera cita abrumadora de sexo, de pasión, de entrega. Pero, ¿y si sólo fue el resultado de jugar con los mensajes del móvil? Ahora no sabía si en realidad nos gustábamos, si de verdad había ensamble entre nuestros cuerpos.

Estaba a punto de saberlo.

Él, al verme, saltó de su silla y rodeó la mesa donde estaba instalado con su laptop. Sonreímos, ¿dijo algo?, lo he olvidado. Se borró de mi mente en el instante en que me acercó a su cuerpo y empezó a besarme. Todo lo demás perdió importancia. Sus manos en mi cuerpo, su lengua dentro de mi boca. Me derretí. ¿Quién es este hombre que tanta potestad ostenta en mi ser? Olvidé donde estaba, olvidé que esto es una aventura, que somos amantes, que deberíamos cuidarnos de la gente. Después de ese momento sólo me interesó ser suya, cada minuto del resto de esa mañana.