domingo, 18 de febrero de 2018

La primera vez por atras de mi esposa.


Hola, soy Gonzalo. Hace ya un tiempo que os voy siguiendo por internet, y al ver que muchos de vosotros vais escribiendo para contar vuestras experiencias, me he decidido yo también a hacer lo mismo.

Resulta que desde que empecé a ver esas películas porno, en las cuales se ve como un tío le da por el culo a una chica y se la va metiendo hasta el fondo una y otra vez, me entraron a mí también unas tremendas ganas de querer probarlo, lo que pasa es que mi mujer nunca está por la labor, y aunque desde entonces no paro de pedírselo cada vez que hacemos el amor, ella siempre me contesta que no, ya que según dice le va a doler un montón, y no hay forma de convencerla de que si se hace bien y con cuidado, para nada tiene que ser doloroso y el placer que se tiene que sentir debe de ser inmenso, mucho más que cuando lo hacemos por la parte delantera.

Así que como la esperanza es lo último que se pierde, he seguido intentándolo, ya que al final se ha convertido para mí en toda una obsesión.

Por eso desde hace un tiempo, empecé a planteármelo todo algo diferente. Ahora le dedico mucho más tiempo a ella para calentarla y ponerla cachonda, empezando siempre a besarla por todos los lados y a acariciarla, para luego ir centrándome en lamer sus tetas, chuparle los pezones y seguidamente ir bajando por su vientre, dándome un pequeño descanso en ese estupendo oasis que tiene como ombligo.

Allí me suelo recrear un rato jugando con él con mi lengua y después sigo bajando hasta sus muslos, donde poco a poco y con suavidad, empiezo a besárselos, sobre todo por la parte interna. A continuación, cuando veo ya por sus movimientos que ha llegado a su punto culminante, empiezo a besarle los labios de su ya húmedo coño y le voy succionando también ese botoncito abultado que es su clítoris, el cual como por arte de magia, siempre suele aparecer.

Ella entonces empieza a gemir muy sutilmente y yo en ese instante comienzo ya a lamerle el coño y a introducirle la punta de mi lengua todo lo que puedo, siguiendo con un mete y saca prolongado hasta que noto como empiezan ya a salirle los primeros flujos vaginales, los cuales intento ir saboreando y bebiendo al mismo tiempo.

Todo eso acaba por ponerme a cien por hora. Entonces, con la polla ya bien tiesa y dura, se la suelo ofrecer a ella para que me la vaya chupando durante un rato, cosa que acaba haciéndome siempre con mucha dedicación y entrega.

Una vez con ella en la boca, empieza a bombear como una loca hasta que noto como la punta de mi polla choca ya contra el fondo de su garganta. A continuación, cuando estamos ya muy excitados los dos, suelo penetrarla en varias posiciones una y otra vez, pero solo por su parte delantera, o sea por su coño, ya que el agujerito de su culo está vetado para mí desde siempre.

Lo más parecido que he conseguido hacerle siempre ha sido ponerla en la posición del perrito, o lo que vulgarmente se dice a cuatro patas y follarla de esa forma por el coño. A veces así, haciéndome el despistado, he intentado metérsela por el culo en alguna ocasión, alegando que, al estar los dos agujeros tan juntos, es muy fácil confundirse. Pero aun así no ha colado nunca, y siempre me he quedado con las ganas de metérsela por ese sitio.

Por eso desde hace ya un tiempo decidí cambiar de táctica para hacerle ir perdiendo el miedo al dolor que según cree se produce al hacerlo. Así que en uno de esos días en que estábamos haciendo el amor frenéticamente y vi que estaba muy cachonda, le dije que porqué no se iba ella misma masajeando con uno de sus dedos, la aureola de su culo, una vez se lo lubricase muy bien con saliva.

Entonces, aunque un poco escéptica pero ya muy caliente, accedió a hacerlo, y mientras yo la iba follando, empezó a realizarse dicho masaje. Así poco a poco fui notando como su semblante iba cambiando, y eso era una buena noticia para mí, ya que todo era debido al placer que se estaba dando por allí, además también del que le producía mi penetración.

Así que, ya puestos, se me ocurrió pedirle que en la próxima ocasión que lo hiciéramos, intentase además una vez bien lubricado, introducirse poco a poco un dedo dentro del culo, y tal como hizo en esta ocasión con el masaje, me aseguró que sí, que lo intentaría sin rechistar.

Entonces, llegado el momento de ese día sí que me di cuenta de que había conseguido ya algo muy importante de cara a mi gran deseo de penetrarla por el culo, ya que en cuanto consiguió meterse el dedo en él y además sin ningún problema ni dolor, empezó ella sola sin que yo le dijese nada a bombear dentro de él con un suave mete y saca y al poco de ir haciéndolo, empezó a gemir y a relamerse los labios como una loca, cerrando sus ojos una y otra vez.

Yo por mi parte seguía metiéndosela por el coño tratando de clavarle toda la polla hasta el fondo. Al final fue ella misma la que pudo comprobar con gran asombro, como todo su dedo se introducía en su culo sin ningún problema ni dolor, y además muy holgadamente, por eso ya iba hasta jugando con él allí dentro, haciéndose unos pequeños circulitos con los cuales y sin ella darse cuenta, iba originando que su esfínter se fuese dilatando cada vez más.

Fue así como en la siguiente ocasión que lo hicimos fue ella misma la que empezó enseguida a meterse otra vez el dedo en el culo mientras la follaba, y yo entonces para no perder la ocasión al verla tan animada y decidida, le dije que porqué no probaba a meterse dos de sus dedos, ya que creía que así el placer que recibiría sería mucho mayor.

Entonces mirándome ya con cara de viciosa, se fue hacia un cajón de la mesita de noche y sacó un tubo de aceite lubricante con el cual se estuvo untando bien los dedos y el orificio de su culo.

A continuación, y tras pedirme otra vez que la follase bien follada, aunque por delante, intentó meterse primero un dedo y después poco a poco logró meterse los dos, aunque eso ya le costó un poco más, pero como ninguno teníamos prisa, le dije que tranquila, que se relajase bien, y que lo fuese intentando más veces.

Yo por mi parte seguía follándola hasta notar ya como mis huevos chocaban en sus nalgas como si fuese un frontón, y con todo eso junto, ella empezó a gemir y a moverse como nunca la había visto. Su cuerpo se convulsionaba todo debido al placer que iba recibiendo por ambas partes de sus agujeros.

Creo que debería de estar sintiendo en ese momento como si la estuviesen haciendo una doble penetración, por eso no paraba de gemir y de pedirme cada vez más y más, puesto que según me decía con palabras entrecortadas, aquello era lo máximo de placer que hasta ahora había llegado a sentir.

Yo entonces aún más animado me atreví a decirle que si me dejaba, la próxima vez que hiciéramos el amor la haría sentir algo aún más especial y extraordinario, algo que desde siempre le había estado pidiendo y que jamás me había dado la oportunidad de realizar.

Entonces en ese momento y debido tal vez a lo caliente que ya estaba, me contestó que la verdad es que sabía a qué me refería y que se lo estaba pensando, porque si con tan solo dos de sus dedos recibía tanto placer, no se podía ni imaginar cómo debía de ser el sentir toda una polla como la mía dentro de su culo entrando y saliendo de él sin parar.

Eso debía de ser algo maravilloso y único y no podía dejar de probarlo, aunque eso sí, siempre y cuando le prometiese que se lo haría con delicadeza y con mucho cuidado para no causarle ningún mal. Así que como la vi tan decidida quedamos en intentarlo la próxima vez que lo hiciéramos.

Llegado ese día los dos estábamos muy nerviosos debido a la emoción y al morbo que aquello suponía para ambos, aun así, tratamos de relajarnos y de ponernos en situación. Así que una vez en la habitación, empezamos a besarnos y a acariciarnos muy sensualmente y poco a poco nos fuimos desnudando el uno al otro.

Después procedimos a las caricias y mientras yo la iba besando y tocándole las tetas y las nalgas, ella se encargaba también de besarme y de masajearme todo el paquete de mi entrepierna. De esa forma nos fuimos poniendo muy calientes los dos y más aún cuando tumbados ya desnudos sobre la cama, empezamos a hacer un sesenta y nueve en toda regla, con lamidas de coño y lengua metida en él por mi parte, y una buena mamada por la suya.

Así nos pasamos disfrutando un buen rato, y mientras tanto, yo aprovechaba también para ir chupándole el culo, para así ir lubricándoselo y relajándoselo para cuando después intentásemos la penetración.

A continuación, la hice poner a cuatro patas y una vez le lamí bien el coño y las nalgas, me dispuse a follarla con todas mis fuerzas hasta hacerla gritar de placer. Así me pasé un buen rato metiéndole toda mi polla dentro de su coño hasta que conseguí que se corriese.

Luego le ofrecí mi polla para que me la chupase y seguidamente la puse tumbada de espaldas sobre la cama con un cojín bajo sus nalgas, y le empecé a embadurnar todo el culo con aquel lubricante que tenía.

Después le comenté que iría muy bien que se lo fuese masajeando ella misma como en la otra ocasión y que se fuese metiendo poco a poco uno de sus dedos para ir dilatando su esfínter. Una vez lo consiguió intentó meterse dos y así ya, mientras que yo la iba besando en la boca, empezó a hacerse un mete y saca continuo, con el cual, al ver que ya le entraban tan bien los dedos, pudimos saber que estaba más que a punto para una buena y verdadera penetración anal.

Entonces le dije que parase un momento y que se dedicase a frotarse el coño, sobre todo ese botoncito abultado que era su clítoris, para así ir calentándose aún mucho más. Luego con sus piernas bien abiertas y sus manos cogiéndose los muslos, me pidió con voz entrecortada por la emoción, que por favor le metiera mi polla en su culo cuanto antes puesto que ese era su mayor deseo en ese momento.

Así que no la hice esperar más, y cogiendo mi polla con una mano se la acerqué y se la puse justo en la entrada de aquel estupendo y oscuro agujero que tenía, el cual podía ver cómo le estaba ya palpitando una y otra vez.

Después empecé a presionar sobre él para intentar meterle toda la cabeza del glande ya que, aunque lo tenía bien dilatado tras meterse los dedos, aquello era algo más gordo y tenía que tener mucho cuidado para no asustarla ni causarle daño.

Una vez que con mucha paciencia conseguí que le entrase, dio un pequeño grito en ese momento, por lo que me paré enseguida en esa posición hasta que vi cómo ella misma se fue apoderando con sus manos de mis nalgas por detrás, y empezó a atraerme hacia ella para que así poco a poco se la fuese clavando ella sola en su culo centímetro a centímetro.

Entonces cuando logró metérsela por completo, me indicó que me parase así un instante, y una vez se relajó, como estaba más caliente que una brasa, me dijo que por favor le fuese dando ya fuerte, puesto que aquello, a la vez que no paraba de frotarse el clítoris, era toda una maravilla y no quería que acabase nunca.

Luego entre gemidos me dijo que no me imaginaba lo que se arrepentía de no haberme hecho caso cuando por primera vez se lo propuse, ya que ahora sabía lo que se había estado perdiendo durante todo ese tiempo.

Esas palabras que le escuchaba decir, para mí eran gloria bendita y aún me animaban más a seguir follándola por ese tan deseado agujero. Al cabo de un rato, mi polla entraba y salía ya de aquel gran culo sin ningún problema y la expresión de su cara con los ojos medio cerrados, las mejillas rojas y su lengua relamiéndose de gusto a lo largo de sus labios reflejaban todo el brutal placer que debía estar recibiendo en ese momento.

Pero claro, todo tiene su fin. Así que, como ella ya se había corrido en varias ocasiones y yo estaba también a punto de hacerlo, le dije que se la iba a sacar del culo y así lo hice. Después tras darle unos cuantos lametones a su oscura aureola y unas metidas de lengua en su ya muy dilatado orificio, la hice incorporarse un poco y le ofrecí mi tiesa y dura polla para que me la chupase un poco, cosa que hizo al instante en plan de agradecimiento.

Después, tras meneármela frenéticamente ante ella, me corrí estrepitosamente en su cara y también sobre sus tetas como jamás recordaba haberlo hecho nunca. Luego al terminar nos dimos los dos una buena ducha y mientras después nos tomábamos una copa, estuvimos hablando sobre nuestra nueva experiencia, y la verdad es que a ambos nos pareció muy positiva, tanto que, desde entonces, esa nueva técnica ha sido una de las más habituales en todas nuestras relaciones sexuales, y tras ver el placer que ella llegaba a sentir al practicarla, me entraron también a mí unas tremendas ganas de saber realmente qué se sentía al hacerlo. Así que, desde hace un tiempo, he ido intentando practicarlo a solas conmigo mismo, y he empezado ya a meterme los dedos dentro del culo en cuanto tengo ocasión de hacerlo. También he ido probando a ir bombeando con ellos dentro de él, y al descubrir lo bueno que es eso y el gusto que me proporciona, he empezado a plantearme el decírselo a mi esposa para que pruebe a meterme en él, algunos juguetitos o cosas algo más grandes, ya que eso debe de ser, tal y como ella decía…! Lo máximo del placer ¡

No obstante, si eso llega a ocurrir algún día, ya tendré otra nueva experiencia para compartir con todos vosotros.

De momento espero que esta de ahora os haya gustado.

FIN

Laura, la actriz


Era viernes por la noche, y yo había salido a una discoteca con mis amigos. Como todos los viernes noche, la salida nocturna consistía generalmente en buscar echar un polvo. Así es que al poco rato de llevar en el local, los amigos ya nos habíamos desperdigado en busca de mujeres.

Pasada ya bastante noche, fui a la barra a por una copa. Como no, estuve mucho tiempo esperando a que me atendieran, dada la cantidad de gente que había. De repente llegó a mi lado una mujer bellísima. La miraba disimuladamente mientras intentaba ser atendido. Tenía el pelo negro y largo, a la altura de los pechos. Un rostro angelical con una sonrisa arrebatadora y unos ojos marrones relucientes. Llevaba un vestido negro largo, de cuerpo entero, ceñido, ajustado, que dejaba apreciar perfectamente las curvas de su cuerpo, y unos tacones negros también. Sus pechos eran un poco pequeños pero parecían bonitos y apetecibles, así como bien puestos. El vestido que llevaba le hacía un culo increíble, prieto, redondito.

En seguida llegó un hombre que se puso al otro lado de la mujer. Empezó a hablarle e insinuarse pero ella parecía pasar. El hombre no desistía y llegó a ponerse pesado con ella. Yo, que noté su malestar, me hice pasar por su pareja y le dije:
- Perdona, ¿te importa no molestar a mi novia?

Ella me miró extrañada pero no dijo nada. Él, sin embargo, nos pidió perdón a ambos y se fue. La chica me dio las gracias y llegó el camarero a atenderla. Pidió lo suyo y lo mío para que no tuviera que seguir esperando. Volvió a darme las gracias por librarle de aquel tipo y me invitó a ir a charlar. Fuimos a una mesa y nos sentamos a hablar. Nos fuimos conociendo mejor y la conversación se puso más interesante cuando dijimos a qué nos dedicábamos. Ella, Laura, era actriz porno.

A partir de ahí el tema fue centrándose en lo erótico, ya que Laura estaba dispuesta a contestar cualquier cosa sin ningún tipo de reparo. Incluso cualquier cosa íntima.
- Tengo un tatuaje y piercings. – Aclaraba.
- ¿Dónde?
- El tatuaje lo tengo en la cintura, justo encima de la pierna. En la pelvis se podría decir. Una mariposa. Y piercings tengo en el ombligo, en la nariz y en los pezones.
- ¿En los pezones? Joder, qué morboso. Me encantan.

Laura se quedó unos segundos en silencio, sonriendo solo, y al final soltó:
- ¿Quieres verlos?

La pregunta me sorprendió y sobresaltó bastante, pero no tardé ni medio segundo en acceder a su propuesta. Me llevó de la mano hasta los baños, y fijándose en que nadie nos viera, se metió en el baño para el personal del local, supongo que pensando en qué no habría gente. 

Efectivamente estaba vacío. Nos pusimos frente al gran espejo con los lavabos para lavarse las manos. Laura se subió suavemente el vestido hacia arriba hasta la altura del ombligo. Lo hizo para enseñarme el tatuaje de una mariposa que tenía. El tatuaje era bonito pero lo que era aún más bonito fue ver que Laura no llevaba bragas. Ella notó que mi mirada se centraba más en su coñito que en el tatuaje. Un coñito muy apetecible y con algo de vello púbico ordenadamente recortado.
- Sin bragas. – Comenté ante la obviedad.
- Soy así de guarrilla, jeje. – Dijo entre sonrisas Laura.

Después de esto se puso de nuevo el vestido negro elegante y procedió a bajárselo con cuidado, hasta que fue suficiente para que sus tetas salieran por encima. Laura también iba sin sujetador. Dos tetitas preciosas se asomaron. Un piercing en cada pezón ponía el toque de morbo.
- Venga, me has caído bien, adelante, toca. – Dijo Laura ante mis ojos brillantes.

Levanté los brazos hasta que mis manos tocaron ambos senos. Los amasé con delicadeza disfrutando cada momento, y jugué un poco con sus pezones y sus piercings, hasta que Laura me propuso algo:
- Mira, me has caído tan bien que te voy a hacer una propuesta. Ya sabes que soy actriz porno. Pues mira, entramos en ese baño de ahí y te chupo la polla si me dejas grabarlo para mi web. No se te verá la cara, tú eres el que graba. ¿Qué te parece? Te hago una mamada por sujetar una cámara, jaja.

Mis estúpidos tartamudeos ante la propuesta hicieron ver a Laura que aceptaba. Me metió en uno de los baños, me sentó en la tapa y cerró con pestiño. Sacó una cámara del bolso, la puso a grabar, me la dio y se arrodilló en frente de mí.
- Tú solo grábame a mí. – Me indicó.

Aún iba con el vestido bajado y las tetas fuera. Me bajó la cremallera y sacó el pene sin titubear. Apenas había tocado mi polla con los dedos y ya se la había metido en la boca. Mi miembro, aunque empezaba a despertar, estaba aún medio flácido, y fue creciendo en la boca de Laura. 

Mi aparato no era para nada pequeño, pero aun así no era inconveniente para que pudiera metérsela entera hasta la garganta. Siendo actriz porno, la de pollas más grandes que la mía se habrá tenido que comer. Yo gozaba increíblemente que tuviera en su boca cada centímetro de mi pene.

Se la sacó de la boca por primera vez para dedicar unos minutos a mis huevos. Con las manos seguía pajeando mientras ahora su lengua nadaba entre mis bolas. Mi pene chorreaba de su saliva. Ella jugaba con mis testículos. Se metía uno en la boca, luego el otro, luego los dos. Y succionaba tirando de ellos.

Luego volvió a lamer el pene. De arriba abajo. Lenta y suavemente. Hacía círculos con su lengua alrededor de mi glande. Luego volvió a metérsela en la boca para seguir con la mamada. Una de sus manos le ayudaba con el pene y la otra masajeaba los huevos. 

Me costaba cada vez más sujetar la cámara ante tal espectáculo. Laura no paraba de chupar y me miraba fijamente a los ojos mientras lo hacía. Eso me intimidaba un poco pero también me encantaba. Instintivamente moví mi brazo libre, el que no sujetaba la cámara, para cogerle la cabeza pero apenas había tocado su pelo lo quité, por si no le gustaba. 

No quería arruinar el momento. Sin embargo Laura, sin dejar de chupar, me cogió el brazo y me puso la mano encima de su cabeza guiñándome un ojo. Aproveché la ocasión y empujé su cabeza ligeramente para marcar el ritmo de sexo oral que más me gustaba.

De repente se oyó un ruido. Algún empleado había entrado en el baño. Laura se puso el dedo índice en los labios indicándome que guardara silencio, y después volvió a la mamada. Yo me callé como pude, evitando emitir ningún gemido y lo único que se oía de vez en cuando era un ligero ruido de chupeteo que hacía Laura. 

Estuvimos así unos minutos, en los que Laura no paraba de chupar, y luego se oyó de nuevo la puerta. Volvía a respirar. Laura soltó unas risotadas pero no se distrajo de su faena. Yo aumenté la velocidad de la mamada empujando su cabeza con mi mano. Me animé y acabé presionando su cabeza contra mi entrepierna de tal modo que toda mi polla entró en su garganta y la nariz de Laura llegaba a tocar mi pelvis. Laura se limitó a aguantar, e incluso sacó un poco la lengua llegando a lamer ligeramente los huevos. Yo no la soltaba, la mantenía así. Tres, cuatro, cinco, seis… y cuando llegué a ocho segundos Laura no pudo más e hizo fuerza hacía fuera. 

Yo la solté y toda mi polla salió de su garganta. Laura quedó inmóvil, respirando, buscando aire. El rímel se le había corrida por unas pocas lágrimas que habían salido de sus ojos. Un hilillo de baba colgaba desde su labio inferior hasta la punta de mi miembro. Una vez se hubo recuperado sonrió y volvió al tema. Me había gustado tanto eso que lo repetí alguna vez más durante la mamada, llegando a durar Laura hasta 15 segundos con toda mi polla en su boca.

Yo estaba en el cielo pero Laura también estaba disfrutando de lo lindo. Parecía que mi polla fuera su postre, o que llevara meses sin comer y de repente le hubieran sacado un chuletón.
De vez en cuando sacaba la lengua y se daba golpecitos en ella con mi polla. Y cuando le entraba la zorrería, incluso se golpeaba con dureza las mejillas con mi polla. La restregaba por su cara. Hasta la olía. Le había salido la vena guarra.

Pasé a sujetar la cámara con las dos manos porque notaba que iba a correrme. Ella también lo notó, porque aceleró el ritmo de las chupadas. No paraba de mirarme a los ojos, y yo no apartaba la mirada. Empecé a eyacular semen y ella seguía chupando y mirándome. Notaba cómo iban saliendo chorros y caían en el interior de su caliente boca, sobre su lengua. Laura no dejaba de mover la lengua ni de chupar. Estuve así hasta que notó que había echado todo el semen que tenía. Luego succionó durante unos segundos para sacar hasta la última gota y remató con un beso en la punta de mi glande. Todo esto manteniendo en todo momento el contacto visual conmigo, era una auténtica profesional. Cuando tuvo toda mi corrida en la boca miró a la cámara y abrió la boca para enseñar su premio. 

Movió la lengua para removerlo dentro de su boca, jugando con él. Luego Laura se sentó en mis piernas, mirándome. Se inclinó sobre mí, casi abrazándome. Puso su boca pegaba a mi oreja y pude oír perfectamente un GLUP. Sonido inequívoco de que se lo había tragado todo.

Génesis de un placer



Fue durante un viaje familiar, hacia la playa. Acapulco tal vez. En la camioneta de mi tío viajábamos mis cuatro primos, mi hermano y yo, todos hechos bolas como cupiéramos. Éramos tres más o menos de mi edad, los dos mayores que eran Aurelio, uno de mis primos, y mi hermano, que estarían alrededor de los 15 o 16, y yo. Ellos dos eran muy cercanos en la convivencia, por haber crecido juntos; yo era de los más chicos, 13 años tal vez, y como era regordete siempre era objeto de burlas inocentes por parte de los demás. Hoy le llamarían bulling; entonces era simplemente parte del proceso de crecer. Como no cabíamos todos en los sillones del auto a mí me tocó en el piso, ¡acostado! Entre risas y bromas, me fui ahí echado todo el camino y como resultado de ese acomodo, los pies de todos quedaron reposando sobre mi cuerpo.

Antes de entonces yo no había experimentado nada que se pareciera siquiera al deseo y los pies no me llamaban la atención para nada. Ni los pies, ni los cuerpos en general, aunque justo ese primo, Aurelio, solía hacerme bromas pesadas acerca de mis tetas, pues como era gordito, eran voluminosas. “Tetotas!”, me decía, mientras trataba de pellizcarme, entre carcajadas. Yo me molestaba mucho y lo insultaba, pero la verdad es que cuando venía de visita esperaba con cierto morbo el momento de que me buscara para oprimirme las tetas con las dos manos y decirme cosas como “sabrosa”, o “estás bien mami!”, etc. Mi hermano, su compañero de juegos, lo frenaba un poco con un “ya wey, déjalo” o así, y la cosa no pasaba a mayores. Volviendo al viaje aquel, una vez que me instalé en el suelo de la camioneta donde todos íbamos ya en ropa de playa, las bromas y juegos comenzaron con una buena sesión de patadas sobre mi cuerpo por parte de todos los cabrones que iban sentados. Nos reímos y me aguanté, como era normal entre toda la bola.

Aurelio y mi hermano se sentaron juntos, como siempre, en el extremo del asiento que coincidía con la parte superior de mi cuerpo, de manera que los pies de ambos quedaban cerca de mi cara. En el jugueteo, fue mi primo quien inició quitándose las sandalias para ponerme las patotas en plena cara, mientras decía cosas como “quieres quesito?”, “huele qué rico!” y así, entre risotadas de los demás. Mi hermano se sumó al desmadre y también me acercaba sus pies desnudos, riéndose y siguiendo el juego de Aurelio hasta que dejé de reírme y comencé a enojarme, dándoles golpes a todos en los tobillos y apartando los pies de estos dos de mi cara hasta que mi hermano, que se dio cuenta de mi enfado, interpuso su pie para evitar que mi primo siguiera poniendo el suyo sobre mi cara. De nuevo el imperativo “ya wey” terminó con el acoso. Escuché cómo decía “ya, no te pases!”, y entonces Aurelio descansó sus pies sobre mi pecho y me dejó en paz, pero mi hermano decidió no retirar su muralla defensiva: entre mi rostro y los pies de Aurelio dejó elevados los suyos; yo, instintivamente los sujeté con ambas manos para que no se moviera.

Hasta ahí no había sucedido nada en particular, pero resultó que la posición en que mi hermano colocó la pierna ocasionó que un pie suyo quedara justo cerca de mi cara, sin tocarme. Y entonces sucedió algo maravilloso. De pronto mi nariz percibió un olor peculiar que yo nunca había olido. Era algo extraño y delicioso a la vez que penetró en mis sentidos y me hizo sentir un cosquilleo en el cuerpo que despertó en mí, por primera vez, el morbo: esas ganas de seguir sintiendo algo excitante y raro que no se alcanza a definir, pero que sabemos que es sólo nuestro. Un placer muy íntimo. Comencé a oler el pie de mi hermano que flotaba sobre mi cara, y su aroma al hule de la sandalia y sudor agrio de adolescente viajó directamente a mi cerebro ocasionándome un estado como de embriaguez. Aspiré profundamente aquel olor, y con suavidad tomé su tobillo como un gesto cariñoso en agradecimiento por su defensa. Mi hermano, inocentemente, me dejó hacer mientras llevaba su pie hacia mi cara para que lo descansara, y entonces sentí la suave piel de su planta sobre mis labios y mi nariz. Aquello era hermoso! Delicioso y excitante a la vez. No puedo explicar con palabras lo que sentía en mi cuerpo ante ese tacto y ese aroma. Con el primer golpe de placer sentí un poco de miedo. Alejé mi cara aquel pie y entonces lo miré detenidamente. Era hermoso! Esbelto y de piel clara, sobre los dedos y en el empeine lucía ya unos tímidos vellos adolescentes y se le marcaban las venas. Un calor recorría mi cuerpo mientras los miraba absorto. Sujeté los tobillos de mi hermano durante un buen rato; él reposó los talones sobre mi pecho y así se quedó un buen rato. Yo los miraba fascinado mientras un raro calor me invadía junto con unas ganas tremendas de seguir oliéndolos. ¡Quería sentir de nuevo la tersura de esa planta tibia sobre mi cara!

Nos fuimos quedando dormidos por ratos. Al despertar de una de esas siestas del trayecto noté que Aurelio y mi hermano habían dejado sus pies desnudos sobre mí. Mi mano seguía sobre el pie de mi hermano; al darme cuenta, volví a sentir el calor del morbo recorriendo mi cuerpo y de nuevo sentí un impulso irresistible por acercar ese pie a mi cara. Verifiqué que él estuviera dormido y entonces, lentamente, comencé a moverlo hacia mí. Naturalmente, él no opuso ninguna resistencia, por lo que llevé aquella belleza hacia mi rostro despacio pero con facilidad, mirándolo con calma mientras llegaba hasta mi nariz. En el camino, la suave planta del pie de mi hermano, tibio y sudoroso, tocó mis labios. Ufff! Aquello fue una explosión de sensaciones increíble! Me detuve ahí. La piel de su pie y la de mis labios se conocían por primera vez y la repuesta de mi cuerpo fue inmediata: el contacto se convirtió en caricia y la caricia en un beso lento que comenzó a recorrer lentamente la planta del pie de mi hermano mientras mi nariz cumplía sus deseos, devorando poco a poco aquel olor adolescente para llevarlo a un sitio en mi cerebro, oculto e inexplorado hasta entonces: el deseo. Cuidando de no hacer movimientos bruscos para no despertar a mi hermano, me acomodé como mejor pude para tomar su pie con mis dos manos y así estuve un rato, acariciando suavemente los vellos en su tobillo y empeine, rozando apenas su planta tersa con mis labios y, sobre todo, aspirando profundamente el maravilloso olor, recorriendo lentamente la piel entre el talón y sus dedos.

No sé cuánto tiempo habrá pasado hasta que sentí una mirada desde arriba de mí y de pronto, me quedé paralizado. Instintivamente abrí los ojos y miré en dirección del sillón de la camioneta por encima de mí, pensando que mi hermano habría despertado y se percataba ya de lo que yo estaba haciendo. Abrí las manos soltando su pie, y éste se desplazó colgando hacia atrás. Seguía dormido. Entonces me di cuenta que no era él quien me miraba sino Aurelio, mi primo, que había despertado y me veía hacía un rato. En su rostro no había expresión alguna; no parecía que fuera a burlarse, ni a reírse o decir nada. Me miraba, simplemente. Me quedé quieto sin mover las manos de donde habían liberado el pie de mi hermano, mirando a mi primo tan inexpresivo como él. Y entonces sucedió algo raro que me puso el corazón a mil por hora: sin dejar de mirarme y sin cambiar su expresión, Aurelio, mi fastidioso primo, el molestón que me hacía burlas para todo y que no desaprovechaba momento para darme lata, acercó uno de sus pies a mi cara, lentamente, y lo puso entre mis manos tocando una de ellas levemente. Yo lo miré a los ojos y él situó su pie con firmeza en mi mano sonriendo levemente. Entendí de inmediato su invitación. Y desde luego, la acepté. Lentamente acerqué aquel pie hacia mi nariz, iniciado ya en el placer de aquellos olores y ansioso por conocer uno nuevo. Rozó levemente la punta de mi nariz y aspiré hondo. Era increíble! Más intenso que el de mi hermano, y ligeramente húmedo. Supongo que el nerviosismo del momento hizo sudar a Aurelio, por lo que su olor era más fuerte. Ya decidido a llevar el control del momento, sujeté con firmeza aquel pie sintiendo en la palma de la mano los pelos de su empeine –en su adolescencia él estaba un poco más desarrollado que mi hermano- y dirigí la zona de sus dedos hacia mi nariz, que se hundió entre ellos recorriéndolos. El olor me penetraba por completo y entonces, naturalmente, surgió el siguiente paso: mi lengua asomó desde su escondite de manera instintiva y tocó con timidez primero la base de los dedos de aquel pie sumiso que se dejaba hacer sin oponerse a nada. Notando que mi primo no rechazaba la caricia húmeda de mi lengua, comencé a pasearla entre sus dedos. Era una maravilla sentir el sabor salino de su sudor y la tersura de su piel mezclada con el disfruten embriagante del olor de aquel pie húmedo y tibio. Sin despegar la nariz, recorrí luego la planta, despacio. Noté un reflejo al principio que ocasionó el retiro abrupto, por las cosquillas, pero lo sujeté y lo volví al sitio de mi placer. Y Aurelio no se opuso. Así estuvimos unos minutos. Abrí los ojos para mirar la expresión en su rostro y vi con sorpresa que los suyos estaban cerrados en una expresión de placer y abandono que me excitó mucho. Aurelio, mi primo, el jodón dominante que me fastidiaba y que nadie parecía controlar, estaba totalmente absorto en el placer que nos producía el nuevo descubrimiento que después, en esas mismas vacaciones, nos habría de abrir las puertas a nuevos y maravillosos descubrimientos. 

El Ex Ataca


Llevaban dos meses peleados, lo suyo no tenía salvación alguna por lo que él se acabó yendo de la casa que habían acordado preservar por siempre cuando eran aun adolescentes con las hormonas a flor de piel. 

El gato se quedó con ella, y desde aquel día no se volvió a separar de su lado, incluso no se alejó aun cuando la joven encontró una nueva pareja, por temor a que fuese otra persona tóxica supongo. 

Ellos vivían ahora felices, cambiaron de casa porque la chica llegó a tener pesadillas, encontró algo con lo que entretenerse en un bar nocturno como camarera y el chico por suerte ya tenía trabajo como subdirector en una empresa de alimentos, por lo que tenían la vida resuelta. 

Pero algo pasaba, la chica no se encontraba contenta con su situación, eran rosas todo, pero aún tenía ese agujero en lo más hondo de su ser, un hueco en su interior que lloraba por ser rellenado, como una herida sin curar, una que no puede cicatrizar. 

Y entonces ocurrió, recibió un mensaje de su expareja, se había dejado algunos libros de la universidad en su casa, libros los cuales ella se había llevado a la nueva casa esperando inconscientemente que ese mensaje llegase alguna vez. 

Le dio la nueva dirección y quedaron un domingo en el que su pareja no estuviese por casa, ya que era algo celoso y no quería preocuparlo. 

No volvió a tener noticias suyas hasta la tarde en que su puerta sonó indicando que la hora había llegado. 

La joven suspiró hondo un par de veces, recogió la caja en la que había guardado los libros y se dirigió a la puerta con paso decidido. 

Al abrir se derrumbó, podía parecer muy dura y todo lo que quieras, pero una persona que ha llegado tan profundamente en tu pecho con un simple suspiro puede derrotarte completamente. 

La chica cayó de rodillas y un par de lágrimas brotaban atravesando sus mejillas, el joven se mantuvo impasivo durante los dos primeros segundos, pero dos después se abalanzó al suelo a abrazarla, intentando calmar su ataque de nervios. 

Quedaron en el suelo durante unos minutos, mientras ella se desahogaba y él contenía sus lágrimas intentando no ponerla más nerviosa aun, porque puede ser todo lo hijo de puta que quiera, y puede haber decidido que esto era lo mejor por los dos, pero eso no quita el hecho de que la ame. Pues tantos años atrás de amor es imposible que se borren tan rápido, que habrán pasado, ¿dos meses? 

Cuando se relajaron la joven le invitó a entrar para tomar un té o algo y entretenerse un rato mientras le cuenta alguna de las historias que ha vivido sin él. 

La tarde se pasa rápido, al novio aún le faltan un par de horas para llegar y la conversación entre ellos toma un tono bastante más adulto del que ella quería, demostrando que aún estaba bajo su hechizo, nuestra ingenua joven todavía tenía mucho que aprender de los hombres y sus intenciones. 

De un momento a otro se vio envuelta entre sus brazos, aquellos que le habían hecho tener tantas sensaciones durante probablemente los años más felices de su vida. Pero no tenían unas intenciones demasiado infantiles, ya que atrapó sus labios entre los de él, aclamando un "aun te amo" con único cometido el llevársela a la cama, pero a ella le daba igual. 

Había sufrido demasiado como para dejar de lado esta oportunidad. 

Devolvió el beso con suavidad pero rápidamente tomo un tono más ardiente, la levantó de la silla y se la llevó a la cama. Esa cama en la que llevaba viviendo medio mes con su nuevo, y ahora claramente cornudo, novio perfecto. 

Colocó con algo de fuerza sus manos por encima de su cabeza mientras no abandonaba sus labios, la rodeó mil veces con los suyos recorriendo cada centimetro entre sus labios y el final de las clavículas, unidas al hombro.

Se separó un segundo, la observó, estaba completamente colorada debido a la excesiva excitación que le había creado en segundos. 

Se quedó atónito con la imagen, pero eso no impidió que, con su mano libre, comenzase a acariciar suavemente su vientre, como si de una pluma se tratase, con cuidado y lentitud. 

A los minutos abandonó sus muñecas para eliminar la tela que separaba sus torsos, primero se deshizo de su camiseta, mostrando que el tiempo que habían estado separados no lo había desaprovechado en cuanto a gimnasio se refiere, pues cada músculo de su cuerpo quedaba demasiado eróticamente marcado, aunque la joven no se había quedado atrás, porque sobre su blanca piel se distinguía unos pechos algo mas grandes, aun cubiertos por el sosten, de lo que el chico podía recordar, y la barriga de sofá que se le había creado tiempo atrás ahora era un intento de abdominales poco marcados que harian suplicar a cualquiera que los viese. 

La joven se mordió el labio inferior con la imagen que se le mostraba, apoyó sus manos sobre sus brazos y madre de Dios, eso no era ni parecido a lo que su actual novio sería capaz de lograr con la figura de tirillas que tiene. 

Pero su escaneo acaba rápido, pues vuelve a tener al joven sobre sus labios, susurrando a la vez que le encantaba el cambio que había dado, eso es que no se había mirado al espejo, pues cualquier persona que se viese su torso creería que habría visto a una especie de ángel o nefilim. 

Sus besos bajaron suavemente hacia los pechos de la chica, donde se encargó de desabrochar con algo cuidado su sostén y echarlo hacia un lado, dejando a la vista un par de pezones rosados que contrastan perfectamente con su piel. 

Daba miedo tocarla, por temor a ensuciarla, parecía demasiado pura. 

Sus puntos se endurecieron con algo de rapidez, como si llevasen mucho tiempo esperando por ello. 

Y el hombre aprovechó para mordisquearlos con sinceridad, no es como si él fuese un santo, el también llevaba mucho tiempo con ganas de tocar ese cuerpo tan propio de la mismísima Afrodita. 

La miró a los ojos durante unos instantes, el azul intenso y la rojez de sus mejillas le pedían más caricias, y, aunque sabía que no iba a estar bien después, no iba a ser él quien se las negase. 

Sus manos se deslizaron por sus muslos, apretando, a la vez que su lengua se paseaba hasta su ombligo, las manos de la mujer, una vez sueltas, habían decidido acariciar su espalda y cabello, maravillada por la majestuosidad que la tocaba.

El hombre se estiró de repente, se quitó de encima para quitarle lentamente los pantalones, observando que sus muslos también habían cogido una forma más sana, cualquiera diría que una ruptura como la que tuvieron fue buena para los dos al fin y al cabo. 

Sus manos apretaron un par de veces más los muslos mientras los masajeaba ligeramente y se centraba en la única tela que la cubría. 

La retiró tras depositar un par de besos sobre ella, y llevo sus manos a él interior de su cavidad, estaba algo húmeda ya, bastante más de lo establecido como normal en ella, acarició un par de veces mas la zona y dirigió sus dedos a la boca de su compañera, para que probase su propia esencia y terminase de lubricar. 

Volvió a su interior con un par de dedos lentamente, mientras acariciaba uno de sus pechos y la observaba, tenía los ojos cerrados y temblaba bajo el pulso del varón, su piel ardía, como si fuese una lumbre encendida, por la cual a nadie le importaría derretirse, o al menos así lo veía él. 

El sudor empezaba a brotar de sus poros a la vez que un par de gemidos se escapan de su garganta con un matiz de necesidad. 

Sonrió y le abrazó dejando la mano quieta en su interior, un abrazo dulce "quiero que vuelvas conmigo, a nuestra casa" susurró en su oído con una voz demasiado melodiosa para ser un hombre. 

La mujer asintió con la cabeza y el chico volvió a su ataque, soltando su cinturón esta vez para liberar un miembro endurecido, el cual choca suavemente contra el estómago de la joven, esto la altera y su respiración comienza a agitarse cada vez más, le mira a los ojos directamente y pasea su mano por la espalda, el hombre simplemente baja de nuevo hasta su entrada y comienza a repartir besos por la zona, algún que otro lametón intentando limpiar la zona, con el claro objetivo de empaparla más mientras los gemidos no dejan de brotar.

Tras un rato así decidió que le necesitaba dentro, y, tras un grito como súplica entró en ella, con tranquilidad, disfrutando de cada pliegue que se llevaba por delante, jadeando ligeramente debido al apretamiento que tenía que aguantar hasta llegar a lo más profundo que pudo. 

Soportaron la postura unos instantes, la joven arañaba la espalda de su compañero y apretaba las sabanas cuando empezó a moverse muy muy muy lentamente en su interior, logrando un piel con piel completo.

Y de pronto la puerta de la habitación se abrió, la joven se separó del chico de golpe como acto reflejo y se cubrió con las mantas que segundos antes estaba estrujando, el chico simplemente se giró para dar cara al intruso mientras subía sus pantalones. 

Y como no, el novio tenía que ser, se quedó observando la escena sin decir palabra. 

La chica hizo un intento por explicarlo pero su amante se acercó al novio con paso decidido, le agarró por el cuello de la camisa y le levantó un poco del suelo, obligándole a estar de puntillas, simplemente susurró "Aquí ya no hay nada que puedas hacer", el novio de la joven hizo un intento por defenderse pero realmente no tenía nada que hacer, solo consiguió arañar el rostro del nuevo amante, anterior ex pareja, a lo que este respondió con un puñetazo en la mandíbula que le mandó fuera de la habitación. 

El novio salió de la casa casi llorando, había perdido a su novia contra un mastodonte, era muy triste, penoso la verdad, simplemente se fue de allí y ya fuera llamó para denunciar una paliza. 

Cuando oyeron la puerta de la entrada, el hombre volvió con su chica, la cual estaba algo asustada, como es natural, pero la tranquilizó haciéndole creer que se lo merecía por no saber complacer a una chica como ella.

La chica volvió a acariciar su torso y bajó cada vez más, hasta llegar a la línea de su pantalón, la cual atravesó con su mano y comenzó a acariciar el bulto, ahora empapado de jugos femeninos. 

El hombre cerró los ojos y acarició el cabello de la chavala mientras dejaba escapar ligeros jadeos con cada caricia propinada por la joven. 

Cuando notó que estaba lo suficientemente duro lo sacó del pantalón y lo acarició un par de veces más, para segundos después depositar ligeros besos en su punta y lametones. 

Dio un pequeño mordisquito en la punta y al escuchar la queja del compañero se la metió hasta el fondo de la garganta de una vez, empezó a subir y a bajar, respirando con algo de dificultad debido al tamaño mientras que con sus manos acariciaba su torso. 

Un gemido roto salió de sus labios y cada vez estaba más y más dura, incluso la joven tuvo que aguantar una pequeña arcada cuando toda su esencia se desparramó por su garganta, casi escupiendo en su garganta ayudado de un gruñido del amante. 

Tras esto, la joven se quedó dormida encima del chico mientras este le acariciaba, y el que fue su novio tirillas lloraba en algún rincón de la zona.

En el momento exacto


Recuerdo aquellos días. Eran nuestros inicios en el sexo.

Justo cuando tocaba ese botoncito. Era en ese preciso instante, en el momento exacto, justo antes de empezar a correrse… Me agarraba las manos y me las apretaba contra su sexo… “no pares… no pares” … me decía, y su cuerpo se convulsionaba. Temblaba. Y yo la masturbaba tal y como ella me pedía sabiendo que la estaba volviendo loca de placer.

Su orgasmo comenzaba a apoderarse de ella. Luego el concierto de jadeos, de gemidos, de ahogos…

Y era justo en ese momento, ni antes ni después, cuando podía hacer con ella lo que quisiera. Sí. Lo que quisiera. Desde arrancarla sus mayores o más íntimas confesiones… hasta proponerla las mayores burradas o arriesgarme a probar juegos cada vez más atrevidos…

En ese instante perdía totalmente su voluntad, era completamente mía. No mandaba su cabeza. Su coño era el que la dominaba. Su coño era su dueño y señor. Y ella cedía, hacía lo que fuera con tal de obedecer a su amo, a su coñito.

Gracias a ese momento me fui lanzando…

Un día, mientras la masturbaba a dos manos, con una jugando con su clítoris y con la otra metiéndola tres dedos por su agujerito, probé a meterla un objeto, una cosita… Estábamos en mi coche, en los asientos de atrás… Veíamos de la biblioteca y fue lo primero que pillé: un voluminoso rotulador. Luego otro más grueso… Los dos juntos, a la vez. Estábamos en un aparcamiento solitario… Nadie podía oírnos… Casi me deja sordo de los gritos que dio. Luego jadeando me dijo que casi la había matado…

¿Quieres repetirlo?, la pregunté… Hubiera sido suficiente una mirada con cara de agotada. Jadeando aun un poco me dijo que sí. Pero que había que hacerlo con algo “más adecuado” …

A partir de ese día, pues supongo que hicimos lo que hemos hecho todos: ir experimentando y cada día yo daba un pasito más.

¿Y ella? Pues también se iba soltando. Era un juego de dos.

Repetimos lo de ir metiendo cositas. Perfeccioné el juego con los roturadores. Después llegó el típico plátano. La zanahoria… El pepino… Y por fin “el juguete”: Una buena polla de plástico, un consolador vamos.

Lo compramos en una tienda con más vergüenza que otra cosa… Entrando a escondidas… Riendo de nerviosos que estábamos. Mirando hacia los lados… La excitación al escogerlo… El ansia por estrenarlo. Deseando pagar para poder probarlo.

Nada más montar en el coche me dijo: mira, y cogiendo mi mano la llevó a la entrepierna: la braga estaba calada. Me mandó meter los dedos en su coño. Un increíble y prolongado gemido. Y un “joder” … creo que podrías meterme hasta el brazo… La primera vez que decía “palabras sucias” … Y creo que era verdad. Estaba mojada no, chorreando y literalmente abierta de par en par. Súper excitada. Súper sensible a la mínima caricia… Y súper cachonda. Lasciva. Guarrona a tope…

Fuimos a toda velocidad a nuestro rinconcito secreto. Por el camino se había quitado las bragas y se había masturbado varias veces. No puedo aguantar repetía mientras se tocaba por el camino. De reojo la miraba. Increíble: se había abierto la blusa y sacado las tetas del sujetador por encima. Ni se lo había desabrochado. Nunca se lo había visto hacer.

Estaba como loca. Con una mano tocándose el coñito, con la otra acariciándose los pechos. Los ojos cerrados, la cara ladeada… la boca semiabierta, jadeando, respirando agitadamente… Parar y a follar como locos. Ni sacarlo de la caja. El juguete lo estrenados al día siguiente.

La cosa iba funcionando a las mil maravillas. Y justo al llegar ese momento, se soltaba cada vez más. Sabía que tarde o tempano se desinhibiría del todo, por completo… Aunque no sabía cuál sería o más bien dónde estaría su límite.

Una tarde en su casa nos lo hicimos en el sofá del comedor. Y lo vi: el puño de la espada tallada en madera… la que trajeron sus padres del viaje a Toledo… esa con la cara del rey barbudo y su corona tallada en el mango… las rugosidades de la empuñadura… Casi era el doble de gruesa que el juguete. No digamos si la comparo con mi polla.

La calenté a tope. La dilaté todo lo que puede. Y lo hice. No puedo olvidar su brutal orgasmo… Su forma de gemir, de temblar, de retorcerse… Me impresionó cómo se inflaba el pecho, cómo se agitaban sus tetas, sus espasmos tan bestiales, su forma de abrazarse a mí, de aferrarse a mis brazos, arañándome, de respirar como si se ahogara… …

-. Cabrón, me vas a matar dijo… No era la primera vez que decía palabrotas, pero ahora eran mucho más fuertes. Cabrón fóllame… Méteme la polla y fóllame. Y yo… en la gloria… Evidente.

Y sorpresa, al día siguiente la espada estaba al alcance de la mano… Pedir sin pedir, hablar sin hablar… y mi polla durísima esperando ese momento… Y la giré y justo en ese momento, justo en el preciso instante en que empezaba a correrse, mi polla se hundió en su boca.

Por primera vez no la rechazó… La chupó, la mordió, la absorbió… Se agarró a ella con fuerza mientras se retorcía y me decía mil y una pestes…

Gracias a aquella espada, al puño de aquella espada, una tarde la di la vuelta y en el mismo sofá, la coloqué de rodillas con el pecho apoyado en los cojines… Y desde atrás, estilo perrillo, mientras la masturbaba boca abajo, justo en el preciso instante, me subí encima de ella y apunté a su agujero trasero. Costó trabajo. Se resistió algo. Se agarró con fuerza al cojín y lo mordió. Sí, la hice algo de daño, pero gracias a aquella espada esa tarde la desvirgué el culito…

Y ya no solo se hizo habitual el darla por el culo, sino también hacerlo por los dos sitios a la vez: usar el juguete y mi polla en sus dos agujeritos… o la espada y el juguete, y mi polla en su boca o… en fin se podían combinar de mil formas. 

Un día hablando, justo en ese preciso instante, cuando tenía el juguete en el culito, la espada llenándola el coño, mi polla rozándola comisura de sus labios, y mis dedos chorreando, jugando con el botoncito mágico, se lo dije… ¿te dejarías follar por otro? No respondió. Solo gimió como una loca. Creo que incluso más que nunca. De los días que más, fijo.

Y volví una y otra vez a hacerlo mientras la tocaba, siempre en ese momento, siempre en ese justo momento: ¿te dejarías follar por otro? Y ese día respondió abrazándose a mí, pegando su pecho al mío, apretando mi mano contra su coñito y meciendo su cadera… Si… Si…. Y su orgasmo de nuevo fue brutal…

Luego la calma… y sus explicaciones: -. Tal vez haya dicho que sí muy rápido, me dijo… casi lo he dicho sin pensarlo… pero es que en ese preciso instante… yo creo que me daría igual quién fuera o qué fuera. Solo sé que necesito correrme. Tengo que correrme no sé ni lo que hago ni lo que digo…

Pues hazlo, déjate follar por otro, la contesté yo. Ni hablar, dijo muy segura de sí misma. ¿Y si te lo pido yo? Otra vez respondía que no, que ni hablar, y que si se lo mandaba yo y lo hacía…pues sería como su chulo, la convertiría en una puta.

Esa pregunta se repitió durante varios días más… Y sí, siempre era la misma respuesta: “ni hablar”, pero si se lo preguntaba en ese preciso instante…. Su sí resonaba atronador. Sí, sí, sí...repetía mientras se convulsionaba. Aunque algunos días al “sí, sí, sí” ...añadía un “hazlo, venga conviérteme ya en una puta” …

Y un día, supongo que ya harta, (o no, creo que nunca lo sabré) mientras la tocaba ahí, en ese preciso momento, se lo volví a preguntar… Y esta vez respondió que sí. Jadeando, gimiendo, retorciéndose de placer dijo que sí…. Y cuando se lo repetí, volvió a decir que sí, que lo iba a hacer. Y además lo adornó con un “si es lo que quieres, lo vas a tener… tú mismo” …

Luego algo más calmada, ella me preguntó, que si solo eran fantasías o de verdad tenía tantas ganas de verla follar con otro, o simplemente de que me contara como otro se la había cepillado, que si tanto deseaba que ella lo hiciera... que si… y me miró la polla. Estaba morcillona mirando al techo y eso que solo hacía un par de minutos que me había corrido. Obviamente eso solo podía significar una cosa.

-. Ya verás cómo al final lo consigues, dijo dándome la espalda al levantarse para ir a hacer un pis.

No sé si sonó a advertencia o a amenaza… O simplemente fue la típica frase para que la dejara en paz... O…

Según salía me quedé mirando cómo se movía el culito al caminar. Me imaginé la mano de un desconocido en sus nalgas. No pude parar de tocarme hasta que volvió. Me vio. Cogió mi mano y la apartó. Sabía por qué me la estaba tocando. Nos conocíamos muy bien.

Según me iba a correr, justo en ese preciso instante, me susurró lasciva al oído: “Voy a ser una puta”… Un lametón en la oreja: cornudo… Todo mi cuerpo tembló. La detuve la mano en seco. Contuve a duras penas la respiración.

-. Sigue… Y me atreví a llamárselo… Sigue so puta la dije…

Quería parar y arrancar. Quería prolongar el instante todo lo que fuera posible… Y en ese preciso instante, en el momento exacto, justo antes de empezar a correrse, ya sabes de lo que te hablo, en ese instante en que pueden arrancar de ti tus más íntimas confesiones, tus secretos más inconfesables… Ella había aprendido muy bien mi táctica…

Ella me hablaba…me excitaba... Llegaba al límite y paraba. Como la hacía yo. Y dejaba descansar mi polla unos segundos y volvía a la carga… ¿Y de verdad quieres que se follen a tu novia? Y yo decía que sí…

Y otra vez a la carga… -. Cornudo… ¿y de verdad te gustaría que chupara la polla a otro tío?… ¿En serio te gustaría que me dejara dar por el culo?… ¿Y te gustaría que se corriera dentro de mí?… ¿Y te gustaría que lo hiciera aquí mismo en tu cama?... ¿Y no te da miedo que me guste y luego no pueda parar, que lo haga con cualquiera? Y yo a todo respondía que si… que lo hiciera… que se buscara un tío que la dejara bien follada, que no solo no me importaba, sino que lo estaba deseando…

-. ¿Que estás deseando el qué? Me preguntó picona… ¡¡Que otra polla te reviente el coño!!, respondí casi en voz alta…

Abrí un instante los ojos… Ella también se estaba tocando… Se estaba excitando con lo que me estaba diciendo. Y ya fue demasiado. Terminé por perder el control. Y cuando me lo volvió a preguntar dije lo que quería. Jadeando, gimiendo, casi sin poder hablar dije que quería que mi novia fuera la tía “más puta del mundo”, que quería saber que estaba follada, que quería que ella me lo contara, que quería verla joder con otro, que quería que la pusieran a cuatro patas y se la clavaran como a una perra, que luego quería meter mi polla en su sucio coño lleno con leche de otro, que quería ser un cornudo…

Y se lo pregunté… ¿te estás tocando ahí so zorra? ¡¡¡ Ya sabes que si puto cornudo!!!... Y ya no pude más. La descarga fue espectacular. Me vació del todo. Creo que estuve al borde del infarto. Hasta ella se asustó.

…Este martes pasado no pude abrir la puerta. La llave estaba cruzada. Llamé al timbre. Nada. Alguien había dentro, eso fijo. La música estaba sonando algo más alta de lo normal…

Miré el teléfono: “Cari te espero a partir de las 4 en tu casa”, ponía el mensaje. Y eran las 15.55.

Me encogí de hombros y volví a bajar al cochea por el teléfono. Llamé. Nada. Tuve que esperar un rato.

Vi salir del portal a un tío… Creo que era Marcos. Un compañero de su trabajo. Marcos se la comía con los ojos. Subí como loco las escaleras. Ni ascensor ni nada. El corazón latía a mil por hora.

Llamé, pero no esperé. Introduje la llave. Abrí sin problema. Allí estaba ella. En bata. Despeinada. El maquillaje corrido. Algo sudorosa. Aun algo jadeante, con la respiración agitada.

No hice anda. Ni me moví. Estaba petrificado en el hall. Delante de mí se quitó la bata y la dejó caer en el suelo. Estaba completamente desnuda. Aun tenia los pezones de punta. Un buen chupetón estaba empezando a colorear su pecho derecho. Clavé en ella mi mirada.

Se la levantó con la palma de la mano y la miró. Sonrió. Una suave y lasciva caricia. Me miró indiferente, pero con cierta picardía y dijo ¿no es esto lo que querías?

El corazón me seguía latiendo, pero ahora a dos mil.

Obscena se agachó un poco y se metió los dedos en el coño. Se convulsionó un segundo. Como un espasmo, como un calambre. Sé lo que era. Hacía lo mismo cuando lo tenía muy irritado y se rozaba.

Los sacó brillantes, manchados. Sacudió la mano en mi dirección. Una gotita de “algo” me alcanzó el carrillo, cerca de los labios.

-. Si quieres… ya sabes, dijo señalando hacia su coño con los dedos, aprovecha. Si no, me voy a dar una ducha.

No contesté.

-. En lo que te lo piensas voy preparando el agua. Se giró y se metió en el baño. Tenía las nalgas coloradas, muy coloradas.

Su ropa estaba tirada por la habitación. La cama completamente desecha. El sujetador en un rincón, colgando del pomo del armario. Sus bragas rotas, destrozadas. Oí el ruido del agua caer en la ducha.

oral con mi jefe, en el trabajo.


Lo que les voy a platicar sucedió en el periodo de vacaciones anterior. Había concluido la preparatoria y tuve la oportunidad de ingresar a una carrera universitaria. Sabía de los retos que se venían en esta nueva etapa de estudio, por lo que decidí buscar un trabajo temporal que me permitiera tener un dinero ahorrado para las cosas que llegara a necesitar a futuro en la universidad. 

Encontré el trabajo en una cafetería a unas cuantas cuadras de mi casa. Era una zona de restaurantes, bares, y demás lugares de ocio. Gracias a la ayuda de uno de mis amigos que me fue guiando sobre cómo tenía que hacer eso de buscar empleo (era la primera vez para mí) tuve la oportunidad de entrar a esa cafetería.

El gerente era una persona que fácil (esa fue mi primera impresión) me doblaba en edad. En un principio se mostró un poco difícil, pues como aún no cumplía la mayoría de edad eso le "podía generar algunos inconvenientes" (según sus palabras). Al final quedamos en un acuerdo: me pagaría en efectivo y no me metería en la nómina del personal; no tendría las prestaciones de ley y tendría que doblar turnos en ocasiones. La verdad es que no tenía ganas de buscar algún otro trabajo, me quedaba cerca, no gastaba en transporte y el ambiente me parecía de lo más tranquilo. Nunca pensé que los meseros y quienes preparan las bebidas tuvieran jornadas tan extenuantes.

Tenía poco más de un mes de vacaciones y el gerente, que se llamaba Martín, me dijo que podía pagarme los dos meses siempre y cuando encontrara en mí disponibilidad y ganas de trabajar. La verdad es que sus palabras las tomé como tal, nunca pensé (grave error) que tuvieran alguna otra intención que no fuera sólo laboral. Pero como mujeres, una no es tonta y los hombres evidencian lo que quieren desde el principio, basta con una mirada. Y Martín no era la excepción.

Hoy, casi medio año después de lo sucedido, puedo tacharme de incrédula. Claro que mi jefe me contrató no tanto por verse buena gente si no porque pensó que podría tener algún encuentro íntimo conmigo. Mi primer reacción, durante las primeras semanas de capacitación, fue hacerme la loca, pasar por desapercibida todas sus miradas lascivas disfrazadas de buenas intenciones. La paga era semanal y las propinas que llegaban en días de quincena eran un buen incentivo para mantenerme en el trabajo.

Martín casi me doblaba la edad. Apenas había rebasado los 30 años de edad y se consideraba como una persona que había logrado todos sus objetivos en la vida a base de esfuerzo y constancia. En una de las tantas pláticas que tuvo conmigo mientras me capacitaba, me dijo que él había iniciado como mesero en algún restaurante de poca monta hasta terminar con el puesto de gerente de la cafetería. 

No sé si me lo decía para admirarlo, lo más seguro es que sí; una como mujer sabe que cuando el hombre pretende algo nos vende una imagen, la mejor de sí mismos, la imagen de no rompo ningún plato, la imagen de un caballero de telenovela, la imagen del hombre que logra el éxito laboral por encima de tantos otros hombres. Piensan que ese es parte del cortejo y hay mujeres que comen el anzuelo...

Por suerte a mí no me interesaba nada de eso, ni nada de Martín. Hasta la fecha tengo bien en claro que no quiero nada formal, ninguna relación que estrangule. Estoy en la edad de probar de todo y poco me importaban los cortejos de los demás hombres. Tan sencillo como si quiero coger, lo hago; así sin más y sin necesidad de leernos toda la letanía del otro.

Recuerdo que fue un lunes en la penúltima semana de trabajo cuando, por accidente, llegué temprano a la cafetería. Fui la primera en llegar y al poco rato se apareció el gerente con las llaves para abrir el lugar. Como había tiempo de sobra me ofrecí para lavar el exterior de la cafetería antes de colocar las mesas, disposición que vio de buena manera mi gerente. Me entregó las llaves para ir al cuarto de limpieza por las cosas. 

Después de buscar por todos lados, no daba ni con la escoba ni el recogedor para barrer la acera de la calle. Pensé que quizás la señora Martha, de limpieza, había dejado ambas cosas en alguno de los baños. Pasé al baño de damas y no encontré nada ahí. Pensando que mi jefe se encontraba en otro lado y que la cafetería no abría y nadie más había llegado, se me hizo fácil entrar al baño de hombres. Y sí, encontré el recogedor y la escoba en uno de los compartimientos de limpieza, que estaba ubicado en uno de los baños de hombres. 

No sé si fue porque había tomado muchos líquidos la noche anterior o el olor penetrante de la orina en el baño de hombres, pero de inmediato me dieron ganas de ir al baño. Sabiendo que nadie podía entrar, me metí con las cosas en uno de los baños, me bajé el pantalón de mezclilla negro junto con la tanga del mismo color y me dispuse a hacer del baño. 

Me quedé pensando un rato sobre cómo me iría ese día en la cuestión de propinas; por lo general en los primeros días de la semana no hay mucho movimiento. Había dejado de orinar y cuando me disponía a levantarme para subirme la tanga y el pantalón de mezclilla escuché cómo entró con prisa otra persona al baño de hombres. Pensando en que pudiera ser cualquier otro trabajador, me espanté de que me encontrará allí, así que sin hacer ruido subí los pies a la taza de baño para que así no supieran que me encontraba ahí. De inmediato se escuchó que azotaron la puerta del baño contiguo (casi al mismo tiempo que yo me subía a la taza) y después el sonido de un cierre junto con el clásico sonido cuando se expulsa orina y ésta choca con el agua y la porcelana de la taza de baño. 

Pensé que sólo tendría que estar un momento ahí, que en cualquier segundo la otra persona se subiría el cierre y saldría del baño sin percatarse de mi presencia. Pero, en lugar de irse, parecía que se estaba retrasando más de la cuenta. Silencié lo más que pude mi respiración. En eso se escuchó desde la entrada de la cafetería la voz inconfundible de Juan Carlos, el lavaloza de la cafetería, quien a las afueras del baño gritó que ya había llegado y se dispuso a hacer sus labores. 

Casi de inmediato se escuhcó el sonido de un radio en la cocina, que ambientaba el lugar antes de abrir la cafetería, música que atenuaba el silencio en los baños. Entonces descubrí que la hebilla del cinturón comenzaba a hacer un ruido muy extraño, como rítmico. Mis pensamientos más sucios de inmediato se despertaron. ¿Se estaba masturbando? Aquella escena me dejó casi sin aire. El sonido cada vez se hacía más fuerte y la persona de a lado comenzó a hacer pequeños sonidos, iconfundibles jadeos de placer. Me quedé congelada cuando escuché decir: "qué rica putita eres, Viany", "¿quieres tu lechita, verdad pendeja?" Era la voz de Martín. 

Seguía paralizada por lo que estaba escuchando, mi jefe se estaba masturbando pensando en mí, en que yo le estaba haciendo sexo oral. El sonido, ya inconfundible, de que se estaba jalando la verga imaginando cómo se la mamaba despertó en mí el gozo incontenible del sexo. 

De nuevo me vinieron a la mente todas las posibles situaciones sexuales que podían darse, me imaginé de inmediato saliendo del baño para ir al baño contiguo y comerme ese pedazo de carne que me saboreaba como un manjar sólido, entero y bien proporcionado para alguien que andaba por los 30 años. Mi mente me llevó a imaginar que me cogía en el baño de pie, que me ensartaba ese trozo gigantesco y palpitante en mi vagina ya empapada. "Eres toda una putita" "cómete toda la leche preciosa", seguía diciendo Martín mientras continuaba con su frenético movimiento de mano y yo me descubría ya a esas alturas tocándome mis pechos con el mayor de los sigilos posibles. "Me corro, Viany, me corro... ¡aaahhh!" escuché enseguida a la par del sonido de lo que supuse fue semen que caía en el agua de la taza del baño. Eso provocó que mi vagina estuviera totalmente empapada. Nunca antes había escuchado a alguien masturbándose pensando en mí, en todas esas cosas sucias que me decía imaginándome recibiendo su semen en mi cara. 

Desde la ocasión en que se lo había echo a la fuerza a mi profesor de inglés, habían sido pocas las veces en que había repetido el sexo oral; no me llamaba tanto la atención y la vez del profesor fue más por interés que por gusto. Pero lo que acababa de pasar con mi jefe era totalmente distinto, Martín había despertado mi placer por el sexo oral, la necesidad de comerme una verga, de tenerla en mi boca y de sentir ese líquido viscoso recorriendo mi garganta. Podía declararme una puta consumada cuando lograra satisfacer esa parte de mí que había despertado esa escena de masturbación. Martín, casi de inmediato, jaló la llave de agua de la taza, salió del baño contiguo, se escuchó cómo se lavó las manos y cómo salió del baño. 

No me lo pensé dos veces: aprovechando que aún tenía abajo el pantalón y la tanga, tomé asiento en la taza, abrí las piernas lo más que pude, lamí dos de mis dedos con la lengua y me los metí de inmediato en la vagina, una vagina húmeda y caliente como pocas veces la había sentido. La acción de haberme llevado los dedos adentro de la vagina provocó que mis pezones se pusieran duros de inmediato; con la otra mano que tenía libre me apretaba uno de los pezones y lo giraba enloquecida mientras me seguía metiendo los dedos en la vagina, entrando y saliendo de ésta cada vez con más desenfreno. 

Me dejó de importar si alguien entraba al baño y me descubría dedeándome; el placer me había controlado y como en todas las demás veces, cuando el placer me controla no hay nada que me detenga hasta llegar al clímax. A los tres minutos de seguir así, me llegó el orgasmo con un gemido que tuve que callar para no evidenciarme adentro del baño. 

Al poco rato salí del baño con la esperanza de que nadie me viera salir de ahí. Por suerte no se encontraba nadie. Al salir a la calle me encontré con Martín, quien me miró y me preguntó dónde estaba metida. "En la cocina", fue lo primero que se me ocurrió. El resto del día transcurrió de forma habitual, salvo con la diferencia de que evitaba a toda costa coincidir en algún punto de la cafetería con mi jefe. No quería mirarlo, pues sabía que me evidenciaría yo misma. Por suerte no tardaron en llegar los primeros comensales, lo que me distrajo de lo que había sucedido en la mañana. Al menos, eso creía. 

Al terminar la jornada de trabajo, nos dispusimos a levantar todo para el día de mañana. No hubo mucho movimiento y en cuanto a las propinas apenas si había juntado cien pesos (casi nada). Terminando mis labores me quedé platicando un momento con Cristina, la cajera de la cafetería, y fue ahí donde mi jefe me mandó a llamar. Me pidió que fuera a un pequeño almacén que le funcionaba de oficina a Martín. Mientras caminaba al lugar me pregunté para qué quería verme, sólo me llamaba para pagarme al final de la semana, pues todo lo demás me lo decía conforme pasaban las cosas. 

Entré al pequeño cuarto y ya me esperaba sentado. Mi pidió que tomara asiento casi frente a él. Sólo nos separaba un pequeño escritorio que le funcionaba de despacho. No terminé de sentarme cuando Martín fue directo al grano: "Voy a tener que hacer un recorte de personal, no nos ha ido bien los últimos meses". Me quedaba sólo una semana más antes de entrar a la escuela y sospeché de inmediato que me lo decía para correrme. Confirmó mis sospechas cuando dijo "Y bueno, quedamos en que sólo te iba a contratar en vacaciones". 

Me puso un sobre encima del escritorio donde venía un dinero que él consideraba de "liquidación", una propina cualquiera esperando que con ello yo no me enfadara y le pidiera trabajar lo que resta de la semana. Tomé el sobre, saqué el dinero y lo guardé en mi pantalón. "Ya no es necesario que te presentes mañana". Fue una bofetada de realidad, de desecho, pero también la oportunidad que esperaba para no volver a verlo jamás. 

"Si esto es todo, entonces sólo me despido". Le dije mientras me levanté de la silla para rodear el escritorio y llegar hasta donde él estaba. Él giró su silla, de manera que lo tenía de frente y yo de inmediato me puse de rodillas para abrirle el pantalón. "¿Qué carajo haces?" Dijo pero yo ya había bajado su cierre y metido mi mano dentro de su pantalón. Le saqué la verga, que no se encontraba erecta, lo miré y le dije: "despidiéndome". Martín entendió de inmediato, y bueno, a esas alturas cualquier hombre hubiera entendido. Seguí jalándole la verga hasta que alcanzó una erección suficiente para acercar mi boca. 

Mientras lo veía, pasaba con delicadeza la punta de mi lengua. Él se llevó las manos a mi cara, para tocarla mientras lo miraba. Su pene ya se encontraba bien erecto cuando decidí comerlo poco a poco. De inmediato se escuchó un espasmo de mi jefe. "No mames, Viany, si supieras cuánto tiempo llevo pen..." "lo sé", lo interrumpí para volver a llevarme su verga a mi boca. Con cada mamada la verga de mi jefe se ponía más y más dura, noté cuando algunas de las venas de su verga se hinchaban lo que me garantizaba un placer inmediato. Mi vagina volvía a estar igual de empapada y me mojé más cuando Martín tomó la iniciativa y llevó su mano izquierda a mi cabeza y con su mano derecha sacó su verga de mi boca para dirigirla y golpearla sobre mi cara. 

"¿Esto querías, verdad, putita?" "Sí, jefe, esto quería..." le dije mientras él dirigía y me llenaba la boca con su verga. Pronto uso sus dos manos para meterme más profundo ese trozo de placer hasta la garganta, acción que casi provocó que me atragantara. "Déjame hacerlo a mí", le dije y él entendió que fue muy brusco. Saqué su verga para escupirle y con mi mano derecha comenzar a jalársela al tiempo que lo veía y sacaba mi lengua alrededor de mis labios. Sabía que estaba a punto de correrse por su mirada, él quería que siguiera mamando pero temía por correrse de inmediato. 

Vi en su mirada pedir clemencia, ir despacio para que él conservara en la mente una mamada de lujo, tenerme el mayor tiempo posible ahí. Pero no cedí. Seguí jalando su verga y me excité más cuando él me pedía que parara. "No, por favor, me voy a venir". "Vente en mi boquita", le dije al tiempo que me llevé la verga a la boca y se la mamé frenéticamente hasta que, en cosa de segundos, sentí cómo ese líquido viscoso me tocaba la boca hasta lo más profundo. "Aaaahhhh!" Fue lo único que alcanzó a decir Martín. Yo me saqué la verga de su boca y con los dedos de mi mano derecha limpié los restos de semen de su trozo de carne para llevármelos a la boca y chupar de placer. 

En cuanto él se recostó sobre su silla, dejando su verga al aire, me levanté de inmediato y salí de su despacho lo más rápido que pude. Lo tomé por sorpresa y tardó más en levantarse que en yo salir corriendo de la cafetería. Estaba en la esquina cuando alcancé a escucharlo, así que corrí más aprisa. Llegué a casa y con el poco dinero que tenía ahorrado, les platiqué a mis padres que mi jefe había decidido liquidarme. Por suerte el sobre venía escrito así "liquidación", por lo que ya no tendría que volver a verlo. Mentiré si digo que Martín me buscó. Lo hizo muchas veces pero siempre le daba escusas y largas. 

Lo planté un par de ocasiones más hasta el punto en que mis papás tuvieron que interceder para decirle que si seguía insistiendo lo demandarían. Mis papás nunca supieron por qué me seguía y yo les expliqué que él quiso aprovecharse de mí. Al entrar a la universidad mis horarios cambiaron y quizás Martín entendió que sólo había sido esa ocasión. A la fecha no he vuelto a verlo y procuro no volver a pasar por la cafetería. 

Esa es la historia, y a hora que la escribo, debo confesar que me sigue excitando. No sé ustedes, pero yo dejo aquí este relato. Y me voy al baño...