miércoles, 14 de febrero de 2018

Esther y Amalia


Esther y Amalia eran amigas de unos 10 años antes ella vivía en un pueblo a unos 55 kilómetros de nuestra Ciudad. Es una mujer bastante agraciada de 1,70 cm de estatura morena y con buen cuerpo, había quedado viuda con 38 años de su marido Ernesto que había fallecido de una enfermedad grave ya hace 6 años, y estaba vendiendo la finca donde vivió Ernesto ya que él se dedicó a las labores agrícolas, mi mujer le decía que se viniese a la Capital y que mientras encontrara vivienda se podía venir a casa.

Esther le contaba a Amalia que desde que enviudo no había estado con un hombre además estaba sola porque su hijo se había ido a Londres con su novia a trabajar como médico que era, ella es una mujer de 1,70 cm y un cuerpo muy bien conservado, le decía a mi mujer que se consolaba masturbándose porque donde ella vivía no quería por lo que dijeran la gentes, y le dijo me parece que se me ha cerrado ya de un usarlo.

Amalia le conto que ella desde que yo sufrí la enfermedad, que con mi consentimiento tenía dos amantes fijos, porque desde que empecé con la menopausia tengo más ganas de follar que antes y Juan el pobre no puede con que Rafael y Manolo son los que más follo, Rafael tiene una polla de 23 cm, además que es un tío con mucho aguante y con la forma de follarte que tiene parece su polla una batidora dentro de tu coño y cuando te suelta su leche es una vaca te inunda toda por dentro, y Manolo es todo morbo con la polla algo más pequeña pero poco más gorda te folla en cualquier sitio o posición, Esther le decía Amalia con lo que me has contado me estas poniendo muy caliente y me estoy dando en mi pipa, cuando podemos quedar me voy para tu casa y a ver qué pasa, si quieres mañana jueves y te quedas los días que quieras, solo es que si conoces aún ginecólogo para que me ponga un DIU, porque yo no puedo tomar pastillas yo tengo todavía mis reglas y puedo quedar preñada rápidamente y más con el hambre que tengo de leche. Jaja, y quedaron para el día siguiente que mi mujer quedo con su ginecólogo el cual le puso a Esther el DIU, yo cuando la vi y me contaron lo que iban hacer le dije a mi mujer “Ya vas a meter a tu amiga en tu ambiente y contesto ya ves la pobre lleva más de 6 años si polla” yo les dije pues adelante vosotras que podéis yo voy a aprovechar y me voy ir de caza con unos amigo y hasta el lunes no parezco por aquí”.

Amalia llamo a Rafael y le dijo “Rafa porque no te vienes a casa mañana Viernes y estas aquí conmigo todo el fin de semana tengo muchas ganas de que me folles estoy pensando en tu polla y estoy con el coño empapado y además te tengo reservada una sorpresa “le dijo mañana estoy allí temprano porque yo también me duelen los huevos de leche acumula que tengo” con Manolo también le dijo lo mismo y quedo a las 10 de la mañana del viernes, se presentaron los dos a la vez y coincidieron en el portal de casa cada uno con su cosas en un fin de semana y se comentaron, “Oye también a ti te ha dicho Amalia que vinieras que necesitaba polla, esta tía es incansable, decía Rafael y Manolo le dijo que sí que quería todo el fin de semana y que tenía una sorpresa”.

Mi mujer y Esther estaban esperándolo solo con unas camisetas sin bragas ni sujetador, cuando mi mujer abrió la puerta Manolo le echó mano al coño diciéndole ya estamos aquí dos machos para follarte, tía cachonda y mi mujer le dijo espera que tenéis otro agujero que tapar jaja y se presentó Esther que había dejado en la mesa del salón una tostadas con jamón, cuando la vieron se quedaron con la boca abierta, mi mujer les dijo es mi amiga Esther a ver cómo me la cuidáis que la pobre lleva 6 años si follar, se besaron y se sentaron en el salón, Esther con Rafael y mi mujer con Manolo a desayunar, estando en ellos Rafael y Manolo empezaron a besarlas y tocarles el coño, Manolo decía a mi mujer tu como siempre con el coño encharcado, mi mujer empezó a acariciarle la polla, diciéndole venga a ver si se pone tiesa y me la metes ya y déjate de cuentos.

Rafael le estaba dando con su dedo en la pipa a Esther” ay que gusto cuanto tiempo sin sentir una mano de un tío en mi coño que gusto madre” entonces Rafael le dio la vuelta y abriéndole las pierna empezó a comerle el coño, Esther le cogió la cabeza y empezó a decir “ me corro ostia que gusto que me corro que me corro ayayayaya, y le lleno toda la boca a Rafael “ este estaba con la polla como un palo de tiesa se levantó y se la puso a la altura de la boca con lo cual Esther empezó a pasarle la lengua por su capullo, hasta que se la metió entera ,joder que boca más caliente tiene tu amiga Amalia, ella se la estaba chupando a Manolo, Rafael cogió de la mano a Esther y se la llevo para nuestro dormitorio y le dijo a Esther ponte a cuatro patas que será mejor para metértela y Esther le dijo ten cuidado que ese lleva ya más de 6 años si tener un pedazo de carne dentro y aunque esta empapado de mi corrida por dentro está cerrado, no te preocupes dijo Rafael y empezó a darle en la pipa con un dedo y restregando su capullo por los labio húmedos, hasta que se lo puso en la puerta y empezó a empujar ya le tenía casi el capullo enterrado, te duele decía Rafael ella un poco pero sigue, sigue se va abriendo poco a poco, ya le tenía metida casi la mitad, Esther decía “mi estoy corriendo con solo la mitad muévete despacio ay, ay que gusto que buena polla me va a volver a estrenar, sigue sigue, mas, más que gusto mira cómo se va mojando más me estoy corriendo” a esto que entra mi mujer con la polla de Manolo en la mano diciendo como va eso chicos y le dio un empujón en el culo a Rafael lo que hizo que se la clavara a Esther entera lo que provoco un grito espantoso cuando le llegó hasta el fondo, Rafael decía” perdona ha sido Amalia que me ha empujado en el culo, joder con Amalia, pero no la saques déjala un momento hasta el fondo y muévete despacio poco a poco lo que Rafael aprovecho para moverse como hace con mi mujer ella decía más, más joder ya está abierto otra vez follame, follame me vuelves loca follame quiero polla, polla más polla me corro llevo tres corridas más, mas polla, Esther estaba fuera de si y más caliente viendo a mi mujer a cuatro patas y Manolo fallándosela, Esther dijo ya que tengo el coño abierto porque no intercambiamos y así lo hicieron, Manolo se puso detrás de Esther y Rafa detrás de mi mujer empezaron como locos a fallárselas, hasta que Manolo no pudiendo más dijo me puedo correr dentro a lo que dijo claro Esther con un empujón empezó a correrse

dentro de Esther, esta al sentir la leche de Manolo también se corrió, y mi mujer viendo las lágrimas de gusto de Esther le dijo a Manolo sácala y que se la meta Rafael y que le leche también su leche, se la saco a mi mujer y se la metió de un golpe Esther chillaba al sentir toda la polla de Rafa dentro hasta que empezó a decir me corro me corro toma toma leche viudita caliente y empezó a soltar una barbaridad de leche pero no paraba Esther decía coño que me va a salir por la boca cuanta leche, jamás se ha visto mi coño tan lleno vaya dos polvos, Rafael se quedó con su polla dentro dejado caer sobre la espalda de Esther, mi mujer decía la próxima yo, vamos a ducharnos y si queréis nos vamos a tomar algo por ahí, y luego seguimos.

Luego estuvieron hasta el domingo por la tarde follando, Esther que tuvo que volver a su pueblo a vender su finca se vino a vivir una temporada con nosotros, y follo aparte con otros amigos de mi mujer, incluso a mi me la chupo más de una vez.

La Arquitecta


Desde hace tres años trabajo como abogado en una empresa inmobiliaria, mi jefe me la presento al segundo día de trabajo; la arquitecta, es una mujer llenita, de un 1.65 de estatura y con tacones más, de cabello lacio negro, ojos rasgados, labios finos, piel apiñonada, pechos medianos y unas ricas caderas, toda una hembra choca.

Desde que la conocí siempre le he estado coqueteando, nunca ha pasado de un beso robado, y algún faje al calor de las copas en las fiestas de la compañía; ayer, después de varios días de no bajar a su área, me marca a la extensión de la oficina:

ARQUITECTA.- Guido, no encuentro a tu jefe y tengo un problema jurídico aquí.

GUIDO.- Si, arquitecta; solo término una demanda y subo.

A.- Deja lo que estés haciendo, me urge que subas o se nos cae un proyecto.

G.- Esta bien voy, pero eso te va a costar el desayuno.

A.- Sube y mando a Mary por el almuerzo.

G.- Ok, voy.

Dejo lo que tengo estaba haciendo, y subí haciendo, haciendo tiempo; la muy canija como realmente me necesitaba me fue a encontrar a las escaleras; a lo alto, por lo que podía admirar sus botas negras de piel, unos leggins negros pegados y su chamarra de piel negra:

A.- Ándele, apúrale que no tengo su tiempo, ya que no está aquí su jefe, pues alguien tiene que resolver.

G.- Ya voy, ya voy.

Al entrar a su oficina, puedo admirarla plenamente; se quita la chamarra y admiro su juego de aretes de Ámbar y me pierdo observado el dije que hace juego en medio sus pechos, debajo trae ella trae una blusa negra de tela transparente, un sexy brassier de tipo brelet; sentí que mi verga pararse de la excitación y querer poseerla en ese momento, a lo que su voz me rompió la concentración.

A.- Hey, muchachito; la plática es aquí.

G.- Es que la neta, hoy Te Vez Bien Buena

A.- Ya después me matas un pollo, me urge resolver este problema, para ir a la municipalidad.

G.- Ok, concentrémonos en el problema.

Nos topamos con un mal criterio de aplicación de una Ley, que bajara en unos 15 minutos y le tendría los argumentos para su reunión y algunos tips. Baje rápido y argumentar y fundamentar, en cuestión de minutos ya tenía el proyecto listo, justo cuando ella bajo por él.

A.- Ya está mi proyecto.

G.- Aquí esta

A.- Bueno me lo llevo, adiós precioso.

Se acerca a darme un beso en la mejilla, y como estaba sentado en la silla mi escritorio, se agacho para dármelo, pudiendo admirar como ese dije colgaba y me invitaba a perderme en cueva que formaba su blusa y dos lindas estalactitas oprimidas por su brassier, ella muy coqueta se paró y se fue a su reunión.

No podía quitarme la imagen, de cómo iba vestida y mucho menos el deseo de subir a su oficina, cerrar la puerta y ponerme a espalda suya, comenzar a masajear sus hombros, su cuello, masajeando su espalda con crema y aceite, buscando relajarla y poder colar mis manos entre su blusa, disfrutando el contacto de mis manos con su piel, respondiendo su rostro de placer que proporciona el masaje.

Colocando mis manos en sus hombros, lentamente empiezo atacar el frente, a la altura de su tórax, respetando el perímetro permitido por el bralet, convenciéndole que se sentara sobre su escritorio, y amablemente concederme quitarse la blusa, la abrazo y la recuesto lentamente al unísono caer de folder, papeles y lapiceros que tenía allí, comenzando a besar su frente, sus ojos, sus mejillas, los lóbulos de las orejas, su mentol, y besando muy suave sus labios, disfrutando el aroma y de sabor de su bile sabor cereza.

Pasando de besos suaves a besos apasionados, donde nuestros cuerpos respondieron a cada impulso, imaginar sentir las uñas de sus manos sobre mi espalda cubierta por la camisa, apretándome hacia ella; decidí empezar a besar su cuello y con mucha precisión sobre la vena yugular, al escuchar un pequeño gemido, sigo recorriendo mi camino y mis labios cada vez más van acercándose a ese dije, del que tanto les eh hablado.

Más no quise engolosinarme, aunque la curiosidad es apremiante en descubrir cómo estaban coronados esos lindos senos, de que forma seria esas ricas cerezas que ya se marcaban por la excitación del momento.

Pase de largo, enfocándome en su vientre, e imaginado que en lugar de esos leggins, fueran esos pantalones entallados de piel, con cierra a los lados, bajarlos y poder disfrutar de la maravillosa vista de esta tanga negra, besando la piel blanca de sus ante piernas, subiendo por sus rodillas cruzando por sus muslos y mi comenzando atacar su entrepierna, sus ingles, percibiendo el aroma de su fogosidad y mi curiosidad de saber si esta totalmente depilada o mantiene su depilación tipo bikini, ya sus labios pareciera que tuvieran hambre, o fueran retenidos por un hilo muy negro.

Labios que beso apasionadamente, muerdo y degusto, siendo correspondido por su humedad y la sensación de sentir su clítoris hinchado al rozar de mi lengua; sus gemidos de placer retumban en mis oídos, no importa si se escucha en todo el piso, en toda la oficina, su cuerpo arqueado y sus manos aprentando mi cabeza en busca de mi lengua llegara más al fondo, eran premiadas con oleadas de humedad.

No sé cuántos orgasmos tuvo en ese instante, más su cara rojiza, sus ojos cerrados, su boca entre abierta con su respiración super agitada, más el sentir de su pulso a punto de mil, decidí bajarme el pantalón y el bóxer, dejando libre mi pene, sobándolo entre sus labios, pareciera que estos le besaban, y sus palpitaciones comenzaban a devorarse el glande, la penetre lentamente, casa paso era coronado por un gemido, por hay de placer de dolor, liberando sus senos del bralet y gozándolos como tantos deseos tenia de comérmelos, haciendo el amor de varias poses sobre su escritorio, disfrutando la final su espalda y sus brazos estirados dando vista al techo, comencé a comerme ese rico trasero, primero lento, luego fuertemente, sus gritos de placer me hacían pensar que ya lo sabía hasta la recepcionista y no tardaban en entrar los de seguridad para saber sino la estaba matando; mientras su dije bailo toda la tarde.

Terminamos extasiados y oliendo a sexo toda su oficina; me siento sobre el escritorio y ella en su silla, ella desnuda y con su cara picara, comenzó a masturbarme para luego devorar mi pene, chuparlo, lamberlo hasta saciar su sed de hembra ardiente.

Dieron las ocho de la noche, mi celular rompió el encanto de esta fantasía.

Al día siguiente me tope a la Arquitecta en el elevador, iba de jeans azules, suéter y blusa azul celeste, el cabello suelto planchado, muy guapa. Nos besamos entre la comisura de los labios.

G.- Que guapa viene usted hoy.

A.- Hoy no vengo, sensual como ayer.

G.- No, ayer se veía muy buena.

A.- Si, solo me falto la máscara de látex y mi látigo.

Los dos reímos y mi imaginación se hecho a volar de nuevo.

Todo queda en casa


Aquella noche cuando llegué a casa encontré muy alterada a mi querida compañera de vida, y juegos sexuales, tras un breve interrogatorio en el que poco le saqué... “ Salvo que pasara lo que pasara ella me quería....”; nos fuimos a la cama, y tras acabar de follar encendí la luz, acerté a ver en la espalda de mi mujercita unos fuertes arañazos...

Una vez ya descubiertos mi mujer me contó una truculenta historia que ha traído el título de ésta historia.

Entre los sueños eróticos que tenía y tiene mi mujer era lo de hacérselo con un hombre mayor por aquello supongo del complejo de edipo y aunque yo también tengo los sueños de hacérmelo con dos mujeres y hasta con un hombre por ver eso del toma y daca, pues no dejan de ser sueños o frustrados deseos.

El caso es que Dolores, mi mujer, viajando en autobús tuvo un encuentro con un hombre de unos 55 años, que no solo se limitó a los tocamientos y restregones sino que ambos terminaron en la cama.

Para desgracia de mi mujer quien se enteró de tales maniobras, fue nuestra vecina y portera, pues por casualidad encontró la puerta abierta de la calle y entró creyendo que habían robado en la casa descubriendo el pastel que se traían Dolores y Cristobal.

Como es una lesbi en busca de pareja y con un cuerpo de quitar el hipo, chantajeó a Dolores con decirmelo a mí, sino se plegaba a sus deseos, que podeis imaginaros cuales eran.

Y así tenéis a la Dolores manteniendo dos relaciones a mis espaldas y ante la cual y según las circusntancias pues a veces se volvían un tanto escabrosas, pues ambos amantes no querían compartir la presa y los resultados es que Dolores llevaba casi todas las plegarias de tan dolorosa oración.

AL escuchar aquella historia , lo cierto es que no sabía si hostiarla, abrazarla y mimarla por lo que estaba pasando, o pasar a la venganza que podía traer a la casa el que todos pudieramos realizar nuestros sueños.

Pensado con paciencia eso fue lo que acordamos y trazamos un plan que se resumía en tener a ambos amantes de mi esposa a disposición de todos y así satisfacernos todos.

Uno de los días que subía hacía el piso, escuche la cantarina voz de Aurelia, portera y vecina, que debía estar fregando las escaleras, subí pues despacio y en un recodo allí ví aquel pandero marcado en la fina bata que dejaba bien marcadas las costuras de sus estrechas braguitas, contemplé pues como se meneaba aquél culito y fui masajenado mi querido prepucio para el asalto.

Cuando ya reculaba hacia uno de los oscuros descansos de la escalera, a salvo de miradas indiscretas, me arrojé sobre mi querida lesbiana, y levantandole su fina bata, busqué aquel virgen coñito, mientras ella peleaba por librarse de aquel violador. Lo cierto es que su postura a cuatro patas me había venido bien para poder bloquearla, un brazo por encima llegó directamente a sus tetas, firmes y suaves, y mi otra mano buscaba apartar aquellas estrechas bragas para encalomar mi cipote enntre aquellos pelitos.

Ella se revolvía, aunque a cada meneo me dejaba mejor la faena, mi cipote buscaba desesperado aquel chochito y tropezaba cuando con un muslo cuando pasaba por debajo de la raja, en esto que Aurelia con su mano llena de jabón quiso cojerme la punta no con buenas intenciones, pero en cambio lo que hizo fue lubricar bien toda aquella zona, con lo cual mi querido “prepucio” entró como una exalación en aquél estrecho coño.

Verse inundada de aquel pedazo de carne, y comenzar los retorcimientos, hasta estrangular mi polla, fue uno, eso si para delirio mío que nunca había sido ordeñado de aquella forma, al final para que la Aurelia se quedara quieta y me dejara descargar toda mi lechecita tranquilo, le solté quien era y porqué le hacía esto, ósea donde las dan las toman, y ahora le tocaba a ella quedarse quietecita y absorber toda mi líquido fruto; lo cierto es que así lo hizo y se dejó inundar hasta la saciedad, luego cogiéndola del pelo, pues aún se mostraba arisca le enchufé mi flácido príapo para que le diera unos cuántos lametones y supiera el sabor de una buena polla, tan acostumbrada como estaba a los conejos.

Luego una vez ya refocilados la cité para el día siguiente en mi casa a eso de las 11 de la noche, donde también le dejaría la puerta abierta....

La segunda parte del plan era pues coger por las pelotas al Cristóbal y hacerle cantar la praviata. Mientras daba satisfacción de unos de mis sueños en de encalomar a un hombre. Convine con Dolores que citara a Cristóbal a eso de las 10 de la noche para un polvo nocturno, puesto que yo andaba de viaje.

Me escondí en la casa, y ya cuando sentí los primeros ayes de Dolores, salí silenciosamente de mi escondrijo, y allí estaba el tal Cristobal un fornido paisano con una admirable grupa cañoneando a cuatro patas a mi mujercita la mar de bien, con un no menos despreciable proyectil; sacó su balano del caliente conejo de Dolores y empezó a babear el culito de ésta, que se negaba a que su  querido Edipo le traspasara aquella frontera, que hasta a mí me había sido negada,

Lo cierto es que Dolores como se esperaba la situación estaba más que salida y los sobeteos de aquel largo y fino pirulazo en su sensible coño, hacían que no opusiera mucha resistencia; y allí vi como el fino proyectil se iba abriendo camino entre las ancas de mi señora, que pedía a Cristobalito que se las abriera para encajar mejor toda aquella barahúnda de carne que se le venía dentro.

En ello estaba el Edipo cuando se agachó para masajear las pequeñas tetas de Dolores, dejando al descubierto una potente grupa y un sudoroso ojete que se abría y cerraba al son del gusto que le daba estar encima de la Dolores.

Yo estaba ésta vez ya desnudo y con un buen taco de vaselina en la polla, para no errar en la maniobra; cuando Cristobalito estaba más emocionado con el polvo, me lancé encima de la cama y allí cogiéndole los huevos para que no se me meneara en exceso, le ensarté en un santiamén mi polla en aquel deseado culo, para sorpresa del agredido que no sabía si salir raudo con aquello ensartado o liarse a manporros...

Optó pues proseguir acabalgando a Dolores que ahora disfrutaba doblemente de la situación, y mientras yo seguí cabalgando a tan fornido amante de mi mujer a la vez que invitaba a la recién llegada Aurelia a hacerse un hueco donde más le apeteciera, pues ya éramos como de la familia y además ahora todo quedaba en casa

Pablo y yo


Soy Margarita.
Pablo es un conocido que me cita en su casa para un encuentro, supongo que amoroso porque nos atraemos mutuamente.

Pablo me hace pasar al salón y, mientras camino delante de él, noto que observa cómo muevo las caderas y nalgas. Sé que le excito.
Estamos en el salón. Nos volvemos a besar en las mejillas, pero pronto comienza a besar mis párpados, mi frente, la nariz, los labios, la barbilla, el cuello... Aquí se entretie­ne más: con sus labios va recorriendo toda la superficie de mi garganta: yo estoy entregada a él. Sus manos, que hasta ahora me sujetaban por los brazos me levantan la falda por la parte de atrás y acarician mis nalgas, y la piel de los muslos, y noto que está disfrutando de lo lindo. Le noto muy excitado; yo desde luego lo estoy y comienzo a sudar ligera­men­te. Él me besa en la boca con dulzura, con ternura: yo le respondo de igual manera, aceptando sus labios y su lengua con deleite.

Mientras estamos así, él aprieta el bulto que hay bajo su pantalón contra mí: está tremendamente duro y eso me excita más todavía. Él también parece más entusiasmado y sus manos avanzan buscando lo que yo puedo ofrecerle: su mano, subiendo por mi vientre, adivina ya el inicio de los senos dándose cuenta de que no llevo sujetador y esto hace que se recree en su tacto, no dejando ni un milímetro de piel sin acariciar, lo que hace que la mía se erice y los pezones se me pongan duros como canicas. La presión de su mano sobre mi pecho hace que vibre del placer que siento: Pablo sigue jugueteando con mis senos, regocijándose en ello. Estoy segura de que aprecia el que haya venido sin sujetador.

El roce continúa. También el del bulto de su pantalón contra mi falda. Su otra mano se suma al juego y participa del mismo entusiasmo que la otra. Estamos así unos minutos en los que sus manos acarician por completo toda la superficie de esos dos trofeos que he puesto a su alcance; luego sigue el entretenimien­to con su boca: a través de la blusa, acaricia los pezones con los labios, y luego los mordisquea ligeramente con los dientes: no puedo evitar un gemido de placer.

Apoyando mis hombros hacia abajo hace que me ponga de rodillas, quedando mi boca a la altura del bulto que, ostensible­mente, brota del pantalón, apretándolo contra mi cara. Al principio no me apetece, pero acaba convenciéndome de que acepte.

Él está muy excitado, y al bajarse los pantalones puedo ver el enorme falo que brota de entre sus piernas, descomunal como un coloso, húmedo y rojo de excitación; parece poseer vida propia porque avanza hacia mí atraído como los metales por el imán, y no me queda más recurso que abrir la boca y aceptar aquel desmesurado miembro que parece a punto de estallar.

Con el contacto, Pablo se estremece con un espasmo extraordinario. Adivino que es lo que él buscaba: una posición de dominio absoluto sobre mí, en una especie de humillación tácita, porque sabe que a mí esto no me gusta demasia­do, pero si quiero gozar de él como a mí me gusta, debo complacerle; además no es la primera vez: al fin y al cabo no soy una novata.

Tras un rato en esta posición: él de pie, yo de rodillas con su pene en la boca, me tumba en el suelo. Ahora estoy boca arriba y él sobre mí con el miembro metido en mi boca. Me coge la cabeza con las manos y la agita con un movimien­to de vaivén, consiguiendo un coito bucal o una paja con la boca. Para disfrutar más de su posición me pide que le mire, así parece sentirse dominador porque sus temblores se intensifican. Llega tan adentro que a veces noto su capullo rozándome la campani­lla.

Está ante un orgasmo y me lo dice. Intento coger sus manos para que deje de apretarme la cabeza pero él las rechaza, e incluso me sujeta más fuerte. Debe estar próximo porque noto el sabor salado de las primeras gotitas, aunque no ha llegado todavía el momento final, pero noto que sus sacudidas se aceleran y que agita más fuerte mi cabeza en el momento cumbre en el que tiene lugar la eyacula­ción: un potente chorro de esperma que se inyecta en mi garganta, un caudal como no podía imaginar, tan copioso que me pilla desprevenida y al atragantarme intento retirarme logrando con ello que parte del torrente me caiga en la cara y el pelo.

Ha dejado de agitarme la cabeza para menear la pelvis contra la cara, en busca de la conquista final del orgasmo que ha tenido y al que yo no he sido ajena. Yo también me he corrido. Estamos como paralizados. El miembro de Pablo todavía está dentro de mi boca, chorreando y desmayado. Me dice que se lo lama bien, para limpiarlo. Luego me lavo la boca y la cara.

Puestos de pie otra vez, me coge por la cintura. Le comento que es una pena que no nos hayamos decidido antes a tener aquel encuentro. Sigue abrazándome, y pasando la mano bajo la falda me acaricia los muslos y la entrepierna. Mientras seguimos besándo­nos le acerco mis pechos, rozándole con ellos, lo que le excita porque vuelve a acariciar ese manjar con el que todos los hom­bres sueñan. Sus roces y pellizcos me excitan: noto los pezones erectos de nuevo y él sigue magreándolos mientras yo me dejo hacer.

De vez en cuando mete una mano por debajo de la falda, palpando e investigando; cuando me aprieta las nalgas avanzo la pelvis hacia él, como si estuviéramos haciendo el amor, que es lo que deseo en estos momentos: dejarme penetrar por esa maravilla que he tenido el privilegio de contemplar y saborear. Estos movimientos le excitan más aún y el falo tantea la entrada de mi nido de amor, incluso a través de la falda; un nido dispuesto a dar cabida al águila palpitante que quiero que sea el miembro de Pablo, que no descuida ningún aspecto pues sus manos no abandonan mis tetas y eso aumenta la agitación que siento.

Su técnica es sistemática: ahora me acaricia una pierna, subiendo, con la palma de la mano abierta, hacia el muslo y luego poniéndola sobre el sexo; a través de la braguita, puede notar la humedad que me invade. Sin poder aguantar más, subimos a la habitación.

Mientras subimos las escaleras de la casa él me acaricia los muslos, desde la rodilla hasta la entrepier­na. Entramos en la habitación: él vuelve a acariciarme los pechos a través de la blusa mientras yo vuelvo a correrme. Al principio magrea mis tetas con delicadeza, con afecto; luego, con la excitación, aprieta con más fuerza.

Yo me desnudo y estrechamos nuestros cuerpos. Él mete un poco sus dedos en la vagina, lo que me hace estremecer de gusto poniéndome la carne de gallina: quiero que me tumbe en la cama y me posea.

Nos besamos con pasión, con ardor; yo me ofrezco a él para que me tome sin más dilación, y él responde con insultos, pero no me importa si con ello logro hacerle recuperar la erección y complacerme. Él responde metiendo más los dedos y yo avanzo más mi cuerpo para que los dedos entren más adentro todavía. Vuelve a insultarme, poseído por el deseo, pero sigue sin levantársele. Para mi fastidio hace que se la vuelva a chupar, para reanimar ese animal que ahora yace sin vida, pero todo sea por un buen polvo. Comienzo a lamer el capullo, pasando la lengua por toda su superficie, metiéndolo en la boca como si fuera una piruleta o un polo, hasta que el animal comienza a revivir como el ave que resurge de sus cenizas: más fuerte y potente que nunca. Confieso que para mí es un asco, pero no hay como una buena mamada para que un hombre desfallecido y cansado recobre el espíritu de lucha y el ánimo de volver a comenzar. Pablo está de nuevo tieso como un mástil, presto para la batalla, una batalla que espero que comience enseguida, porque estoy deseando sentir esa máquina de lujuria dentro de mí. Pero no quiere que lo deje y me obliga a seguir con el aparato en la boca. No quiero pensar que este hombre no la sabe meter y que se conforma con que se la chupen todo el rato. Eso o está jugando a humillarme, a sabiendas de que no es algo que me guste demasiado, aunque sigo lamiendo y chupando el falo, que ahora se muestra en toda su potencia; al fin y al cabo hay que sacar el máximo provecho de la situación.

Él la saca, empalmado como nunca, y me empuja a la cama. Yo me abro de piernas, esperando que tome posesión de mi cuerpo. Se inclina sobre mí y besa mi sexo, lamiendo los jugos vertidos, pero de repente me da la vuelta y me hace poner de rodillas; yo adivino sus intenciones y, aunque a regañadientes, acepto ponerme a gatas y que él se ponga detrás de mí.

Me soba el trasero y enseguida noto cómo la punta del pene quiere entrar dentro; yo me retuerzo un poco para facilitar­le la tarea y noto que va penetrando. Yo me quejo, en parte porque no me gusta, pero también por seguirle el juego: le gusta sentir que es el que domina la situación. Pablo prosigue su avance, sujetándose a mis caderas, mientras yo voy meneando la grupa para facilitar su avance e impedir que me haga daño con su formidable miembro. Cuando ha pasado toda la punta puedo notar su vibración en todo mi cuerpo: la sensación de que el estómago se desplaza movido por la fuerza de un ciclón. Vuelve a coger mis pechos y comienza a agitarse dentro de mí, con un ímpetu considerable pese a que parece que es la primera vez que penetra a alguien por detrás porque su falta de pericia hace que me duela y que me queje. Pese a todo, no puedo dejar de apreciar su vara dentro de mí, que me produce tanto placer con su calor que al poco rato me corro como no hubiera creído que podría haberlo hecho.

Él, al notar que yo tiemblo por el goce que siento con el orgasmo, altera su ritmo y me hace daño por lo que mezclo las quejas de dolor con los gemidos de placer. Puedo sentir los jugos que me corren por los muslos. El me acaricia con su mano en el sexo, pero de un empujón, sin avisar, introduce algo más el miembro, haciéndome daño y convirtiendo mi delicia en suplicio. Él insiste en enterrar más su lanza, y a cada empujón me hace más daño, pero mezclo el dolor con los orgasmos, así que el resultado es un poco extraño: grito de dolor pero quiero que siga... Continúa acariciando todas las partes de mi cuerpo que alcanza: las tetas, la vagina, el trasero, la espalda, como si no quisiera perder nunca la memoria del momento.

Sólo me habían penetrado por detrás dos veces, y en esta misma postura, y no puedo decir que me gustara demasiado porque no tengo ninguna posibilidad de actuar: es una postura pasiva, y eso no me gusta. Por eso, de vez en cuando trato de adivinar si va a tardar mucho en acabar, o si trata de cambiar de postura y metérmela de una vez por todas, como debe ser, que, al fin y al cabo, es a lo que había ido a su casa. Como respuesta a mis esperanzas lo único que hace es hundir más su artefacto en mi culo, así que no me queda más alternativa que disfrutar todo lo que pueda de la situación; y lo hago: me dejo llevar por el frenesí de cada orgasmo, venciendo con ello el malestar de la impericia de Pablo, extasiándome en cada nueva oleada de placer que me sacude de arriba a abajo.

De repente se altera mucho; me sujeta fuerte por las caderas y sus empujones se hacen más firmes y feroces, señal de que va a correrse. Efectivamente, en pocos segundos su fabuloso falo parece crecer dentro de mí hasta alcanzar dimensiones colosales, tal es la fuerza y la energía que aquella potente máquina es capaz de desarrollar: puedo notar en mi interior cómo se hincha para dejar pasar el chorro de esperma, que emerge en mi interior, inundándome y haciendo que me corra otra vez. No puedo evitar una convulsión que cierra el esfínter del ano alrededor de Pablo, atrapándolo para no dejarlo escapar, pero con la eyaculación la fuerza se le va y el mástil erguido se convierte en vela sin viento.

Nos quedamos tumbados en la cama, agotados: él por el esfuerzo que ha hecho, yo por la serie increíble de orgasmos. Estoy feliz. Él, pese a todo, comienza de nuevo a tocarme los senos, parece fascinado por ellos.

Sentados en la cama, nos miramos. Yo quiero guerra de verdad: basta ya de tonterías, quiero que su cañón penetre hasta lo más profundo de mi ser, sentir ese miembro palpitante, aunque ahora decaído, pulsando dentro de mí y que me haga sentir en la gloria. Por toda respuesta me acaricia el sexo y me dice que me masturbe yo sola. Naturalmente le digo que no, que o lo hacemos como yo quiero o se acabó la diversión. Él insiste, y, después de pensarlo un poco, acepto: a lo mejor quiere que lo haga para excitarse y pasar a la acción verdadera.

Antes de comenzar me abro más de piernas, para mostrarle el cofre que le ofrezco, el tesoro que está al alcance de su mano (de su miembro, quiero yo). Tengo el sexo rojo de pasión y de deseo no colmado, abierto para que su lanza recorra el sendero del placer, pero resiste: quiere que me masturbe. Comienzo a acariciarme y a pensar que es él el que me está preparando para penetrarme y en pocos segundos estoy excitada hasta el punto de que siento como si de verdad me la estuviera metiendo. Él se pone de pie y me la mete en la boca: no me importa, pienso que es un tercero que participa en el juego. Chupo y lamo el fláccido miembro con tal eficacia que al poco rato lo noto crecer en la boca. Cuando está en el límite, lo saca y me lo pasa por toda la cara y luego con el capullo me frota las tetas, que, de puro deleite, están duras y firmes. Mi mano sigue trabajando en la vagina. Pone el capullo entre los dos pechos y, cogiéndolos, se lo frota con las dos tetas, y aunque no lo crea, el pene crece más, espoleado por mis pechos, hasta parecer que va a reventar, así de hinchadas tiene las venas que recorren su cilindro.

La visión de esa maravilla de la naturaleza hace que me corra al instante y en un acto reflejo le atrapo el miembro para hacerle una paja: late como si tuviera vida propia. Al contacto de mi mano con el tremendo falo, noto un escalofrío, un estremecimiento que me sacude y que provoca una nueva oleada de placer. Luego, agotada, me tumbo en la cama.

Él está de pie, sobre mí, quieto, como si estuviera pensando algo. Con los ojos cerrados tengo la fantasía de que salta sobre mí y de un golpe me traspasa con su sable, salvaje­mente. Se sienta sobre mi vientre y continúa con los pechos, colocando entre ellos el falo erguido y rojo por la presión de la sangre que late dentro de él. No sabe cómo hacerlo porque con dos manos no puede sujetar los dos pechos y el pito al mismo tiempo, por lo que se le escurre constantemente. Yo no le digo nada, y me niego a colaborar frotando yo los pechos o sujetándole el miembro para que se pueda hacer una paja con mis tetas, aunque este último método me atrae y estoy tentada de llevarlo a la práctica. Pero no, ya basta: quiero lo mío.

Al rato, al ver que no puede hacerlo solo, me coloca las piernas sobre sus hombros y -¡oh, maravilla!-, con la cara junto a mi cueva, comienza a lamer, primero el exterior, limpiando el zumo que se había derramado, luego, estirando la lengua, el interior, frotando toda la cavidad, proporcionándome un gran placer, provocando un orgasmo que no duda en absorber y lamer en su totalidad. Está a cien, porque con la mano le alcanzo el aparato y está tieso como nunca y húmedo de los efluvios que tampoco él puede contener.

Con suavidad me quita las piernas de sus hombros y, sujetándome por las nalgas, asoma la punta del pene en la puerta de mi sexo, jugueteando, como si quisiera hacerme sufrir con la demora; pero no puede aguantar más y de un fuerte empujón mete todo el aparato, con un ímpetu excepcional. ¡Por fin puedo sentir su mágico bastón dentro de mí! Valía la pena esperar este momento en el que, entregada ya a Eros y Dioniso, mi cuerpo acepta y acoge el obsequio que se le ofrece, sin poder evitar un gemido de sorpresa por el extraordinario don de aquel prodigio que ahora siento dentro de mí. Pablo comienza el vaivén adorable con tal brío y fogosidad que al poco me siento mareada por el intenso e inmenso deleite que sus movimientos me procuran. Son oleadas sucesivas de calor interno las que me recorren las entrañas; me falta el aliento, porque el alma se traslada y se eleva por encima de mi cuerpo, expulsada por esta máquina, este émbolo de movimien­to continuo, eficaz y riguroso. El delirio se adueña de mí, la fiebre me recorre el cuerpo entero, el ardor que sentía en la entrepierna, lejos de desaparecer ha contagiado al resto del cuerpo, de tal manera que no sé si voy a desmayarme, tanta es la emoción que siento con las embestidas de Pablo. Delirando como estoy por el gozo de esta magia, la brasa que es mi sexo ardiendo, las oleadas de calentura no cesan, una tras otra, a cuál más intensa que la anterior. Estas sensaciones no han desaparecido desde el momento en que me penetró, por lo que deduzco que he estado en un estado de orgasmo permanente...

Pese al frenesí que siento no quiero que esto acabe, pero percibo que su vigor se multiplica, señal de que está próximo el fin, y cuando él, en una de las sacudidas, se detiene, noto cómo vierte dentro de mí, hasta lo más profundo, el chorro de esperma, poderoso y cálido: ha llegado al final, y ahora se limita a acabar de tener el orgasmo con una serie de sacudidas finales. Yo trato de aprovechar los últimos segundos de erección para procurarme más tiempo de ese placer inimaginable, anhelando que no acabe nunca, y aún consigo correrme una vez más, justo para que los dos acabemos simultáneamente.

Caemos sobre la cama, apurados uno del otro, consumidos por la fiebre, agotados pero felices, él todavía sobre mí, en medio del charco en el que estamos chapoteando, testigo de nuestra pasión y nuestra lujuria; Pablo sujeta una vez más mis pechos, sonriendo…

Una noche de fiesta: descubriéndome en la camarera


Se encontraba en el centro de la pista, moviéndose como si nadie mirara, sintiendo la música impactar sobre su cuerpo. Cada vez había más gente en la disco, cada vez había menos espacio para poder moverse.

A pesar de ello, ella no paraba de bailar. Sus caderas parecían haber perdido el control, sus pies se movían tan rápido que parecía que fuera a arder el suelo, su larga melena a instantes impedía ver su rostro, con esa sonrisa esbozada y esa mirada pícara. No le hacía falta nada para sentir que ella solita, podía comerse el mundo.

Hacía rato que no tomaba un trago, así que se fue hacia la barra y de un brinco acaparó la atención de la camarera. La camarera tenía un toque desaliñado aunque tremendamente sexy. Su sonrisa era un lugar donde cualquiera podría perderse.

De pronto, ella volvió en sí y balbuceó: un chupito de Tequila. La camarera se lo sirvió y al decirle cuánto era, se le acercó tanto que sintió la vibración de sus labios en todo su cuerpo. Era raro, su piel estaba erizada, estaba confusa y extrañamente excitada.

Hubo un último intercambio visual antes de morder fuertemente la rodaja de limón y esfumarse entre la multitud. Allí, entre la gente, movía las caderas a ritmo de salsa, con su short favorito del mercadillo vintage. Bailaba como si no hubiera mañana, como un medio de expresión de lo que sentía y experimentaba.

Iban a ser las seis y ya estaban encendiendo las luces, para echar 'sutilmente’ a la gente. Mientras hacía cola en el guardarropía, alguien le susurró por detrás: 'pensaba que no te encontraría’. Era la camarera, que extrañamente, la había dejado fascinada y terriblemente excitada.

Se quedó con cara de tonta, sin saber qué decir sin parecer idiota. Así que se rió. La camarera la invitó a tomarse una última copa con ella, en un bar que estaba cerca e ilegalmente abierto a aquellas horas. Sin saber por qué, aceptó, a lo que la camarera respondió mordiéndose el labio.

Era bastante evidente que no pretendía hablar de qué trapitos se había comprado en las rebajas ni de cómo habían subido las temperaturas. Aún así, ansiaba salir de dudas, vivir esa situación esporádica y cargada de chispas.

No andaron demasiado, aunque el camino se hizo eterno. Su respiración estaba entrecortada y su corazón acelerado.

-Me llamo Lena, por cierto.

Soltaron una sonora carcajada, ya que ni siquiera se habían dicho cómo se llamaban, siendo lo primero que se suele preguntar.

De pronto llegaron a la entrada de un local que tenía la persiana medio bajada. La luz era tenue y al final del local había un tipo tatuado y con barba kilométrica, al que Lena saludó desde la distancia.

El bar tenía un rollo alternativo de lo más desconcertante, combinaba sofás de cuero negro con cojines tribales y zapatos de tacón que colgaban del techo. Tras meditarlo superficialmente, se sentaron en uno de los sofás que estaba a uno de los lados escondido. Al momento vino el camarero y encargaron las bebidas, que no tardaron más de cinco minutos en llegar, así como el camarero no tardó más de dos en marcharse.

Allí estaban, la una frente a la otra, con una minúscula mesa entre ellas y dos margaritas extremadamente cargados. Ella no sabía muy bien qué decir así que lamió la sal del borde de la copa, antes de darle un primer trago, mientras clavaba sus ojos en los de Lena. Lena se frotaba el pelo corto que tenía en la zona de la nuca. Se le estaba poniendo la piel de gallina sin siquiera intercambiar una palabra ni un solo roce.

No era algo habitual que esperara al cierre de la disco para llevarse a una chica al bar de su colega, contrariamente a lo que pudiera parecer por la seguridad con la que se lo propuso. Simplemente le atrajo su forma de moverse en la pista, aquel contacto visual ardiente mientras mordía la rodaja de limón tras el chupito de tequila. Todo ello la dejó descolocada y bastante mojada.

La tensión sexual era jodidamente evidente. Y el silencio llamaba a gritos que alguna de las dos diera el primer paso. Ella no entendía qué le pasaba exactamente, estaba tan lubricada que temía manchar su short favorito. Nunca había estado tan mojada. Nunca había estado tan cachonda.

Deliberadamente o no, ella rozó la pierna de Lena con su muslo mientras le preguntaba si era nueva en la disco, ya que no le sonaba haber visto esa sonrisa antes. Lena apretó fuerte sus muslos, delatándose. Empezó a acariciarle el brazo sutilmente mientras le contaba que había vuelto a la ciudad hacía poco, después de haber pasado una temporada en el norte. Parecía alguien interesante, sin embargo, en ese momento ella sólo podía pensar en cómo sería sentir el calor de su cuerpo, en cómo sería sentir su humedad. Inconscientemente, se mordió el labio mientras fantaseaba con besarla de forma salvaje mientras acercaban cada vez más sus cuerpos. No se había dado cuenta que la cara de póker no era su fuerte y que se había delatado por completo.

Lena, tras un trago seco y contundente, se acercó y se sentó a su lado. El sofá parecía quemar, aunque no era el sofá lo que se estaba derritiendo. Le apartó el pelo y se lo colocó a un lado. Y ella, sin dudarlo más, se lanzó a besarla. Primero despacio y después más profundo e intenso. Sus bocas estaban inmersas en una danza protagonizada por la pasión y el desenfreno. Su mano estaba entre los muslos de Lena, cada vez más separados. Jadeando ambas. Lena le desabrochó la blusa, quedando al descubierto unos perfectos pechos redondos, resguardados por un sujetador lencero. Se inclinó a lamerlos, mientras ella le mordisqueaba el cuello en un grito desesperado de placer.

Su mano estaba empapada, igual que las bragas de Lena. Lena se sentó en la diminuta mesita que antes las había separado y ella le bajó con simulada delicadeza ese tejano y esas bragas empapadas. Y allí, en un arrebato de lujuria empezó a lamérselo. Lena arqueó su espalda formando una imagen deliciosa y cargada de erotismo. Con cada lametón, con cada succión, Lena movía más impacientemente su pelvis, así que le metió dos dedos que se perdieron rápidamente entre la marea de su flujo. Estaba tan, pero que tan cachonda que no podía parar. No quería parar.

Lena rompió en una estallido, cubierta de sudor, flujo y la saliva de ella por su boca, por su cuello, por su coño.

La miró perpleja y brutalmente excitada y empezó a besarla mientras sus manos se perdían entre sus piernas, quitándole segundos después el short. Ella le arrancó la camiseta. Quería sentir sus pechos rozando los suyos mientras sus lenguas jugaban a encontrarse y sus dedos a esconderse entre ellas.

Parecía que iban a arder de lo calientes que estaban. Parecía que se iban a escurrir del sofá de cuero con tanta humedad.

Lena se lamió los dedos y eso la excitó todavía más. Seguían comiéndose la boca, rozándose los pechos y ahora rozándose entre ellas, como poseídas por el placer que estaban sintiendo y el éxtasis que se avecinaba.

De pronto, ella mordió el cuello de Lena en un intento de silenciar su orgasmo, mientras Lena rodeaba con sus brazos sus nalgas y lamía con pasión sus pechos.

Allí estaban, cubiertas de sudor, todavía con la respiración acelerada y con las piernas entrecruzadas, sintiendo el resultado de ese baile desenfrenado de sus cuerpos deseosos de placer.