domingo, 4 de marzo de 2018

Regreso a mi ciudad natal



Yo nací hace 23 años en Madrid, la capital de España, pero cuando tenia 13 años me tuve que ir a Londres por culpa del trabajo de mi padre. Y digo por la culpa porque a mí me gustaba y me gusta mucho España, aunque he de reconocer que tampoco lo pasé tan mal en Londres, después de todo allí perdí la virginidad (pero eso es otra historia).

Cuando acabé mis estudios, decidí que quería volver a España y asentarme allí, pero mis padres se tenían que quedar en Londres por el trabajo, así que hablé con mis padres y les convencí de que me dejaran volver. Me compraría una casa y viviría solo y gracias al dinero del trabajo (que aún tenía que buscar).

Cuando llegué a España lo primero que hice fue ir a visitar a Rafa, un amigo con el que no había roto el contacto desde que me fui (era mi mejor amigo). Cuando llegué me recibieron con abrazos. Su familia y mi familia siempre habían sido muy amigas, además de haber sido vecinos. Ellos ahora vivían en la Moraleja, en un chalet grandísimo. Cuando les dije que me tenía que ir al hotel se ofrecieron a dejarme dormir en su casa mientras que buscaba una casa para vivir. A mí no me pareció mal, la familia de Rafa era como mi propia familia así que no había problemas, además me ahorraría el dinero del hotel.

Su madre, Lucia, no era muy mayor, 40 años, se quedó embarazada de Rafa a los 17 años, y el padre al enterarse de la noticia se casó con ella, para abandonarlos al año de la boda. Así que la madre de Rafa lo empezó a criar sola, hasta que conoció a Luis Carlos, un cubano negro y cachas, que se casó con ella y formó una verdadera familia. Con Luis Carlos, la madre de Rafa tuvo dos hijas, Isabel y Sonia, de 19 y 17 años respectivamente, dos bellas mulatas.

Durante la cena nos reímos mucho y hablamos durante bastante rato, hasta que ya no pude más y debido al cansancio del viaje, me acosté en la cama para dormir.

Al día siguiente, cuando me desperté, ya estaba todo el mundo levantado. Desayuné y Rafa y yo nos pusimos a hablar de todo lo que había pasado durante todo el tiempo que había estado fuera mientras tomábamos el sol. De repente llegaron las hermanas de Rafa que se iban a bañar. Llevaban dos bikinis pequeños que no les tapaban casi nada. Rafa y yo nos quedamos mirándolas y Rafa exclamó:

-¡¡Joder qué trasero y qué melones tienen!!, están buenísimas.

-Rafa, que son tus hermanas - le contesté.

-No me jodas Alberto, son mis hermanas, pero no me negarás que están buenísimas.

-No, eso no te lo puedo negar.

La verdad es que a mí siempre me había puesto mucho su hermana Isabel, y ahora con ese bikini tan pequeñito me gustaba más aún.

Isabel y Sonia se tiraron al agua y empezaron a nadar. Al rato nos llamaron a Rafa y a mí. Nosotros nos acercamos a ellas, y cuando estábamos a su lado nos pidieron que nos bañáramos con ellas, a lo que no nos negamos, ya que era lo que nosotros íbamos a hacer en ese momento. Nos tiramos al agua y entonces ellas nos atacaron, empezaron a hacernos cosquillas y para defendernos de ellas, nosotros contraatacamos haciéndoles cosquillas a ellas también. Me tocó defenderme de Isabel (¡qué bien!), la cual tenía más melones que Sonia, y me aproveché sobándole por todas partes, eso sí, disimuladamente y sin que sus hermanos se enteraran (o eso creía yo).

En ese momento llegaron la madre y el padrastro de Rafa y se metieron en la piscina. Antes de que se metieran, pude observar que Luis Carlos llevaba un bañador corto marcando un gran paquete (lo cual hacía honor al mito de la raza negra) y que Lucia llevaba un bañador que marcaba su excelente figura con un buen par de pechos, más grande incluso que los de sus hijas. Había que reconocer que Lucia, pese a sus 40 años, se conservaba muy bien, con un par de melones bien tiesos y un trasero firme.

Nos pusimos a hablar hasta que se hizo la hora de comer y nos salimos de la piscina. Al terminar de comer nos fuimos cada uno a su habitación y echamos una siesta. Por la tarde ayudé a Rafa a arreglar su moto y cuando acabamos con ella nos fuimos a dar una vuelta para probarla. Cuando regresamos a su casa nos duchamos y cenamos, y después de cenar nos fuimos a la ciudad a un pub, pero como nos aburríamos mucho decidimos volver a su casa y dormir.

Esa noche hacia mucho calor, así que decidí que como había confianza dormiría solo en slips. Mientras dormía empecé a soñar. Estaba en la cama durmiendo y de repente alguien me empieza a hacer una paja y a disfrutarme el miembro, lo cual me da mucho gusto. Cierro los ojos para disfrutar de la mamada. Al poco rato vuelvo a abrir lo ojos y miro a la persona que me lo esta haciendo y me doy cuenta de que es un tío.

Me despierto sobresaltado y miro hacia mi miembro y me llevo una gran sorpresa al descubrir que no era un sueño, y que para colmo el que me la estaba disfrutando era Rafa. Me quedé paralizado y sin poder moverme. Rafa se dio cuenta de que me había despertado, me miró, sonrió y siguió con su trabajo.

Pasaba su lengua alrededor de mi glande y se la metía casi todos mis 21 cm en la boca demostrando que no era la primera vez que se comía un miembro. Estuvo así como unos 5 minutos, pero de repente, con un movimiento rápido se levantó, se bajo sus slips y se subió a la cama. Estaba de espaldas a mí, se empezó a agachar y con su mano derecha me agarró el miembro, que ya estaba bien dura después de la excelente mamada, y comenzó a meterse mi miembro por el trasero, centímetro a centímetro, sin calentamiento previo, disfrutando del momento, y cuando ya llevaba tres cuartas partes de carne en su interior, empezó a subir y a bajar lentamente. Yo cada vez estaba más excitado y sin darme cuenta le cogí por las caderas y le ayude a saltar. Él me lo agradeció y comenzó a ir más rápido, hasta que absorbió totalmente mi miembro y se paró para sentirla dentro de él. En ese momento le dije:

-Espera, levántate.

Él me miró extrañado, pero más extrañado estaba yo de cómo estaba disfrutando de una relación homosexual. Se levantó y le dije que se pusiera a cuatro patas delante de mí. Lo hizo enseguida y así pude observar ese trasero, con el ano bien dilatado. Sin avisarle, aunque seguro estoy que lo estaba esperando, le introduje de golpe, metiéndole todo mi miembro, lo cual le hizo soltar un pequeño grito, mezcla de dolor y placer. Ahora era yo el que llevaba el ritmo y empecé a ir cada vez más deprisa, haciéndole soltar grititos. Noté que ya me venía la leche, así que se la saqué y me corrí en su espalda y su trasero, pero él se levantó y se metió mi miembro en la boca, justo a tiempo para recibir los últimos manguerazos de fluido de mi miembro.

Cuando acabó de limpiar el miembro, se levantó, se puso su slip y se marchó hacia su habitación, no sin darle un beso de buenas noches a mi miembro. Yo decidí no decir nada y acostarme también, pero mi cabeza no paró de dar vueltas sobre lo ocurrido hasta que ya estaba amaneciendo, y fue entonces cuando me dormí.

Al día siguiente Rafa me despertó y me preguntó si quería acompañar a él y a Sonia a la ciudad, y yo decidí apuntarme. Durante el camino no cruzamos palabra, y al llegar a la ciudad Sonia se fue sola a ver tiendas mientras que nosotros nos tomábamos un par de cañas en un bar. Finalmente Rafa rompió el silencio:

-Alberto, no quiero que pienses lo que no es.

-¿Qué quieres decir?

-Lo de anoche. Yo no soy gay, lo que pasa es que me gustan por igual un buen par de melones que un miembro o un trasero, es decir, soy bisexual.

-No te preocupes por mí, sabes que eso a mí me da igual, no me importaría que fueses gay.

-Siempre deseé comerme tu miembro y que me introducieras, y cuando regresaste y vi como había crecido tu miembro desde la ultima vez que nos vimos, me decidí. Que conste que no quería despertarte.

-Que te he dicho que no te preocupes. Y que sepas que siempre me tendrás para lo que quieras. Además, tampoco estuvo tan mal lo de anoche.

-¿¿Te gustó?? - sonrió Rafa - Bueno saberlo. Algún día lo repetiremos.

Seguimos hablando durante un rato de varios temas, hasta que llegó Sonia y volvimos a su casa.

Al llegar a la casa, no había nadie, pero en ese momento sonó el teléfono. Eran los padres de Rafa, que necesitaban su ayuda, así que Rafa cogió el coche y se dirigió a donde estaban sus padres, dejándome solo con Sonia.

Nos pusimos a ver la tele, sentados en el sofá. Al rato, sin que yo me lo esperara, Sonia me preguntó:

-¿Has dejado alguna novia en Londres?

La miré extrañado y le contesté:

-No, aunque tuve varias. ¿Y tú?

-Tampoco - me contestó -¿Cuando cortaste con la última?.

-Creo que hace más de un año - sonreí. Me hacía gracia que la misma niña pequeña que dejé cuando me fui a Londres y a la que quería como una hermana me hiciera esas preguntas.

-Contéstame si quieres - volvió a atacar - ¿eres virgen?.

-¿La verdad?, no - le contesté - pero Sonia, contéstame tú ahora que creo que hay confianza, ¿por qué me preguntas eso?.

-Bueno, es que..., no se..., bueno..., tengo dudas.

-¿Dudas sobre qué?

-Es que..., soy todavía virgen, y no he visto en mi vida un miembro, no sé cómo son,...., ni qué debo hacer cuando me llegue el momento.

-Espera, eso es algo natural, cuando sea la hora lo sabrás y aprenderás.

-Pero hombre, mejor si sé algo de teoría, ¿no?.

-Da igual, te lo aseguro.

-Oye, estooo...¿me harías un favor? - preguntó.

-Claro, ¿qué quieres?.

-¿Me enseñarías tu miembro?

-Sonia, por favor - dije sorprendido - ¿y si llegan tus padres?

-No te preocupes, por favor - se acercó más a mí y me dio un beso en la mejilla - por favor.

Eso me conmovió y me puso a cien así que acepté.

-Gracias - dijo Sonia.

Me desabroché los botones y el cinturón del pantalón y levanté un poco los slips, lo suficiente para que se viera mi miembro.

-La puedes sacar más, es que no la veo bien.

Me bajé un poco más los pantalones y lo slips, y me la saqué toda fuera.

Sonia abrió los ojos y me dijo.

-¿Son todas así de grandes?

-No, hay de diferentes tamaños - dije mientras reía.

-¿Me dejas que te la toque?.

-No sé si deberías... - pero sin decirle nada me la cogió y comenzó a acariciarla. Eso hizo que mi miembro fuera creciendo más y más hasta que se puso bien dura.

-Joder, cómo se pone solo de tocarla - dijo sorprendida.

-Eso es por que le gusta - no mentía, estaba muy excitado.

-Pues habrá que seguir dándole gusto.

Y sin saber como, la vi agacharse y meterse mi miembro en su boca. Comenzó a jugarme con la boca y de vez en cuando me miraba con una mirada lasciva, lo cual hizo llegar a la conclusión de que no era la primera vez que lo hacía y que todo había sido una trampa para poder disfrutarme  el miembro.

Estaba cada vez mas excitado, y comencé a acariciarle la espalda y el trasero. Le saqué la camiseta del pantalón y metí mi mano por debajo para tocarle los melones. Llevaba puesto el bikini, así que se lo desabroché y empecé a sobárselas, a rodearle con un dedo los pezones.

Le levanté la cabeza y la acosté boca arriba en el sofá. Ahora era mi turno. Le quité, sin su ayuda, la camiseta y el top del bikini y empecé a besarle en la boca. Fui bajando por el cuello hasta sus melones y las empecé a disfrutar y acariciar, a darle pequeños mordiscos en los pezones, que estaban duros como piedras y a llenárselos de lengüetazos. Bajé hasta los pantalones y se los desabroché. Le bajé los pantalones y la parte de abajo del bikini a la vez, y ante mi quedó ese precioso espectáculo que era un cocoy peludo pero recortadito y bien cuidado. Le pasé la lengua por los muslos sin llegar a su cocoy y ella se excitaba más. Me gustaba ver como se ponía nerviosa porque le comiera el cocoy, pero ella finalmente me gritó:

-CÓMEMELO YA, ¡¡¡JODER!!!.

No me pude resistir y le pasé la lengua por su cocoy. Se lo lamí todo, le metí la lengua poco a poco, haciéndole disfrutar, y ella no paraba de soltar líquidos que yo me encargaba de tragar. Mientras le comía el cocoy, Sonia tuvo que tener unos dos orgasmos, que la tensaron de arriba a abajo, y tras recuperarse del último me pidió:

-Métemela ya...ahhhh...por favor, lo necesittooooo.

Me levanté y le di un beso grandísimo permitiéndole saborear sus jugos.

-Así que virgen ¿no? - le dije - pues habrá que remediarlo - le sonreí.

Coloqué la punta de mi miembro en su cocoy húmedo y empecé a empujar, introduciendole despacio para no hacerle daño y fue entonces cuando me llevé la mayor sorpresa, realmente era virgen. Aquello que me impedía el paso debía ser el himen que yo tendría el placer de atravesar por primera vez.

Le miré a los ojos y seguí introduciendo, haciendo fuerza, hasta que rompí el himen y Sonia gritó, pero yo no me detuve y seguí introduciendo hasta que Sonia me pidió que parara.

-Paraaaa...ahhaah..., dios, déjalo...me dueleeee....ahhaaahh.

Entonces le volví a mirar a la cara, la besé y di un ultimo empujón para meterle casi todo mi miembro, quedando fuera solo 5 cm. Ella no pudo gritar porque estaba besándola, pero tras adaptarse a mi rabo, empezó a gozar y a disfrutar. Yo empecé el movimiento de mete y saca, intentando no hacerle daño, y en el momento que ella le vino el cuarto o quinto orgasmo, empecé a notar que yo también me venia, así que aceleré el movimiento. Ella se abrazó a mí y los dos a la vez nos corrimos. Sonia me besó en la cara y me dijo:

-Me encanta sentirte dentro de mí, sentir tu leche correr dentro de mí. La próxima vez te prometo que entrará toda.

Tras decir esto, me volvió a besar y yo dejé mi miembro dentro de ella hasta que volviera a decrecer a su tamaño normal. Cuando se la saqué del ya no virgen cocoy, ella me la cogió y me la limpió, le dió un beso y me la guardó.

Cuando se levantó para ir hacia su habitación, se giró y me dijo:

-Habrá que ir practicando todos los días, porque dentro de dos semanas es mi cumpleaños y habrá que hacer algo especial.

Me sonrió, me echó un beso y se fue. Pero sólo había empezado mi nueva vida, mi regreso a mi ciudad natal.

Continuará...


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Internado


Tras el jardín del colegio, en la oscuridad de la tarde, se ocultaban los bloques de edificios. El internado fue la solución que mamá estimó conveniente para que tuviera una educación disciplinada. Apenas salíamos a la calle y el tiempo libre que las monjas nos dejaban era muy poco para intentar ir a una discoteca o algo por el estilo. Sola en un internado. En una ciudad extraña. Sola con unas amigas que también estaban solas.

En el internado compartía habitación con Marta, una chica de Santander. Marta estaba muy desarrollada para tener diecisiete años. Las dos conseguíamos sacar chocolatinas de la cocinas sin que las monjas lo advirtieran. Nos unió nuestro gusto por lo prohibido.

Los viernes por la tarde hacíamos las maletas y nos arreglábamos para pasar el fin de semana con nuestras respectivas familias. Mamá me recibía cada vez con más cariño porque notaba que en el internado estaba madurando y convirtiéndome en una señorita. Una de esas tardes, Marta se cepillaba el cabello delante del espejo de nuestra habitación. Llevaba puesta la falda plisada del uniforme y todavía no se había puesto la camisa- Sólo llevaba puesto el sujetador y estaba preciosa.

Marta se dio cuenta de que me había quedado paralizada detrás suyo mirando su imagen en el espejo. Sonrió y continuó cepillándose con una mano mientras que con la otra liberaba sus pechos de la prisión del sujetador. Me acerqué poco a poco oyendo sólo sus gemidos y el ruido de mis zapatos y mi respiración. Mis manos empezaron a seguir a las suyas, recorriendo sus duros pezones. A mis dedos, siguió mi lengua y las faldas cayeron al suelo. Nuestras bocas se unieron mientras caíamos en la cama. No sé si su sexo sabía a cielo, lo único que sé es que yo lo llegué a tocar gracias al calor de su lengua.

Así, mi amiga empezó a comerme poco a poco, deteniendo su mojada lengua en mi húmedo clítoris una y otra vez obligándome a gritar que no parara continuamente. Una vez me hube corrido, me acerqué a ella y la besé tiernamente para, a continuación empezar a disfrutarle sus erectos pezones, acción que hizo de forma concienzuda mientras que le acariciaba el cocoy con una mano. Cuando estaba mojada al máximo recorrí con la lengua todo su cuerpo, parándome en el ombligo un buen rato. Ahora era ella la que gritaba compasión y pasé a comerme su clítoris hasta que Marta gritó que se corría.

De repente, un ruido. Unos pasos. Alguien detrás de la puerta. Pese a estar cerrada con llave, la monja de guardia tiene la llave maestra. Abre. Se queda parada. Sin saber qué hacer o decir. Vacila. Cierra la puerta. Es joven, unos veinte años. Nos mira, sonríe y empieza a quitarse el hábito lentamente, muy lentamente.


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La frigidez de Ruth


Era el 26 de Diciembre de un año que no recuerdo. Recuerdo bien el día, porque ese día es mi cumpleaños. Yo tenía como seis meses de haber terminado mi relación con una novia a la que quise mucho. Estaba bastante deprimido y decidí irme a un playa virgen en el estado Mexicano de Guerrero, a unos 80 Kms. al norte de Acapulco, a pasar el fin de año y a meditar un poco acerca de mi vida. Ahí estaba acampando, entre otras personas, una familia de Toluca. Me puse cerca de ellos, y en la primera oportunidad me presenté. Había dos mujeres mayores, tres mujeres jóvenes, dos muchachos jóvenes y un niño, hijo de una de las mujeres jóvenes, cuyo nombre no recuerdo y a la que llamaré Ruth.

Desde el primer momento Ruth y yo hicimos clic, me buscaba por cualquier pretexto y en las fogatas nocturnas nos veíamos y platicábamos.

A la tercera noche nos dimos unos besos y unas caricias a escondidas, lejos de la vista de sus amigos y su hijo, quien a esas horas ya estaba dormido. Yo estaba muy bebido y había fumado marihuana, por lo que no recuerdo bien que pasó, el caso es que ella se enojó conmigo y, como decimos por acá, "me la dejó en la mano". En la mía, por supuesto.

Al otro día no me dirigió la palabra en toda la mañana y la tarde. A la noche me fui a otra fogata, lejos de dónde estábamos acampando. No bebí esa noche, estaba asqueado del Mezcal que venden por allá y que es la única bebida embriagante que se puede conseguir. Sin embargo, volví a fumar mota y empecé a pasármelo genial con la música, las estrellas y la playa. De pronto escuché mi nombre, volví la cabeza y ahí estaba Ruth, con un vestido casi transparente que dejaba ver sus bien formados senos. Me preguntó que cómo me sentía y si ya se me había pasado la resaca. La verdad era que yo no tenía ganas de platicar con ella, ya que se había portado muy pedante durante el día, sin embargo, ella era insistente y terminamos platicando de nuevo. Pasó otro cigarro de marihuana y volví a fumar, se lo pasé a ella a ver que cara ponía y me dijo que nunca la había probado, pero que tenía mucha curiosidad ya que veía que la gente que la fumaba la estaba pasando muy bien. Fumó un par de veces y lo pasó. De inmediato me preguntó si era en serio lo que le había propuesto la noche anterior. Yo no recordaba nada, pero para no verme mal le dije que sí. Me respondió que ello partirían por la mañana y que había decidido aceptar mi propuesta, pero que debía ser muy cuidadoso, ya que no quería que sus amigas ni nadie que viniera con ella se dieran cuenta. Me dijo que me fuera a mi tienda de campaña y que consiguiera otro cigarro. Así lo hice, pensando qué podría haberlo propuesto, imaginando que era, por supuesto, algún encuentro sexual.

Me fui a mi tienda de campaña y esperé. A los pocos minutos abrieron el zipper y apareció Ruth. Cerramos y me dijo que ese cigarro la había puesto algo mareada, pero que no acababa de sentirlo. Prendimos el otro y fumamos. Al momento nos fundimos en un largo beso. Le disfrutaba la lengua con mi boca y ella hacía lo mismo con la mía. Fue un beso largo, intenso, sumamente sensual. La temperatura y la tienda hicieron que a los pocos minutos estuviéramos empapados de sudor. Le quité su blusita, y quedaron al descubierto unos senos hermosos, firmes, con un pezón del tamaño de una bala. Empecé a mordisquearlos suavemente, ella jadeaba y me acariciaba el cabello. Mis manos recorrían su espalda y tocaban su piel, una piel tan suave como nunca he vuelto a tocar. Parecía seda al tacto, con una textura que jamás hubiese imaginado posible. Ella se dejaba hacer y sólo gemía. Decía "qué rico, que sensación" y me clavaba las uñas en mi espalda. Cuando me separé para quitarme el pantalón, ella se acercó y tomó mi miembro entre sus manos. Lo miró y de inmediato se lo metió a la boca. Mi miembro es muy normal, unos 15 cms. Pero ella me decía que lo sentía enorme. Lo lamía, lo besaba, se lo pasaba entre la cara, entre los senos y se lo volvía a meter en la boca. Yo estaba en la gloria. Si bien Ruth no era una mujer muy bella sí era una excelente amante. Y esa piel. Esa piel me provocaba más que nada en el mundo. En algún momento Ruth se dejó caer al suelo. Yo me hinqué frente a elle y me dijo que le limpiara la arena de los pies. Yo comencé a limpiarlos y acabé por besarlos y por lamerle los dedos. De pronto ella, con un movimiento magistral, estiró su pié hacia mi miembro y comenzó a sobarlo con la planta. ¡Me estaba halando el ganzo con su pié! La sensación era increíble, y al parecer ella lo disfrutaba igual, porque no dejaba de gemir. Me pasaba los pies por mi pecho, por la boca, por los huevos, por el miembro. Yo tenía sus pezones entre mis dedos y los apretaba suavemente, ella contenía los gemidos por miedo a que nos escucharan en la tienda de al lado, pero estábamos a mil. De pronto se incorporó hacia mí brevemente, sólo para jalarme con ella hacia el piso. Besos nuevamente y mis manos ahora sobre sus nalgas. Su mano en mi miembro, jugandome todo el tiempo. Yo metía mis dedos entre sus nalgas, le rozaba el ano, lo introducia ligeramente con mi dedo y luego lo tallaba por encima. Ella estaba como loca. Me jugaba cada vez con más fuerza, hasta que no pude más. Le dije "para que me vengo" y ella jalaba con más fuerza diciendo acaba en mis pechos, acaba en mi cara. No pude más, exploté como un volcán en su cara. Ella se tragaba la leche, la regurgitaba y la volvía a tragar. No dejó de apretarme mi miembro hasta que no salió nada más.

Con una pícara sonrisa me dijo "dame más cigarro, que se siente maravilloso con eso". Así que nos dimos unos minutos para encender nuevamente el cigarro y terminarlo. Mientras eso pasaba le pregunté si alguna vez le habían mamado el culo. Ella dijo que no, que no sabía que eso se hiciera y yo le pedí que me dejara intentarlo, que si no le gustaba pararía de inmediato si ella me lo pedía. Con un poco de vergüenza aceptó. La puse boca abajo y comencé por acariciarle sus nalgas con mis manos. Otra vez esa piel. Me volvía loco. Acerqué mi cara a sus nalgas y las olí. Las comencé a besar, a lamer. Ella fruncía un poco el culo, pero poco a poco se fue soltando. Con las manos le abrí las nalgas y comencé a meterle la lengua. Primero alrededor y, de pronto, estaba tocando su ano con ella. Prácticamente estaba buceando en ella. La nariz, la lengua, besos, lamidas, el calor de su ano, los jugos de su cocoy. Le levanté un poco las nalgas, como de a perrito, para poder trabajar a mis anchas.

Al poco rato ella gemía y presionaba sus nalgas contra mi cara. Yo seguía mamando y con el miembro bien parado. De pronto ella me dijo, cógeme por allí, dame por el culo, reviéntalo. Sin pensarlo dos veces, levanté mi miembro y comencé a meterlo suavemente entre sus piernas. No lo metí por completo, sólo lo puse en medio de sus nalgas. Como un Hot Dog. Movía mi miembro de arriba a bajo, tallando su culo con ella. Hasta que solito empezó a acomodarse y empezó a introducirla. Ella me dijo "con cuidado por favor, que soy virgen de ahí". Yo me puse como loco. Nunca había desvirginado a nadie, por ningún lado. Así que comencé a introducirla, poco a poco, despacio, sintiendo cada milímetro de avance. Ella sólo gemía y decía "sigue, sigue".

De pronto mi miembro estaba hasta adentro y ella se movía como una loca. Apretaba increíblemente y se agarraba de mis piernas para empujarlo más y más adentro. Yo bombeaba y bombeaba y ella gemía y gemía. A los pocos minutos, ella terminaba explosivamente. No pudo contener más los gritos y jadeaba con desesperación.

Saqué mi miembro de su trasero y la metí en su cocoy, La empujé hasta adentro con mucha fuerza. Ella gritó nuevamente e intentó levantarse. Con ese movimiento perdimos el equilibrio y caí sentado, con ella encima de mí. Ella aprovechó para sentarse en mi miembro, dándome la espalda, y comenzó a moverse otra vez, cada vez más rápido. Se subía y bajaba, una y otra vez. Terminó por segunda ocasión con unos espasmos tremendos, hasta que ya no pude más, y le dije "me vengo, me vengo". Ella rápidamente se salió y se dispuso a tomarse mi leche. Mientras la saboreaba me decía "no lo pudo creer, no lo puedo creer", y yo le preguntaba "qué no puedes creer". Ella me dijo que hasta ese día se consideraba frígida. Nunca había alcanzado un orgasmo y era lo más rico que había sentido en toda su vida. Le dije que cómo era eso posible, si ya tenía un hijo, y me dijo que eso no tenía nada que ver. Nunca había experimentado un orgasmo y de hecho, estaba bajo tratamiento psicológico para poder superarlo. Con una sonrisa enorme me decía "deja que se lo cuente a mi psicólogo". Nos quedamos unos minutos recostados, casi amanecía. Me dijo que si le podía conseguir un poco de hierva para llevarla de regreso, y le di un poco de la que me quedaba. Ella me dio un beso de despedida, me dijo "gracias por una noche inolvidable" y salió de la tienda. Al despertar se habían marchado. Nunca la he vuelto a ver.


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