lunes, 26 de febrero de 2018

Cómo siempre



Mi mujer y yo hemos alcanzado un entendimiento difícil de igualar y encontrar entre otros semejantes, porque nos entendemos a las mil maravillas cada uno en su papel. Ella como siempre, ejerciendo de dominante y yo, como siempre, de sumiso cornudo. Y así, por ejemplo, cuando estamos acostados en la cama ella me cuenta que en la oficina hay un chico que la excita, porque por lo que abulta su pantalón calcula que debe tener un aparato muy grande. "Yo te amo, cornudo mío, pero ese hombre me vuelve loca de excitación, la tiene más grande que tú". Yo te respondo que lo entiendo y te digo que sí, que consiento.

- ¿Qué dices cornudo mío?.

- Que consiento.

- ¿Qué consientes?.

- Que te acuestes con ese chico y que me pongas los cuernos.

- ¿Quieres ser cornudo?

- Sí, quiero.

- ¿Qué quieres?.

- Quiero que me pongas los cuernos

- Por qué

- Porque así te amaré más.

- Pero ya sabes, cornudo mío, que pese a que me acueste con él tu no puedes tener placer, ni tocarte, ni tan siquiera mirar a otra mujer por la calle. Y pese a ello aceptas ser mi cornudo sumiso.

- Sí, lo acepto.

- ¿Qué aceptas?

- Ser tu cornudo sumiso.

- ¿Te gusta que mientras tu mujer te pone los cuernos con otro, tiene placer con otro, tú no puedas ni acariciarte sin mi permiso?.

- Sí, me gusta y me excita mucho.

- Por qué.

- Porque soy tu cornudo sumiso.

- Y porque te gusta sufrir por mí.

- Sí, Gloria, me excita que me hagas sufrir.

- Y porque cuanto más cornudo te haga me querrás más, verdad.

- Sí, Gloría, cuanto más cornudo me hagas, más goces tú y más me impidas a mi gozar, más te amaré.

- Entonces tendré que hacerte muy cornudo amor mío, porque quiero que me ames con toda tu alma. Como siempre ella es muy justa y va poco a poco perfeccionando nuestra relación y ahora cuando encuentra a un hombre que le gusta, lo lleva a casa, lo desnuda, lo pone junto a mí y cogiendo las dos pollas las compara, las sopesa en tamaño y cantidad, y decide. "Has vuelto a perder cornudo, porque esta polla es más grande y más bonita que la tuya", dice ella. "La verdad es que es difícil encontrar una más pequeña que la tuya y lo tienes difícil para follarme", concluye, antes de echarse sobre la cama. Y no es verdad y ella lo sabe porque mi polla es normal, lo que ocurre es que ella siempre selecciona a superdotados. E incluso hace trampas porque cuando son iguales ella siempre se queda con la otra. E incluso aunque sea más pequeña, pone cualquier excusa y elige siempre al otro. "Lo siento, cornudo, pero has vuelto a perder", dice usted. "Como siempre", respondo yo compungido.

Entonces me ha obligado, como siempre, a que la desnudara para ofrecérsela a él, a lamerle el coño para excitarla y a abrirle los labios para que él pudiera follarla mejor. Luego, y cuando se han corrido he tenido que limpiarla con mi lengua, como siempre.

Como siempre cuando celebramos la nochevieja, ella brindando con cava con su amante de turno y yo con su orina que ella ha tenido la delicadeza, como siempre, de verter directamente a mi copa después de ponerse en cuclillas sobre ella. Como siempre brindamos por un venturoso año nuevo y al final de las doce campanadas ella se va con su amante al dormitorio porque según me dice, si es verdad que como se entra en el año se sale, "quiero que entres en él como cornudo y salgas como cornudo", me dice. Como siempre. Y así desde hace ya muchos años, desde el primer año de casados cuando le dije a ella que me gustaba sufrir por la mujer que amo y entregarle a ella ese sufrimiento para que gozara.

Como siempre, una noche mi mujer quedó con otro matrimonio en casa, para cenar, tomar una copa y así. Cuando terminamos la cena mi mujer propuso, como siempre, que los tres se sirvieran de mí porque a fin de cuentas yo no era un marido normal, sino un marido cornudo sumiso y masoquista que gozaba lo inaudito viendo como su mujer le ponía los cuernos mientras que yo era humillado en su presencia, en ese mismo momento. Así fue que, como siempre, nos llevó a todos al dormitorio y nos invitó para que nos desnudáramos. Ella cogió al marido de la otra pareja, a Carlos creo que se llamaba y lo sentó sobre la cama. Luego se sentó de espaldas a él dándonos a los demás la cara y se penetró quedándose allí, clavada. Mi mujer le dijo entonces a la chica del otro matrimonio, Laura creo, que me atara a la argolla de la lámpara del techo. Y así quedé, de pié, frente a ellos, y atado en alto por las manos. Luego, mi mujer comenzó a fol?arse a Carlos, a subir y a bajar sobre su polla, mientras se acariciaba los pechos y me miraba con esos ojos que siempre me han hecho temblar.

- Azota al cornudo, Laura.

Y Laura comenzó a azotarme el cu?o con una correa, mientras me decía cornudo, masoca, y todo aquello que se le venía a la boca, pues andaba así como muy enardecida, al ver que delante de mí, a escasos tres metros, mi mujer follaba con otro como una posesa, me ponía los cuernos como loca, mientras que yo era azotado y exhibía la polla tiesa, apuntando al techo. Y cuanto más fuertes eran los azotes y más gemía mi mujer de placer, como siempre, yo más excitado estaba y más dura la tenía.

Mi mujer se conoce que se excitaba al verme allí, cornudo, azotado, humillado y pese a ello, tremendamente excitado, porque arreció en los vaivenes sobre la polla que tenía debajo y cuando notó que iba a correrse aspiró el aire con fuerza y se quedó desfallecida sobre Carlos, mientras recibía la descarga de leche en sus entrañas. Aquello me afectó tanto que no pude evitar correrme como un bestia sobre los pechos de mi mujer en el momento justo en el que Laura me pegaba el último latigazo, y se dejaba caer al suelo exhausta, rendida y también corrida. Mi orgasmo fue tan bestial que la leche corrió tres metros desde mi polla a los pechos de mi mujer que se quedó allí rendida, sobre Carlos, respirando agitada y sacudiéndose porque se conoce que había tenido más de un orgasmo, al ver como yo me corría como un bestia mientras era azotado y hecho cornudo, muy cornudo. Como siempre.
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Depilación


Mi mejor amigo se llama Juan Mateos, nos conocemos desde hace mucho tiempo y hemos llegado a tener una confianza casi absoluta. Se parece mucho a mí, hasta en lo cachondo, pues ambos nos hemos "enganchado" a las páginas de sexo de Internet y comentamos entre los dos lo más interesante, nos enviamos las fotos que más nos han gustado y cosas así.

Sin embargo, Mateos es muy estricto respecto a sus posesiones... con lo que también me refiero a su preciosa mujer Mª Victoria. Ella es una delicia, un poco chapada a la antigua, pero encantadora, algo rellenita pero perfectamente proporcionada. Respecto a su mujer, mi amigo no permite la más ligera insinuación o comentario, lo que, visto le que me ha ocurrido con ella, me puede acarrear más de un problema. Claro que eso sólo si se entera, por lo que los nombres son lógicamente supuestos, ante el peligro de que pueda leer esto que escribo, porque tengo la necesidad de contarlo.

Resulta, que en una de nuestras charlas comentamos Mateos y yo, después de ver una serie bastante amplia de fotos de tías buenas bajadas de Internet, todas ellas con el chochete perfectamente recortadito, que, donde se ponga una mujer con el coño depilado, que se quite lo demás.

Ciertamente esto lo dijimos plenos de convencimiento porque, no sé si a todos los tíos, pero a nosotros dos, nos vuelven locos. Las mujeres deberían ser conscientes de la diferencia que hay de cuando abren sus piernas y nos enseñan la raja envuelta en una mata de pelos, que ocultan lo más caliente de su anatomía, a la visión espléndida de un chochito carnoso, brillante, sin un solo pelo, que parece estar diciendo ¡CÓMEME!. De veras, he tenido la fortuna de probarlo y la diferencia es abismal, en un caso estaba deseando terminar para escupir los pelos de la individua que se me quedaron en la garganta y que en alguna ocasión me han hecho incluso vomitar (¡qué apropiado para un momento así!) y en el otro, la misma tía pero esta vez "afeitadita", me tuvo que separar la cabeza de entre sus piernas después de media hora y tres orgasmos sin cansarme de su almeja, que pese a conocerla como la palma de mi mano, parecía aquel día una desconocida para mí.

Pues bien, retomando el hilo de la historia, de aquella conversación sobre los chochetes afeitados, surgió otra más pícara con la que pretendí hacerle un favor a mi amigo. Él me había dicho que su mujer era totalmente contraria a afeitarse los bajos fondos y que él nunca se lo propondría, pero yo pretendía darle una alegría, así que una noche que habíamos cenado y nos habíamos tomado algunas copas (no sé si de más), fui poco a poco subiendo el tono de la charla entre los cuatro -mis amigos, mi mujer y yo- hasta llevarla al lugar que yo pretendía. Mi mujer sin saberlo colaboró mejor de lo que yo esperaba ya que estaba totalmente sin avisar de mis intenciones.

El caso es que planteé la idea que ya he dicho de que las partes nobles tanto del hombre como de la mujer debían ser objeto de atentos cuidados, especialmente cuando se trata de mantener la pasión, a lo que mi mujer repuso, un tanto alegre por lo que había bebido, que tanto ella como yo nos afeitábamos periódicamente los genitales, pero que en ambos casos yo era el ejecutor de la depilación tanto de ella como la mía, además matizó casi entrando en detalles que yo tenía un pequeño cortapelos que era magnífico y no irritaba nada, dejando el pubis perfectamente delimitado y recortado, afeitando por completo el resto de los pelos hasta el final de la raja del cu?o. Ni que decir tiene que aquel día, entre la conversación y las copas todos nos pusimos tan cachondos que a punto estuve de enseñarles la polla entera, porque me obligaron ante la incredulidad de que yo estuviera afeitado a enseñarles algo y me quedé en el pubis y parte de un huevo por el lado de los calzoncillos. Cuando vieron el pubis rapado al 1,5 y perfectamente recortado, y el cuero de los cojones perfectamente afeitado, cambiaron la cara y lo que creían cachondeo, pasó a cachondez. La suerte estaba echada, quería sembrar en Victoria la idea de que aquello era una cosa normal y, conociéndola, no tardaría en llevarlo a cabo, con la consiguiente alegría para Mateos, sobre todo después de lo que había puesto yo en juego. Claro que aquella noche cayó un polvo de antología, con mi mujer, por supuesto.

Después de aquello suponía que pasaría algo, pero lo que no esperaba es que un día Victoria me llamara al móvil para que fuera a verla, con algo de urgencia. Por suerte o por desgracia yo estaba desocupado aquella mañana y sin intuir nada fui a verla en un salto. Tras entrar a su casa y saludarla con un par de besos en las mejillas, le pregunté sin ambages qué pasaba, a lo que, con mucho misterio, cerró la puerta y casi susurrando me dijo que necesitaba que le hiciera un favor.

- Lo que te haga falta, -le dije, no sin cierta preocupación por el tono de la petición.

- Sé que puedo confiar en ti y quiero darle una sorpresa a Mateos por su cumpleaños... -comenzó

Más tranquilo pensé que se trataba de buscarle o recomendarle algún regalo o prepararle una fiesta sorpresa, lo que justificaba en cierto modo el misterio. Pero...

- ... así que quisiera que me ayudaras con cierta operación que no me atrevo a hacer, además como tú tienes más experiencia, querría que me ayudaras a depilarme.

Así de sopetón, se me tuvo que quedar una cara que no me atrevo a describir. Estúpidamente, dije:

- ¿Depilarte?, ¿¿¿el qué??? -como si a esas alturas no lo supiera, además el color de mi cara lo revelaba a las claras.

- Mira, Ramiro, sé que puedo confiar en ti y que, conociéndote como te conozco, no te aprovecharás de la situación. Me ha costado mucho decidirme, pero es que me gustaría darle una sorpresa a Mateos y tú sabes lo que le gusta, además me ha dicho Paula que tienes mucha habilidad, ya sabes a lo que me refiero, depilarme el Monte de Venus... ¿lo harás por mí?

Creo que el corazón se me salía por la boca en ese momento, ¿cómo iba a ser capaz de hacer eso con la mujer de mi mejor amigo?, además, con lo buena que estaba ¿cómo iba a mantener la sangre fría para no hacer algo que me costaría muy caro?, pero, con lo que me había dicho y tras el trabajo que le habría costado decidirse a pedírmelo, ¿cómo le iba a decir que no?

Esa fue mi respuesta: - ¿Cómo te voy a decir que no? -dije con voz temblorosa. - Pues vamos, no hay que perder el tiempo. Pero, una cosa: Nadie lo debe saber, ni tu mujer ni mi marido... ¿estamos? - Claro, claro...

Decidida se fue para el dormitorio y, haciendo caso a su indicación, la seguí. Lo tenía todo preparado, hasta se había comprado un pequeño cortapelos parecido al mío (supongo que le habría preguntado a mi mujer), una toalla encima de la cama, un barreño con agua caliente, espuma de afeitar, cuchillas nuevas, crema hidratante...

Mientras miraba todo aquello me di cuenta que ella estaba también muy nerviosa quieta delante mía sin saber qué decir o hacer...

- ¿Vamos?...

Haciendo un esfuerzo por dominar el temblor de mis manos, dije:

- Venga, lo primero es que te desnudes... (como si no lo supiera)

Hubiera bastado que se desnudara de cintura para abajo, pero me hizo caso literalmente y se quedó completamente desnuda, mostrándome un cuerpo precioso, pero prohibido. Me obligué a no mirarla con lujuria, pero era prácticamente imposible, tenía los pechos preciosos, con un tamaño grandote y rollizo, pero firmes y "desafiantes", la exploración fue detenida por la cándida mirada de sus ojos color miel. No podía mirarla como lo estaba haciendo, se me encendió una luz en el cerebro. Después de haber doblado toda su ropa y dejarla delicadamente encima de una silla, volvía a quedarse mirándome con dulzura... Tenía que tomármelo como algo "profesional".

- Vale, échate en la toalla...

Se tumbó suavemente y pude ver que había intentado cortarse el pelo ella misma antes de llamarme. Comprendí entonces por qué me llamó. Lo había hecho fatal, dejándose unas calvas que iban a ser difíciles de arreglar.

- Vaya, se ve que lo has intentado... -dije intentando dar un toque de serenidad al ambiente.

- Sí, pero ya ves lo mal que me ha quedado, lo que pasa es que me da más vergüenza ir a cualquier sitio de estética que decírtelo a ti, y no creas que no me da vergüenza estar así...

Esta frase la dijo acompañada de una apertura de las piernas que dejó al descubierto toda su intimidad. Tenía unos labios rosados y perfectos y a mí me iba a dar algo.

De pronto, me entró un arrebato de responsabilidad y le dije que aquello no podía ser, yo no podía estar allí de ese modo con la mujer de mi mejor amigo... todo había sido una equivocación. Pero no contaba con su talante. Era una mujer de las que cuando toma una decisión no hay en el mundo nadie que sea capaz de hacerla desistir y donde había llegado era una vía sin retorno. Así me lo hizo comprender.

- Mira, yo estoy tan nerviosa como tú, pero tómalo de esta forma. No estamos haciendo nada malo, aunque nunca deberán enterarse tu mujer ni mi marido. Además entre nosotros hay confianza, ¿no?, hay cosas más comprometedoras que hemos hecho y de las que hemos hablado y no ha pasado nada, así que manos a la obra que no tenemos todo el día.

Y tal como lo dijo me tomó la mano y la colocó en su vientre, dejándose caer hacia atrás, dándome a entender la única opción que tenía. Sin mediar más palabras, comencé a humedecerle toda la zona púbica y después separé sus piernas con mis manos para hacer lo mismo con el contorno de los labios y las ingles. Descubrí que tenía el sexo bellísimo, bastante hinchado, lo que revelaba la notoria excitación que le provocaba, igual que a mí, la situación, pero sobre todo, lo que consiguió enardecerme hasta un grado casi insostenible fue el aroma que emanaba y que llegó hasta mí nada más separarse mínimamente los labios de su coño.

Seguía sin creer que me estuviera pasando aquello, pero no cabían más discusiones. Así que me dispuse a hacerle un buen trabajo y, ¡qué coño!, disfrutar de él.

Me dediqué a seguir humedeciendo con agua templada toda la zona, por supuesto con la mano desnuda, lo que puede decirse que era acariciarle todo el vientre, con dulzura, y las ingles, rozando levemente los labios de su coño que para entonces estaba entreabierto por culpa un poco de la postura, las caricias, los nervios y sobre todo las dimensiones que estaba tomando su clítoris.

Recorté todo el contorno con el cortapelos para dejar el pelo con el tamaño deseado. Aquello empezaba a arreglarse, tomando forma y quedaba francamente bien. Después recorté con la cuchilla de afeitar, poniendo algo de espuma, rasurando lo que sobraba hasta quedar totalmente liso y definido el triángulo "redondeado" de pelillos que había pensado para ella.

Ahora venía lo difícil. Afeitar completamente los lados del coño, para lo que tenía que proteger las zonas más delicadas, así que con la mano entera tapé los labios del chochete, estirando la piel para poder afeitar la zona hasta la ingle.

Mientras lo hacía le miré a la cara. Todo este tiempo habíamos estado muy callados y tensos y hasta casi me asusté cuando la vi que me miraba con unos ojos de infinita comprensión, tranquilidad... el caso es que aquella mirada con la media sonrisa que la acompañó, me terminó de relajar y pude decirle

- "¿Todo bien?, ¿no te está molestando?", a lo que ella contestó.

- No lo puedes hacer mejor, cualquiera diría que me estás acariciando y la cosa es que no me disgusta del todo, ¡voy a tener que contratarte!

- "Ni se te ocurra", le dije y seguí afeitando. Con un lado había acabado y levanté la mano para ver cómo quedaba... Perfecto. No pude evitar contemplar el coño que mi mano había estado tapando y cuya fragancia se habría quedado allí. Mientras miraba el hilillo blanquecino que resbalaba hasta su ojete y que delataba su total excitación, me acerqué la mano a la cara simulando rascarme en la frente (porque ella, semi-incorporada, no dejaba de mirarme) y aspiré el aroma intenso del coño de Mª Victoria. Aquello era un pecado, pero había llegado casi a marearme y a esas alturas por mi cabeza ya pasaba de todo. - Terminé la obra, volviendo a tapar con la mano y rasurando la otra parte hasta que quedó verdaderamente perfecto y apetecible. Para terminar la hice ponerse en cuatro patas, con el cu?o muy abierto y le afeité todo el perímetro del ojete.

- Ahora, -le dije- te voy a dar con una crema hidratante para que no se te irrite -y, acto seguido, la empecé a acariciar con la mano pringada de crema (y con lujuria, debo reconocerlo) por todas las partes que le había afeitado, comprobando que la excitación de ella, lejos de extinguirse, había aumentado soltando líquido de su interior hasta formar un cerco en la toalla sobre la que se había efectuado toda la operación.

Al pasar poniéndole crema una de las veces por la ingle, con los sentidos ya trastornados, le rocé conscientemente el clítoris, notando un respingo y un audible aunque pequeño gemido de Mª Victoria (mentalmente la llamaba así para olvidar que era la mujer de mi mejor amigo).

Lo volví a pasar una y otra vez y al notar su "colaboración", sabiendo lo que iba a pasar, le dije:

- Mira, después de esto los dos tenemos un calenturón tremendo. Yo me haré un pajote y tú otro, pero creo que me gustaría ayudarte con lo tuyo. Como, total, nadie se va a enterar, ¿verdad?, yo no puedo resistirme a probarlo...

Mientras le decía aquello y después de que se lo dije, no hacía falta que hablara, su mirada volvía a hacerlo por ella... así que me lancé y suavemente deposité la lengua en la entrada de su agujero, saboreando lentamente el líquido que emanaba. La excitación era tanta que tuve una pequeña eyaculación, un par de sacudidas, sólo lamiendo lentamente su choc?o.

Ella se dejaba hacer y, suave pero firmemente, se abandonó a mis manos. Mientras, yo le levantaba las piernas y dejaba aún más al descubierto toda su parte íntima. Estaba completamente abierta y además exponiendo su depilado ojete, al que también comencé a prestar atención.

Las chupadas se hicieron más intensas penetrando con la lengua en sus dos orificios, hasta que cuando vi que comenzaba a estremecerse, me dirigí al clítoris, succionándolo frenéticamente, lo que la hizo terminar casi chillando. No había tardado mucho, pero la excitación del momento y el morbo, lo justificaba.

Al terminar, abrió los preciosos ojos que tanta confusión me causaban ese día y con ternura me dijo que me merecía un premio, por lo bien que lo había hecho todo (remarcando aquel "todo")

Le dije que no quería penetrarla y que no hacía falta nada más, que me había gustado tanto como a ella y que podíamos dejarlo así, pero ella no quiso y me acarició por encima de los pantalones, soltando poco a poco la ropa hasta dejar mi nabo al descubierto.

Sin decir más nada, comenzó a chupármela muy despacio, tanto como yo lo había hecho con ella y sin dejar de mirarme a la cara. De vez en cuando la sacaba de su boca y la restregaba sobre su lengua, pasando a continuación la mano por todo el humedecido glande.

Al poco se introdujo todo lo que pudo en la boca y me agarró por los cachetes del culo, abriéndolos y cerrándolos al mismo compás que la metía y sacaba de su cavidad bucal. En una de las veces, con la misma suavidad me empezó a acariciar el ojo del culo con la yema de un dedo, y no sé si fue esa inesperada caricia, pero el caso es que noté que iba a explotar y se lo indiqué.

Ella me miró una vez más indicándome que no importaba, por lo que me dejé llevar y terminé soltando cinco chorros de leche blanca y espesa a su boca que seguía mamando con el mismo ritmo hasta que posando una mano en su mejilla le hice saber que debía parar.

Escupió en una servilleta de papel lo que tenía en la boca (no se lo había tragado, y eso me gustó, pues me indicó que lo dejó caer en su boca para que yo no parara de disfrutar la mamada, que ha sido una de las mejores que me han hecho en mi vida y así la recordaré).

Me vestí mientras ella miraba en el espejo cómo había quedado su depilado y precioso coño, mientras me decía que le quedaban ganas de que se la metiera.

- Pero esas ganas te las va a mitigar con creces Mateos cuando llegue después y prefiero que las cosas se queden así, porque esto no ha pasado...

- Sí que ha pasado, Ramiro, aunque nadie lo sepa nunca ni se repita jamás, quiero que sepas que recordaré lo que has hecho como si hubieras sido mi amor de juventud, como se recuerda a un novio de la adolescencia, eres un encanto.

Y me dio un suave beso en los labios.

Podría contar que me la follé por delante, por detrás, por arriba y por abajo, pero no es cierto... sólo pasó aquello y si hubiera sido algo más posiblemente habría terminado mal. Pero de esto hace ya un año y no ha pasado nada. Es más, mi amigo ni siquiera me ha dicho nada sobre la "sorpresa" de aquel día, que ha quedado como parte más del secreto entre nosotros. Tampoco se han resentido los lazos de amistad entre la mujer de mi amigo y yo.

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Tarzana


No lo pensé dos veces cuando me surgió la posibilidad de ir a ese país africano a pasar unos días haciendo turismo-safari. Era una posibilidad única para en el romántico ambiente del continente negro, conseguir aclarar mi relación con Peter, mi amor de toda la vida.

Me parece que lo primero que debo hacer es presentarme. Soy Lady Marian, una rica heredera inglesa de treinta y cinco años de edad. Cuando me ocurrió la aventura que les voy a contar, apenas si tenía 28 años de edad. Estaba enamorada como loca de Peter, un vividor, lo reconozco. Pero el amor es así. En el club social al que pertenecían mis amigos, entre ellos Peter, se planteó la idea de ir a un país centroafricano a hacer turismo-safari. Pensarán que la idea es un poco peregrina pero así de rebuscado somos la gente bien.

Nada más enterarme que entre mis amigos iba también Peter, me propuse ir con ellos a realizar el viaje. Pensaba que era una posibilidad única. Soy una chica rubia y de piel muy clara. Mis ojos son azules. Tengo que decir que mi tipo está bastante bien. En realidad no comprendo por qué Peter no me hacía el más mínimo caso. Le había visto frecuentar la compañía de damas que apenas valían nada. Yo tenía la elegancia natural de la nobleza inglesa. Mis gestos son suaves, mis modales educados.

Tengo además todos los encantos de una mujer, incluso los físicos. Soy alta, pero sin pasarme. Mis cintura es estrecha, mi cadera ancha, mis pechos, hermosos y bien situados. Mi espalda acaba en un trasero respingón y hermoso. Quizás el problema podía ser mi carácter altivo y orgulloso.

Peter marchó a Africa unos días antes que el resto de nosotros con el pretexto de prepararlo todo, permisos, guías, etc... La verdad es que cuando llegamos lo había preparado todo. Nos recogió en el aeropuerto y tras varias horas de viaje llegamos al campamento. No me gustó lo que vi. Junto a un montón de trabajadores nativos, había una joven de raza negra. Era una chica de unos veinte años, tímida y sumisa que miraba a Peter con unos ojos que la delataban. Peter intentó justificarse diciendo que era la cocinera.

La verdad es que quizás la comida de su pueblo la hiciera bien, pero lo que nos preparaba me parecía a mí simplemente incomestible. Esta chica, que se llamaba Yumba era baja. Solía ir por el campamento con sus trajes autóctonos. Es decir, desnuda de cintura para arriba. Tenía unos ojos grandes y expresivos, pero muy dulces. Sus labios eran anchos y sensuales, y sus dientes blanquísimos. Tenía unas manos bonitas, con unos dedos larguísimos.

Peter la seguía con la mirada y eso me molestaba tremendamente. Mi modelito de amazona, el escote de mi camisa desabrochada, nada le llamaba la atención de mí.

Pude ver que la chica se alejaba camino de una cascada pequeña que había en un río cercano, según me dijo Peter. Al poco tiempo Peter fue para allá. Yo me imaginé lo peor, y no pude evitar seguirle. Me acompañaba un trabajador, pues mis amigos decían que era conveniente que no me moviera sola. Los hombres, siempre tan machistas.

Llegué al lugar donde ellos se habían encontrado, Pude ver sus ropas entremezcladas en el suelo, y más allá se oía el agua caer por la cascada. Nos acercamos despacio y pude verlos nadar a los dos juntos y jugar en el agua. De pronto, Peter se acercó a Yimba y la besó en la boca durante un largo tiempo. Me iba a morir.

Nadaron hasta la orilla y quedaron tumbados en ella. Se revolcaban en la tierra mientras se besaban, hasta quedar Peter encima de Yimba. Comenzó entonces a devorar su pecho firme. La chica le acariciaba la cabeza pelirroja, pues Peter era irlandés. Todos los irlandeses no son pelirrojos, pero este lo era. Peter devoraba esos pechos enormes pero firmes, por los que el paso del tiempo no habían dejado huella aún, mientras los agarraba con sus manos.

Yimba se abrió de piernas. Tenía unas piernas con unos muslos gorditos, pero muy bellos, pues se iban estrechando hasta tomar la anchura normal en la rodilla, y luego se volvían a ensanchar y estrechar en la pantorrilla. Peter empezó a empujar su pelvis contra el vientre de la chica. Su cu?o blanquísimo contrastaba con su espalda colorada. Yo me moría de celos.

Reparé en el trabajador de la tribu que venía conmigo. Debajo del pantalón era evidente su empalmadura. El hombre, de unos cuarenta años, miraba la escena y miraba mi cuerpo. Me dio miedo y decidí interrumpir la misión de espionaje. Allí se quedaron los dos, fornicando como dos animales. Podía oírlos gemir cuando me alejaba con presteza.

Peter me notó enfadada, pero la verdad es que parecía que le importaba muy poco lo que pudiera sentir. A decir verdad, no lo puedo culpar, pues nunca me dio las más mínimas esperanzas, pero entonces me sentó fatal.

Miraba a Yimba celosa, sin entender por qué esta mujer, de un país subdesarrollado, sin estudios, en fin, tenía algo que yo no tenía y nunca podría tener. La odiaba.

La ridiculicé durante la cena delante de todos los amigos, a pesar de la cara de reprobación de Peter. Me miraba y me echaba fuego por los ojos, pero estaba muy dolida. Les dije a todos que más valía buscar otro cocinero. La verdad es que a todos, incluso a Peter nos costaba comernos lo que esta chica preparaba, pero Peter la defendió, diciendo que era familia de un cacique de la zona y que lo que menos quería era indisponerse con él. Era una excusa, naturalmente.

Nos quedamos hasta tarde. No pude aguantar ver a Yimba acercarse a Peter y sentarse delante sus rodillas. Ya no tenía sólo celos. Me estaba doliendo en el orgullo, pues naturalmente, todos mis amigos sabían mis sentimientos.

Me fui a acostar a mi tienda de campaña. No tardé en dormir. A las pocas horas me desperté y salí de la tienda. Tuve la intuición de pensar que algo sucedía en la tienda de Peter, así que me acerqué, pero despertando a James, un amigo mío que no se llevaba muy bien con Peter.

Al acercarnos pudimos oír los gemidos de ambos, de nuevo. Me asomé para ver por una rendija que quedaba en la cremallera y pude verlos a los dos. Peter estaba sentado y Yimba estaba encima suya, moviéndose de arriba abajo, con las manos puestas sobre los muslos de Peter y botando sobre él de manera que sus pechos se restregaban sobre el pecho velludo de Peter.

Peter se abrazaba a Yimba y la agarraba por las nalgas, cogiéndole con fuerza los cachetes. Hacían el amor como dos salvajes.

No lo pude resistir más y tiré de la cremallera de la tienda hacia abajo. -¡Míralos! ¡Ahí los tienes! ¡Este es el motivo por el que tenemos que comer esta comida apestosa!- Grité. El resto de las personas que componían la expedición salieron de sus tiendas. Yo seguí gritando -¡Miradlos! ¡Miradlos!-

Yimba se cubría su cuerpo avergonzada y Peter me miraba con una mirada fría, de odio, vengativa. Se armó realmente un gran revuelo. A nadie le pareció bien lo que se veía, pero creo que tampoco aprobaban mi actitud. Yimba comenzó a llorar. A la mañana siguiente, pude oír el ruido del jeep. Puede distinguir a Peter que se marchaba con Yimba. Más tarde regresó solo. Creía que había triunfado, pero Peter me despreciaba ahora totalmente, no ya en el plano sentimental, sino ya como amiga. Pude descubrir en su cuello un collar étnico que sin duda le había regalado Yimba.

Comenzamos a organizar actividades. Yo quería acercarme a Peter, pero él me rechazaba. Pasó lo que tenía que pasar, y en una pifia para acercarme a Peter, que se adentraba un poco en la selva, me perdí. Inútilmente busqué. Anduve durante largo tiempo y sólo comencé a pedir ayuda cuando era demasiado tarde.

Estuve andando varias horas cuando de pronto vi a un grupo de nativos que parecían militares. Me dirigí hacia ellos dando grandes muestras de alegría, pero me recibieron muy fríamente, casi amenazadores. Me extrañó mucho ver esa actitud, pues en el aeropuerto estaban muy tranquilos.

Pronto caí en el detalle de que aquellos militares no eran del país, ni siquiera, por la forma de vestir eran militares. Había cruzado la frontera y me encontraba en el país vecino, que estaba en guerra. Los guerrilleros me rodearon. Despacio y comenzaron a hablar entre ellos en un idioma incomprensible. Uno de ellos, el líder me alargó la mano y comenzó a toquetearme. Inmediatamente sentí una pléyade de manos tocarme todo mi cuerpo y mi pelo rubio. Me agarraron las manos, aunque me resistía y antes de que me diera cuenta me tenían atada con las manos a la espalda. También me colocaron un trapo en la boca.

Tenía mucho miedo. Me hacían avanzar por la selva. Al principio iban muy callados, pero tras un rato, comenzaron a molestarme. Sentía de vez en cuando como el hombre que me llevaba, que estaba detrás, me metía el cañón del fusil entre las piernas, causando la hilaridad de los demás. El líder se acercó a mí y tras cogerme de ambos lados de la solapa de mi camisola, estiró de ellos hasta hacer saltar los botones que tenía abrochados.

En un momento dado, el líder hizo una seña para parar. Me colocaron a su lado. Aquellos hombres se pusieron a fumar y me destaparon, por fín la boca. El líder se empeñó en poner un pitillo en mi boca. Yo me negué y lo escupí. Eso le cabreó mucho y después de zarandearme me estiró del pelo y me miró con rabia, entonces me empujó contra el suelo. Observé atónita que se bajaba los pantalones y me sorprendió que no llevaba calzoncillos. Tenía un órgano muy largo. Había oído hablar de ello a las chicas del club, pero jamás creí que fuera cierto. El guerrillero empezó a ser animado por los otros y me obligó a ponerme de rodillas. Entonces me negaba. Mi cara quedaba delante justo de su órgano, que empezó a levantarse lentamente.

Pronto supo como obligarme a estar así. Me agarró del pelo y con la otra mano me cogió de la mandíbula y tuve que abrir la boca. Entonces, empezó a meterme su miembro en mi boca. Tuve la tentación de morderlo, pero pensé que me matarían si lo hacía. Por otro lado, aquello no era nuevo para mí, pues en nuestra segunda residencia, en Escocia, un primo mío me inició en el sexo oral hacía algunos años.

El bestia aquel me agarraba de la cabeza y me la movía como si fuera un cepillo, y su miembro entraba y salía de mi boca. Mi lengua tropezaba con su miembro y antes de lo que pensaba sentí un líquido dulzón estrellarse contra mi garganta. Aparté mi cara y pude ver salir el semen. No sé por qué me imaginaba que los hombres de raza negra tenían el semen color cacao.

Aquel hombre se empeñó en mancharme con su semen y me puso el órgano junto a la mejilla. El semen me manchó la camisa en el hombro y pude sentir caer algunas gotas por mi pecho, al caer en el hueco que dejaba el escote. Por mi parte, me afanaba en escupir lo que me había entrado.

Pronto otros guerrillero quiso abusar de mí, pero esta vez, no lo dejé. Efectivamente, dejé que metiera el miembro en mi boca, pero a este, que era un segundón le mordí. Estuvo a punto de partirme la cara con el fusil, pero el líder del grupo intervino. Pero no me salí con la mía.

Me ataron con las manos en alto a un árbol. También me ataron las piernas, separadas. Entonces, el hombre al que le había mordido, me arrancó mi ropa interior de un tirón. Las olió con afán. Uno de los hombre se acercó con el miembro fuera y quiso introducirlo dentro de mí. Me defendí como pude y finalmente le escupí en la cara y hice un intento muy violento por morderle.

Entonces decidieron atarme de cara al árbol. Mi culo quedaba indefenso ante aquellos salvajes. Pronto sentí unas manos poderosas asirme de las caderas y llevarme contra él. Sentí su miembro entre mis piernas, intentando hacerse paso en mi interior casi virgen.

Tengo que decir que perdí mi virginidad en una caída de la bicicleta. Eso le dije a todo el mundo aquel día que estuve con mi primo en el pajar de la granja de unos campesinos.

Aquello comenzó a introducirse lentamente en mi estrecho interior. Comencé a sentir un calor en mi interior, a sentir como si la sangre se acumulara en mi sexo, como si deseara ser insertada por aquel miembro. El hombre puso sus manos sobre mis pechos, que sentía arder, a su vez. Pronto sentí aquello dentro de mí totalmente y los movimientos rítmicos de las embestidas. Sentía su vientre estrellarse contra mis nalgas, y al fin, un líquido caliente derramarse dentro de mí.

Yo estaba ya muy excitada, pues aquella situación, la impotencia , el miedo, me hacía sentir de una manera muy especial.

El guerrillero se retiró, con todo lo suyo, pero no tardé en sentir de nuevo a otro, que de nuevo me agarraba por la cintura y comenzaba a menear su pelvis al ritmo cíclico que más placer le producía. Sentía a éste sobre mi espalda, bramando como un toro. Era sin duda, el de mayor envergadura. Me puso sus manazas sobre mi sexo, buscando mi clítoris y presionándolos ásperamente con sus dedos, mientras con la otra mano me sobaba el pecho como si estrujara una esponja. Al igual que el otro, este se derramó en mí completamente.

De pronto, un gran nerviosismo pareció apoderarse de todos - Tarssana amoto, tarssana amoto- no dejaban de repetir. Se oía venir un vehículo. No pude ver que ocurría pero el vehículo se acercó rápidamente y se hizo un silencio sepulcral.

Pude escuchar una voz melodiosa que parecía de un muchacho, hablar con el líder, que estaba visiblemente atemorizado. La voz melodiosa comenzó a subir de tono y hasta chillar. Los hombres no osaban rechistar. La bronca finalizó con lo que presumiblemente fue un sonoro bofetón. Sentí unos pasos seguros dirigirme hacia mí.

Allí estaba yo, con el trasero al aire. Un chorrito de semen se escurría de mi interior y bajaba por el muslo. La voz melodiosa ordenó desatarme a los guerrilleros. Me intenté recomponer antes de darme la vuelta para ver a mi salvador. Tras subirme el pantalón y abrocharme la camisola, me di la vuelta. El líder estaba en el suelo, con una herida en la cabeza que sangraba ostensiblemente.

Mi salvador resultó ser una mujer. Era de raza negra, alta y fuerte. Tenía el pelo corto pero, muy rizado. Sus labios eran largos y gruesos. Sus ojos eran negros pero achinados. Era una mujer fuerte pero con un cuerpo escultural, hermoso. Me miró fijamente, estudiándome con la mirada.

Me sorprendió con un perfecto inglés. - Está Usted bajo la custodia de la guerrilla Mzamwe. Considérese mi prisionera. Soy la capitana Tara Zani, alias "Tarzana".-

Había oído hablar de esta mujer durante el viaje de ida a África pero creía que eran imaginaciones de la gente, una leyenda.

Tarzana me invitó a subir en la parte delantera de su moto. Era una moto todo terreno, que manejaba a la perfección. Ella se colocó detrás y pude sentir el calor de sus fuertes muslos en los míos, y sus pechos, hincarse en mi espalda, debajo de su ropa mimetizada. Me sentí segura entre sus brazos

Llegamos al campamento. Ella era, efectivamente la dueña y señora de aquel tinglado. Todos la saludaban con sumo respeto y se ponían nerviosos a su paso. Yo la seguía a su tienda de campaña. Sentía la mirada de todos aquellos hombres clavarse en mí.

Al llegar a la tienda, encontramos a otra mujer africana, que no podía disimular su enfado al verme aparecer. Tarzana le dijo unas palabras ininteligibles y la mujer salió airadamente enfadada. Luego me señaló un camastro y me dijo- Esta será tu cama, si te portas bien. Si no, te llevaremos al calabozo, pero eso no te gustará.- Acepté sin rechistar.

Me puso otra condición. Al menos al principio, no podría separarme de su tienda, así que ató una cuerda al palo central que sostenía el toldo de la gran tienda de campaña y con una cadena de cuero, como la que llevan los perros, me amarró del cuello. Me podía soltar, pero era ridículo, pues sería descubierta, seguramente.

Me trataron muy bien. Me sirvió de comer la chica , que resultó llamarse Mambe. Mambe estaba encolerizada conmigo. Casi me tiró la comida encima. Luego vino la cena. Me ataron las manos con unas esposas y me acosté en el camastro. Observé, haciéndome la dormida, la entrada de Tarzana y cómo se desnudaba. Me percaté de la oscuridad de su axila y descubrí los senos preciosos, en medio del que apareció un pezón oscuro. Sus pechos se me asemejaban a un pastel de chocolate y moka. Luego se desnudó totalmente de abajo. Era esbelta, sus piernas eran largas y musculosas.

Mi sorpresa fue ver entrar a Mambe al rato y comenzar a despojarse de sus vestidos. Puede apreciar un cuerpo menudo y gracioso, algo gordita, pero con las carnes muy bien puestas. Tarzana le ofreció la cama.

Pronto pude apreciar como ambas mujeres se prodigaban tiernas caricias hablándose en su idioma. La sábana desapareció de su cama, por el trajín que se traían las dos. Pude ver a Tarzana echada sobre Mambe, su boca lamía cada centímetro de mi cocinera y se entretenía donde pensaba que el pastel podía ser más delicioso.

La mano de Tarzana comenzó a acariciar las rodillas de Mambe y se dirigió hacia su sexo por la cara interior de los muslos. Pronto, Tarzana acariciaba el sexo de su amante bajo la maraña de pelos negros. Pude ver cómo introducía su largo dedo índice en el interior de Mambe y luego se ayudaba con el índice, mientras su boca no dejaba de lamer sus senos.

Tarzana meneaba sus dedos con suavidad dentro de Mambe, y la chica se contorsionaba y abría sus piernas y se manoseaba sus propios senos. De repente pareció que de golpe iba a soltar como una burbuja de jabón de su interior. Mambe comenzó a gemir, y Tarzana empezó a agitar sus dedos dentro de Mambe con seguridad y rapidez, hasta hacerla casi enloquecer del placer. Todo aquello era nuevo para mí, pero comparaba aquella sensualidad con la bestialidad con que me habían tratado los hombres hacía unas horas y me atraía.

Quedaron tendidas largamente. Luego, Tarzana me miró y le dijo algo a Mambe. Las dos se levantaron desnudas. -Nos hemos olvidado de tu higiene. Te vamos a limpiar lo que te han echado mis soldados esta mañana - Me dijo Tarzana. Estaba con la camisola sola y unas bragas que me habían proporcionado, atada a la cama. Mambe se colocó entre mis piernas y tiró de mis bragas hacia ella, entonces me quise resistir, pero era inútil.

Mambe olió mis muslos y comenzó a lamer, de rodillas, el lugar donde había secado el semen que se había escurrido de mi interior. Lo lamía acercándose poco a poco a mi raja. El sentir la lengua caliente cada vez más próxima a mí me hacía sentir cada vez más rara, más excitada. Mambe lo hacía sin prisa.

Mi sexo comenzó a volverse a sentir lleno de fuerza, lleno de calor. Tarzana observaba la escena y yo la observaba a ella. La lengua de Mambe estaba inexorablemente en mi sexo, y creo que ya se alimentaba más de mi propia cosecha que de la de los hombres. Sus dedos se posaron sobre mis labios y me los separaron, sentí la aspereza de su lengua sobre mi clítoris que estaba a estallar.

Tarzana se colocó a su vez detrás de Mambe, y sólo podía intuir los cuidados que prodigaba a Mambe al sentir los de Mambe sobre mí. Me corrí como no lo había hecho nunca, pues jamás había vivido una situación tan sensual. A Mambe no le importó en absoluto, y prosiguió lamiéndome, haciéndome casi insoportable el placer. Sólo paró cuando Tarzana dejó de lamerla para introducir de nuevo sus dedos en su sexo, colocando entonces su cara sobre mi monte de Venus, hasta que se corrió de nuevo.

Aquella experiencia me dio que pensar durante toda la mañana. No sé. Creo que deseaba convertirme en la amante de Tarzana. Por eso, tan pronto como creía que se aproximaba la hora de su llegada, me deshice del pantalón, y desabroché mas de la cuenta los pocos botones que le quedaban a la camisola. Cuando ella llegó, me miro casi con lujuria. Dejó la pistolera sobre la mesa y sin más miramientos me agarró de la cintura y me introdujo la lengua en mi boca. Aquello no era un beso. Aquello era una penetración.

Tarzana estiró de mi cazadora hacia atrás y mis senos quedaron al descubierto. Entonces me agarró y de un tirón me sentó sobre la mesa y comenzó a morderme los pechos queriéndoselos meter enteros en la boca, ayudándose con las manos para ello.

Un reflejo de luz entró por la puerta de la tienda. Pude ver a un guerrillero asomarse y apercibirse de los que sucedía. Tarzana me puso de pié y metió su mano en el interior de mis bragas. Sus dedos hábiles encontraron mi clítoris y comenzó a estimularlo dando bruscos pero certeros masajes. Me miraba a los ojos. Yo no le aguantaba la mirada, así que me apoyé sobre su guerrera.

Un bullicio se apreciaba fuera de la tienda. Miré hacia allá y pude ver a algunos guerrilleros curiosos asomarse. -Diles que se vayan, por favor- Le sugerí a Tarzana varias veces.- No, son mis hombres y tengo que demostrarles quien es la que manda aquí-

Tarzana estiró de mis bragas y abrió de par en par la puerta de la tienda de campaña. Los guerrilleros veían mis senos, pues tenía la camisola bajada, y mis muslos desnudos, y las bragas, a la altura de los tobillos. Tarzana me cogió y me echó contra ella y comenzó a acariciarme el clítoris de nuevo. Puse la cara hacia el otro lado donde no viera a los hombres. Mi sexo estaba lubricándose, los botones de la guerrera me arañaban los pezones.

De pronto, después de un hábil movimiento, sentí cómo se introducían dentro de mí los hábiles dedos de la seductora capitana. Las piernas me fallaban. Sentía emblandecerme sobre la guerrera de mi captora, desvanecerme en ella. Era humillante tener tantos espectadores, pero el sentir que ella era mi dueña y que me poseía precisamente delante de aquellos hombres, me excitaba enormemente.

Los hombres aplaudieron cuando descubrieron que mis movimientos de cintura obedecían a una nueva victoria militar de su capitana, esta vez sobre el desfiladero indefenso que conducía a mi interior. Mi calor dio paso a una sofocación y ésta, al orgasmo. Mambe se enfadó mucho con Tarzana. Tarzana me explicó que Mambe no consentía quedarse fuera de sus juegos sexuales, pero aquella vez había sido una excepción, pues tenía que demostrar a sus hombres que ella era capaz de disponer de mí como cualquiera de ellos.

Esa noche, Tarzana y Mambe repitieron el ritual de la noche anterior. Pero había una diferencia. Pude ver que Tarzana cogía un objeto, como unas correas detrás de la cama. Después de un rato de intriga descubrí lo que era. Era un objeto que nunca había visto. Era como un órgano masculino que se ataba a la cintura con una correas. Tarzana me dijo luego que era un consolador con correas y que lo compró en Londres la última vez que estuvo.

Tarzana se ató aquello y se puso entre las piernas de Mambe, que dejaba que le metiera aquello dentro sin resistirse. Tarzana se movía dentro de Mambe como si fuera un hombre y Mambe se movía al mismo ritmo que ella. Me llamaba la atención ver las plantas de los pies de Tarzana y las de Mambe, sobre la espalda de su violadora, de color más claro que el resto del cuerpo.

Mambe resoplaba y gemía con desesperación, y Tarzana repetía rítmicamente el mismo movimiento hasta que consiguió arrancar de su amiga un orgasmo que se adornaba con un chillido de placer que inundó toda la tienda de campaña. Un guardia se asomó a la puerta.

Quedaron abrazadas las dos y besándose, hablándose en su idioma, cuando de repente vi a Mambe decirle algo a Tarzana mientras me señalada y se reían.

Se incorporaron las dos y vinieron hacia mí. Me sacaron de la cama. Tenía las manos atadas a la espalda para no escaparme y llevaba la camisola y mis braguitas. Mambe se puso delante mía y Tarzana detrás. Me bajaron de nuevo la camisola hasta descubrir mis senos. Tarzana comenzó a besarme el cuello mientras me agarraba los pechos. Mambe comenzó a lamer los pechos y succcionar mis pezones.

Sentí la mano de Mambe en mi conejo, por encima de mis bragas. Se limitaba a agarrarlo como el que agarra una naranja. Mambe se sentó sobre mi cama y Tarzana me cogió del pelo y me obligó a ponerme de rodillas, posando mis hombros sobre Mambe. Sentí como Tarzana me bajaba las bragas. Mambe me tocaba los senos y me acariciaba los senos metiendo la mano por entre las piernas.

Tarzana me separó las nalgas y rozó mi agujero de atrás. Por un momento sentí lo peor. De pronto comencé a sentir la presión de aquel trasto sobre mi sexo. Trazana me cogía de la cintura como antes lo habían hecho sus hombres. No encontró mucha resistencia. Mis jugos mezclados con los que el consolador llevaba de Mambe hicieron que se metiera sin problemas.

Puse mi boca sobre la piel de la cintura y la ingles de Mambe. Olía de una manera especial fuerte, a África. Tarzana se meneaba contra mí con suavidad pero metiendo y sacando aquello de una manera armoniosa pero efectiva. Estaba a punto de correrme, porque la verdad es que Tarzana me hacía sentir con aquello como ningún hombre. En ese momento, Tarzana decidió que era el momento de que ella disfrutara, así que le hizo una seña a Mambe que esta comprendió.

Mambe se colocó aquello mientras Tarzana se ponía esta vez en la cama. Puso los pies sobre ella, de manera que con sus piernas flexionadas, me ofrecía todo su sexo peludo, en medio del que se descubría un trozo del mismo rosa, que pertenecía a su interior. Rehusé besarlo, incluso cuando comencé a sentirme ensartada por Mambe.

Me cogió entonces del pelo y lo llevó hasta donde ella deseaba mientras mi exhortaba -¡Cómeme el coño, zorra!.- Nunca nadie me había dicho nada así. Creo que iba a llorar. Su sexo me excitaba, por otra parte. Comencé a lamerlo. Ella me agarraba para que no se me separara de su sexo. Por detrás, Mambe me embestía con violencia, Volví a recuperar el clímax. Sentí que Tarzana me agarraba de una forma más fuerte y desesperada que antes. Mi cara se inundó de sus líquidos a la vez que me corría yo misma. Sólo entonces me soltó y se dedicó a acariciar mi cabeza mientras Mambe me acariciaba la espalda.

- Para ser la primera vez, no lo has hecho mal- Me dijo, mientras me acariciaba.

Tarzana pidió un suculento rescate por mí que tardó en recibir algunos meses, durante los cuales me tuvo en su tienda.

Tengo que decir que volví a ver a Tarzana unos años después, en las conversaciones de paz que tuvieron lugar en Londres. Me reconoció nada más verme. Me confesó que acababa de ir a un sex shop a comprar un montón de cosas, porque al acabar su guerra, pensaba que se dedicaría al amor. Estuvimos probándolos todos en la habitación de su hotel.


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