
Aparentemente soy un hombre que lo tiene todo, pero si me conocierais, enseguida os daríais cuenta que hay algo que no acaba de encajar.
Mirándolo en retrospectiva, debo admitir que los errores fueron la pauta que marcaron mi adolescencia. Escenas bochornosas, incómodas, en las que me invadía la vergüenza ajena. Como dirían los psicólogos "toda conducta tiene su origen" y la mía empieza y acaba con un nombre de mujer: Sara Álvarez, la única capaz de hacerme sentir como una de esas estúpidas moscas que quieren posarse sobre el tarro de miel que hay al otro lado de una ventana y no hacen más que chocar contra el cristal una y otra vez sin conseguir su objetivo... Sí señor, si tuviera que elegir un apelativo que me definiese, sin lugar a dudas sería "moscón torpe y estúpido".
Pero como casi todo en esta vida, esa etapa pasó –por suerte–, y ahora, puedo afirmar que soy un hombre de éxito: Acabé mis estudios con matrícula, vivo en un lujoso apartamento en el centro de mi ciudad y tengo un trabajo a tiempo parcial bien remunerado, además, soy un as de las finanzas y dispongo de más dinero del que puedo gastar. Mujeres no me faltan, no quiero pecar de presuntuoso, pero tras la adolescencia, mi aspecto físico mejoró notablemente; se fueron los granos, salió la barba y gané un par de palmos de altura.
Después de mucho sacrificio puedo confirmar que la suerte por fin me sonríe; sin embargo, no consigo ser completamente feliz, algo oscuro se interpone, un eco del pasado que resuena sin cesar en mi cabeza, una espina que se clava despiadadamente en lo más profundo de mi corazón, una soga en el cuello que me estrangula a cada paso que doy; por más que me cueste, reconozco que no pasa un solo día sin que piense en la tediosa mujer que hizo mi vida imposible cuando era un chaval, ¿cómo olvidar a quién destripó mi mundo de arriba abajo, haciéndome sentir inferior en mi momento más vulnerable?
Cierto es que ha llovido mucho desde entonces, pero por algún motivo mi ira no ha hecho más que aumentar, convirtiéndome en un ser carente de emociones, frío, distante y calculador.
Aún hoy me pregunto qué pasaría si tuviese el poder de volver atrás en el tiempo, si pudiese regresar a aquél momento que tanto me marcó y actuar de forma diferente. Seguramente mi experiencia actual marcaría la diferencia, no me comportaría como uno más de los estúpidos babosos que solían rondar a esa mujer con cara de ángel y mente perversa.
Sé que es inútil e infantil pensar eso, pero si tan solo tuviese una mínima posibilidad de regresar a ese instante y hacérsela pagar, sería un hombre completamente diferente, estoy seguro; tal vez intentaría intimar con una mujer más allá de la cama, sería más confiado, tendría más amigos, y todo eso junto, me haría lo feliz que no puedo aspirar a ser en la actualidad, ¡quién sabe! Cada una de las acciones que emprendemos a lo largo de nuestra vida, cada una de las decisiones, experiencias, cada una de las personas con las que tratamos, nos cambian y nos convierten en quienes somos; no hay nada que podamos hacer para evitar eso.
Dejo a un lado esos dañinos pensamientos y me desnudo frente al espejo del baño, a continuación, paso lentamente la mano por mis abdominales perfectamente esculpidos. Las horas de gimnasio también han dado sus frutos y ahora no hay nada en mi físico que pueda ser criticado.
«Sara Álvarez, maldita seas... Lo que daría por volverte a ver, puedo asegurarte que esta vez te acordarías de mí, al menos una tercera parte de lo que yo lo hago de ti cada puñetero día de mi vida...»
Después de asearme me meto en la cama sin dejar de pensar en ella, en mí, en mi pasado, mi presente... todas las imágenes se amontonan, se entremezclan, me impiden relajarme... Hoy estoy más susceptible que cualquier otro día, y esa pequeña mancha en mi historial, ha decidido salir a la superficie con toda su fuerza.
«Sara Álvarez, arpía sin compasión, bruja, zorra desalmada...»
Cierro los ojos y me abandono, dejo que poco a poco el sueño me venza, aunque una parte de mi subconsciente sigue torturándome con escenas del pasado que no puedo controlar.
...
—¿Qué hora es? ¡Joder llego tarde! –me levanto de la cama de un salto y corro hacia el baño.
Abro la puerta y busco el interruptor con la mano. No lo encuentro. Decido entrar a tientas, pero choco contra algo, no sé qué es y eso me aturde. Retrocedo sobre mis pasos y me giro nuevamente hacia la cama.
—¿Qué coño pasa? –susurro rascándome la cabeza.
Me froto los ojos e intento enfocar la vista más allá de la colcha de cuadros azul y beige. Reconozco la habitación, el escenario, pero nada me cuadra...
—¿Cómo he llegado aquí?
Enciendo la luz de la habitación y me quedo absorto. No recuerdo que ayer saliera hasta tarde y viniera aquí por error, es más, no recuerdo haber dormido en casa de mis padres desde...
Abro la puerta lentamente y observo todo lo que hay a mi alrededor. ¡Hay que joderse!, parece que el tiempo no haya pasado. Las fotos familiares decoran las paredes de color limón, el parqué del pasillo está recién encerado y, al fondo, el único baño de la casa. Un baño para cuatro, ¡prehistórico! Me dirijo hacia allí con parsimonia, mirando cada pequeño detalle que hay por el camino con desconcierto. Antes de entrar, la puerta se abre y sale mi hermano mayor.
—¿Emilio? –pregunto boquiabierto, parece haber hecho un pacto con el diablo, ¿dónde está su pelo canoso y esas arruguitas alrededor de los ojos?
—¿Qué quieres enano? –dice mientras se acaba de abrochar el cinturón.
—¿Enano? ¡Te saco dos cabezas! ¿De qué coño hablas?
Emilio desciende sutilmente los párpados y cruza de brazos en actitud chulesca.
—¡Más quisieras! Por cierto, te he dicho un millón de veces que no salgas de tu habitación sin camiseta, ¡pareces un espárrago, joder! Me das grima.
—¿Pero qué...? –me miro desde arriba y empalidezco– ¡Me cago en la puta!
Aparto a mi hermano de la puerta de un brusco empujón para mirarme frente al espejo. Reconozco el reflejo que se proyecta, ¡cómo olvidarlo! Pero esto debe ser una pesadilla. No puedo creer lo que estoy viendo, es... es... imposible.
Me pellizco intentando despertar, pero con ello solo consigo hacerme morados en los brazos.
—¡La hostia, soy un puto engendro! –exclamo compungido, mirando atentamente las cuatro espinillas que decoran esta mañana mi rostro, y no mi rostro de siempre, no, ¡el de un niño de diecisiete años!: imberbe, desgarbado, desproporcionado, tembloroso y torpe.
—Muy bien, Dani, el primer paso es reconocerlo –comenta mi hermano desde el pasillo sin perder detalle de mi expresión.
Le dedico una mirada de odio infinito y cierro de un portazo.
«Esto no es real, no puede estar pasando, ¿por qué estoy aquí?»
Miro el baño con atención y reparo en el calendario que hay detrás de la puerta. Me fijo en la fecha (mi madre siempre se encarga de tachar los días) y descubro con asombro que estamos en mil novecientos noventa y ocho, para ser más precisos, diecisiete de junio de mil novecientos noventa y ocho. ¡Joder, no tengo ni teléfono móvil! ¿Qué voy a hacer ahora?
Respiro hondo y vuelvo a centrarme. Estoy aquí y soy real. Estoy en casa de mis padres, con veintiún años menos. El pelo a capa –¡putos Back Sreet Boys! Ni siquiera copiando sus loocks me como un rosco–, la frente salpicada de espinillas a punto de reventar, en la barbilla cuatro pelos de mierda que incluso podría eliminar con una goma de borrar, tez de color blanco nuclear y, la guinda del pastel, mi larguirucho y completamente enclenque cuerpo de pardillo.
«¿Cómo demonios puedo sostener mi propio peso con estas piernas de alambre? Dios mío...»
Me miro de perfil y profiero un suspiro de asco infinito. «Esto no tiene arreglo, al menos, no por ahora. Harán falta años de autismo inducido, cursos de meditación y un gran entrenamiento físico para volver a ser el que era... o el que seré, no sé qué tiempo verbal es correcto emplear en estos casos».
Salgo del baño y me visto con mi ropa habitual, intento no mirar demasiado las prendas de mercadillo que acostumbra a comprarme mi madre, ya es lo bastante duro sin eso.
En cuanto bajo a la cocina no sé si reír, llorar o correr hacia las vías del tren para poner fin a mi patética existencia. Todo está igual que siempre, nada ha cambiado salvo yo. Por alguna razón soy un hombre adulto atrapado en un cuerpo de niño, en el fondo de mi ser sigo pensando que estoy dentro de un sueño, que mañana volveré a despertar y seguiré siendo un hombre respetado e intimidante, pero hoy no me queda otra que aguantar las burlas de mi hermano, las collejas de mi padre y los frenéticos besuqueos de mi madre mientras cojo aire y pienso: «esto no será para siempre, gracias a Dios. Mi vida mejorará en el futuro, sólo debo tener paciencia...».
En el instituto tampoco había ninguna novedad: la gente, la música de moda, la ropa... Ser nuevamente testigo de lo que estaba de moda en los noventa resulta escalofriante, me hace sentir ridículo...
—¡Dani, tío! –se acerca Víctor, mi mejor amigo de la infancia, y mi cara se ilumina de repente. Es la única persona que me apetece ver.
—¡Joder, qué alegría verte! ¿Cómo estás?
Víctor hace una mueca con la boca, dejando al descubierto su aparatosa ortodoncia, y me doy cuenta de que no ha entendido el porqué de tanta efusividad, seguramente para él sólo hace unas horas que no nos vemos.
—¿Estás bien? Te noto raro –dice achinando los ojos.
—Sí, claro –me obligo a disimular–. He tenido una pesadilla esta noche y... en fin –hago un gesto evasivo con la mano– ¿qué tal, algo nuevo?
—Pues ahora que lo dices, sí, hay una novedad muy buena.
—Adelante –le animo sonriente.
—Hoy es tu día de suerte, tío.
Le miro extrañado.
—¿Yo tengo de "eso"?
Víctor sonríe y me pasa la mano por el hombro mientras me obliga a caminar en dirección a la escuela.
—He escuchado que van a hacerte una proposición muy especial.
Alzo una ceja incrédulo.
—Una proposición... –repito escéptico.
—Sí. El sueño hecho realidad de todo hombre.
—¿Angelina Jolie me espera desnuda en la cama?
—¿Quién? –pregunta frunciendo el ceño.
Inevitablemente me echo a reír.
—Nada, nada. Dime, ¿qué es tan especial?
—Sé de buena tinta que Sara Álvarez va a pedirte una cita esta tarde después de clase.
Escuchar ese nombre, ese dañino nombre de mujer, hace que se erice el vello de mi cuerpo. Mi actitud cambia y se esfuma todo el buen humor que me acompañaba esta mañana, nadie sabe mejor que yo lo que esa cita significa, lo que va a suceder y la transcendencia que ese suceso tendrá en mi vida adulta; solo de pensarlo me duele. Inevitablemente mi semblante serio confunde a Víctor, no es la reacción que esperaba. No le culpo, años atrás habría actuado diferente, pero ahora, simplemente no puedo.
—¿Qué pasa? ¿Es que no estás contento? ¡Es la tía más buena del instituto! ¡De la maldita ciudad! Y tienes la suerte de que quiere citarse contigo a solas... ¿Has olvidado la de veces que le has ido detrás, las cartas que le has escrito, los poemas que le has dedicado...?
—¡Calla, por favor! –le interrumpo presionando el puente de mi nariz con los dedos, ¿Cómo olvidarlo? El problema es que no quiero tener que revivirlo–. Sé lo que he hecho, pero francamente no estoy contento en absoluto.
—¿Y eso por qué? –Demanda confuso.
—Porque sé lo que pasará en esa cita.
Víctor arquea las cejas, incrédulo.
—¿Qué? –pregunta con autosuficiencia.
—Me citará en el Tiki Post, el motel cutre de las afueras, en la habitación 114. Yo iré ilusionado y le compraré unas malditas flores, como un gilipollas. Ella abrirá la puerta y me hará pasar. Hablará de todas las cosas humillantes que he hecho por ella, incluso mencionará esas dichosas cartas y me hará creer que he llamado su atención y le gusto. Me besará y yo perderé el sentido. Seguidamente me desnudará, y de forma sutil evitará que yo la desnude a ella. Luego, cuando esté completamente desnudo y empalmado, sus amigas saldrán del armario y me harán una fotografía. Sus risas serán lo último que escucharé tras cerrar la puerta de ese triste motel, que por cierto, pagaré yo. Mi vida quedará marcada pasa siempre; las burlas, los chantajes, las caricaturas hirientes en las paredes... No volveré a ser alguien hasta que no vaya a la universidad, pero para entonces, estaré tan sumamente jodido que no volveré a mirar a ninguna mujer a la cara sin pensar que es una zorra.
—Sinceramente, Dani, hoy no te reconozco. ¿Estás enfermo? ¡Eso no va a pasar! ¿Por qué tienes que ser siempre tan derrotista? ¡Es Sara Álvarez! ¡Joder, yo me cambiaría por ti sin dudarlo!
Me quedo absorto un par de minutos, analizando la situación. Mi amigo tiene razón en una cosa: «Eso no va a pasar». No sucederá porque ya lo he vivido, por algún motivo inexplicable, tengo la oportunidad de cambiar el rumbo de mi historia porque estoy inmerso en esta extraña realidad paralela, y eso es justo lo que voy a hacer: voy a vengarme de esa arpía porque sé lo qué hará antes de que lo haga.
Como había anunciado Víctor, Sara vino a hablar conmigo esa misma tarde y me comunicó el día de nuestra cita. Analizándolo desde una perspectiva diferente, es curioso revivir ese momento, pero sin lugar a dudas, una de las cosas que más me impacta es volver a estar frente a la chica que, sin saberlo, marcó mi futuro. Sara era diferente a cuantas había conocido en mi vida (y no me refiero únicamente a mi vida hasta los diecisiete): Su penetrante mirada felina, combinada esos ojos color miel que parecen atraparte, esos carnosos labios sonrosados, tan perfectos que todavía no he visto unos iguales. Su largo cabello castaño con reflejos cobrizos, tan brillante que puede llegar a hipnotizar, y todo eso sin mencionar su cuerpo. Sara era una chica exuberante, se había desarrollado por completo y parecía una de esas mujeres de las revistas para adultos que guardaba mi padre en el desván. No había ropa que no le quedara bien, y, por descontado, tampoco había chico que pudiera apartar los ojos de sus interminables curvas. Recibir tantas atenciones por parte del sexo opuesto fue lo que la hizo crecer, hasta el punto de permitirse el lujo de jugar con los sentimientos de los demás. Ella poseía el don de manipular a su antojo y da lo mismo que fuera una niña, alguien así no cambia nunca, su poder crece conforme sus deseos y aspiraciones aumentan.
No he sabido nada de ella desde que terminé el instituto, pero podría apostar, sin temor a endeudarme, que ha conseguido todo cuanto se ha propuesto sin apenas esforzarse.
Estoy nervioso, ¡para qué negarlo! No importan todos los años que llevo a mi espalda, soy igual de inseguro que hace veintiún años y sigo teniendo los nervios a flor de piel, ¿será por las hormonas?
Me preparo frente al espejo con una sensación de insatisfacción y nostalgia a la vez, es como si volviera a decepcionarme por lo que sé que esa arpía va a hacer, y ahora, no puedo permitirme el lujo de flaquear. Inspiro profundamente y vuelvo a repasar el plan en mi mente; esta vez, todo acontecerá de forma diferente.
«Sinceramente no es para tanto, no debo estar nervioso, voy a hacer lo que quiero porque ésta es mi oportunidad, ésta es mi fantasía y no habrá remordimiento que me impida vivirla plenamente».
Llego antes al Tiki Post y reservo la habitación contigua a la 114. Una vez dentro preparo todo a conciencia. El corazón me va a mil por hora, por lo que vuelvo a repasar el plan una y otra vez, asegurándome de que lo tengo todo bien atado para no quedarme en blanco. Incluso hago uso de las terapias de autoayuda recibidas durante años y me aplico eso de: "sé decidido", "puedes conseguir cualquier cosa que te propongas si eres lo suficientemente valiente como para creer en ti", "todo va a salir bien, no temas, incluso si te equivocas recuerda que cualquier error se puede enmendar", "hazlo u otro lo hará por ti"... Frases que ahora cobran todo su significado y me impulsan a hacer cuanto tengo en mente. Y me da igual que sea moralmente incorrecto, estoy reviviendo esto por algún motivo, debo hacer algo al respecto.
Salgo de la habitación a la hora indicada y espero escondido en la acera de enfrente. Tal como esperaba, Sara llega minutos antes a la hora del encuentro, entra en la habitación 114 con sus amigas y durante el camino no dejan de reír. Están urdiendo también su plan, salvo que en esta ocasión, soy yo quien juega con ventaja y tengo las de ganar.
Miro la hora en mi reloj y suspiro. «Vamos allá».
Me dirijo hacia la puerta, en esta ocasión prescindo de las flores. Llamo con seguridad y espero a que ella me abra. En cuanto aparece frente a mí, mi mente se bloquea.
—Eres puntual –comenta exhibiendo una cautivadora sonrisa–, eso me gusta –concluye mordiéndose el labio inferior.
Mis piernas tiemblan y mi voz se atasca, necesito un momento para encauzar la situación, actuar de forma distinta a como lo hice la otra vez, pero por alguna razón, esa chica me bloquea y despierta en mí sentimientos que tenía olvidados. No sé cómo consigo reaccionar a tiempo y, antes de cruzar el umbral de la puerta, me detengo en seco.
—Tengo algo que enseñarte –digo cogiendo su mano con suavidad.
—Oh, vaya, Dani, no es necesario...
—No, quiero hacerlo –insisto mientras tiro de ella con delicadeza hacia la habitación de al lado.
—Creo que debemos quedarnos aquí –continúa, y esta vez, es ella quien tira de mí en dirección opuesta. Lo hace con tanto ímpetu que nuestros cuerpos se pegan, y con ello, toda mi entereza se tambalea. La electricidad recorre mi cuerpo, dejándome la piel de gallina mientras un sudor frío desciende por mi espalda.
CONTINUARA....
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